miércoles, 11 de septiembre de 2013

Después del Temporal

miércoles, 11 de septiembre de 2013
Sofía caminó cuidadosamente por el reducido espacio de su departamento. Su salario no le había permitido más que acceder a un crédito apto para comprar un monoambiente. Dentro de veinte años sería suyo. Una sonrisa escéptica acompañó este pensamiento. Hice lo que pude, papá –respondió a la voz que la interpelaba desde su interior. ¿Cómo habría podido terminar una carrera teniendo que asistirlo? Sólo había podido perfeccionar el dominio del idioma alemán que hablaba con fluidez por ser la lengua natal de su madre, y estudiar inglés a la distancia que practicaba en un grupo de conversación todos los sábados mientras dejaba a su papá al cuidado de una vecina servicial. Después de enviudar, la salud de su padre se había deteriorado con rapidez. Un accidente cerebro vascular lo dejó parapléjico y ella abandonó los estudios para cuidarlo y sostener la casa. Tres años de esfuerzos desmedidos y privaciones para costear su atención. Algunas veces pensaba que el paro cardíaco que acabó con su vida lo provocó él mismo para liberarse y liberarla de la penosa vigilancia que requería su enfermedad. Sólo la muerte de su madre lo apartó del rol de padre. 


No pudo superar la desaparición de la mujer que amaba y se fue retirando a una región de desconsuelo adonde su hija no pudo seguirlo. Sofía suspiró para aventar los tristes pensamientos y buscó el bolso de mano. Dentro de unos minutos pasarían a buscarla y, debido a la falta de energía eléctrica, tendría que esperar en la puerta. Guardó los cigarrillos, el encendedor, el lápiz labial, un pequeño espejo, algunos billetes y una linternita. Sopló las velas y, alumbrándose, bajó los dos pisos hasta llegar al palier del edificio. En este momento se alegró de no haber aspirado a un piso más alto. Los continuos cortes de luz habían convertido en un infierno la vida de sus vecinos de los pisos superiores. Desembocó en el hall de entrada y aguardó detrás de la puerta vidriada. El panorama de las calles a oscuras era algo cotidiano. ¿Quién pensaría que la vida se iba a complicar tanto en la modernidad? La historia del mundo transitaba senderos imprevisibles. La tecnología, dirigida hacia la operatividad y la eficiencia, servía a unos pocos privilegiados y expulsaba a las mayorías. Las consecuencias de la falta de inversiones en infraestructura eran enfrentadas a medida que se sucedían, pero la mutación de las reacciones humanas comenzaba a ser inmanejable. Ella pensaba que el hombre era una materia demasiado volátil para ser capturada en una tabla y sentía que se avecinaban cambios inimaginables. Hubiera deseado salir a la calle, pero la inseguridad, incrementada por las sombras, reclamaba prudencia. Vio que un auto se estacionaba al frente. Al volante estaba Sergio, un compañero de trabajo que se había ofrecido a trasladar a las empleadas del sector administrativo. Abrió la puerta y les gritó un saludo. Cruzó la calle para subir a la parte trasera del vehículo adonde ya estaban acomodadas Norma y Carina. La primera le hizo una de sus típicas observaciones:
-¡Te pusiste el vestido rojo! Desde que te lo estrenaste hace dos años, siempre me gustó.
Sofía la miró con sorna y esbozó una leve sonrisa. Esas estocadas hacía tiempo que la tenían sin cuidado; en realidad, le producían cierta lástima.
-A vos, tu ropa nueva te sienta muy bien –retrucó sin acusar el chascarrillo.
Miró por la ventanilla y comprobó que el apagón se extendía como un negro manchón. Parecía que toda la ciudad estaba a oscuras. Interrogó a sus compañeros:
-¿Alguien viene de un barrio iluminado?
Las respuestas fueron coincidentes. Todos estaban sin fluido eléctrico desde hacía al menos tres horas. Mónica, sentada al lado del conductor, opinó:
-Espero que el restaurante esté equipado para la emergencia. No quisiera volver a mi casa a oscuras para cocinarme la cena.
-¡Siempre tan optimista! –acotó Carina riendo.
-¿Quiénes están invitados al aniversario? –preguntó Sofía.
-Los de siempre –dijo Carina.- ¡Ah! También el nuevo contratista. Me parece que va a estar fuera de lugar. Si sólo habla lo indispensable cuando viene a la oficina, con tantos desconocidos va a ser el monumento al silencio –dijo desdeñosa.
-¡Bien que te gustaría que te hablara a vos! –intervino Norma- A pesar de su tosquedad, tiene una buena facha.
-¿Qué decís? –Contestó Carina- Ni siquiera terminó la primaria. ¿De qué se puede hablar con un ignorante?
-¿Quién piensa en hablar? –carcajeó Norma, coreada por los demás.
A Sofía no le causaba ninguna gracia que se burlaran del hombre. Pocas veces lo había visto, aislada como estaba en la oficina de atrás. No lo tenía muy presente, pero recordó que la saludó educadamente la vez que entró con su jefe al pequeño reducto; educación de la que sus superiores y colaboradores carecían. Respiró hondo y se resignó a pasar la obligada reunión. A pesar de haber roto con un montón de hipocresías en sus relaciones laborales, había determinadas ceremonias en las cuales no podía dejar de participar so pena de quedar totalmente marginada. No había construido ninguna amistad en su trabajo debido a sus características personales que no admitían desidia ni pereza en el desempeño de las tareas, pero mantenía con sus compañeras una tolerable convivencia. Estaban bordeando la costa y la oscuridad no disminuía. Sofía se inquietó. No guardaba memoria de un apagón tan extenso al cual se agregaba la inminencia de una tormenta anunciada por relámpagos y truenos distantes. ¿La naturaleza estaba ya completamente fastidiada por la manipulación humana? El atropello al entorno ecológico se había multiplicado en los últimos años. Le vino a la mente el concepto de efecto dominó. Se apartó de las divagaciones al distinguir un resplandor. Sergio disminuyó la marcha y enfiló hacia la zona iluminada donde destellaba con nitidez un cartel anunciando el nombre del restaurante.
-Deben tener su propio generador –comentó aliviado.
El predio estaba atestado de coches. Un empleado, vestido con ropa anaranjada fluorescente, les señaló un lugar donde estacionar. Sergio maniobró con cuidado –había cambiado el coche la semana anterior- y una vez que lo acomodó, esperó que bajaran las mujeres para cerrar puertas y ventanillas. Un camino iluminado por pequeños spots a ras del suelo (que a Sofía le pareció una burla hacia los ensombrecidos habitantes del centro) marcaba el ingreso al comedor. El camarero ataviado de negro y blanco los recibió con deferencia y los guió hacia la mesa adonde ya estaban ubicados el gerente, la escribana y el nuevo invitado. Sofía se sintió aliviada al tener que saludar a tan escasas personas. No le gustaba ser el centro de atención y si hubiesen llegado más tarde más miradas estarían concentradas en ellos. Esta aprensión la conservaba desde la adolescencia y mucho le había costado revestirse de un cierto barniz de seguridad bajo el cual se agazapaba una congénita timidez. Se ubicó al lado de Carina y frente a la escribana a cuyo lado se sentaba Germán Navarro, el contratista rotulado ya con el mote de ‘silencioso’ por sus compañeras. Observó discretamente al aludido y apartó la vista al sentirse hurgada por la mirada del hombre. No había nada que la perturbara más que las personas que se atrevían a escudriñar el alma a través de esa ventana privilegiada. Afortunadamente -¿o no?- eran una especie en extinción. La mayoría ostentaba una actitud huidiza a través de sus ojos. Ella era conciente de participar de ese mismo ocultamiento, y no sólo por timidez, sino por temor a la decepción. Enfocó la puerta y distinguió al camarero conduciendo hacia la mesa a su jefe escoltado por sus secretarias Adelina y Sol. Ambas vestían llamativamente exhibiendo con generosidad sus agraciadas anatomías. Con la primera, Sofía había tenido una desagradable situación por cuestiones de rendición de gastos a raíz de la cual el novio de Adelina fue despedido de la empresa. La secretaria no ocultó su encono contra ella sin reflexionar que la facultad de decidir los despidos la detentaba el dueño de la firma. El gerente se levantó al verlos llegar –a juicio de Sofía- con obsecuencia.
-¡Ingeniero Méndez, es un placer contar con su presencia! –dijo mientras le estrechaba la mano.
Luego, dedicó sendos besos a las secretarias. Cumplidas las formalidades Adelina, que evaluó a los componentes masculinos con rapidez, se ubicó al lado de Navarro. Sol se sentó a la izquierda de Sofía enfrentando al contratista. La muchacha sonrió para sus adentros al pensar en cómo evitaría ser trofeo de alguna de ellas. Tal vez le gustara, se dijo. Sol interrumpió su pensamiento:
-La verdad, bruja, no te había reconocido. ¿Cuántos quilos bajaste?
-Quince –respondió escuetamente.
Sol volvió a la carga:
-Y como quince años menos, también. Supongo que habrás pasado por el bisturí de Melo. Sólo él puede hacer semejante milagro –terminó con una carcajada.
Sofía la observó preguntándose a qué venía semejante agresividad. Antes de que pudiese contestar, Carina intervino:
-Sofía nos tiene acostumbradas a estas sorprendentes metamorfosis. Y que se vea de veinte no es de extrañar, porque tiene menos de treinta –dijo con una lealtad que la sorprendió.
Se sentía extraña y molesta por el tenor de la conversación. No tenía una relación cercana con Sol y se avergonzaba delante de un desconocido que escuchaba sin participar. Se preguntó que opinaría de este diálogo insustancial. Pero no era tan insustancial. Estaba cargado de malicia y descalificación. Quería mostrar una imagen de ella que correspondía al pasado y no a este presente que sostenía con decisión. Esa noche no estaba dispuesta a bajar su autoestima. El camarero se acercó con Rocío y Pablo, un matrimonio que trabajaba en el área de cómputos. Saludaron y se acomodaron en la mesa. Mientras esperaban a los rezagados, un mozo distribuyó canapés y tragos. La charla se generalizó hacia cuestiones laborales. Sofía probó algunos bocaditos y bebió unos sorbos de vino mientras Carina le susurraba su impresión sobre las secretarias. Cuando la mesa se completó, se dedicaron a estudiar el menú para elegir sus platos. Ella eligió pollo a la parrilla y una ensalada de palta, palmitos y apio. Fue una de las que menos participó en la conversación; hasta Navarro, asediado por Adelina, habló más que ella. Amparada por la distracción de la charla, pudo observar con más detenimiento al contratista. No era un modelo de belleza estándar pero su rostro trasuntaba masculinidad. Cabellos oscuros y cortos con algunos toques grises, ojos pardos y penetrantes. Al observar que Adelina acaparaba su atención, sintió una leve punzada de celos. ¡Santo cielo! Si no lo conocía ni había intercambiado más que un saludo con él. ¿Estaba tratando de competir con Adelina? ¿Por cuál razón?
-¿Y cómo podés desarrollar tu trabajo con los continuos cortes de luz? –preguntó el abogado sentado al lado de Carina.
-Me instalaron una unidad que se autoabastece durante cuatro horas –contestó, sustraída de sus pensamientos.
-Además, Sofía tiene facilidad para los cálculos mentales, con lo que ha resuelto varias situaciones originadas por la falta de computadora –aportó Carina.
Al cabo de la cena la tormenta había crecido. Los truenos sonaban más cercanos y los relámpagos iluminaban regularmente el local. La velocidad del viento mantenía a los empleados ocupados en el exterior asegurando todo aquello que se pudiera volar. Sofía deseaba que terminara la cena para acercarse a los grandes ventanales y contemplar la tormenta. Este fenómeno la fascinaba y la atemorizaba. Tenía un respeto reverente por las manifestaciones de la naturaleza y temor a las afrentas que cometía el hombre. Creía que semejante atropello se convertiría en un boomerang contra la propia humanidad. Estaba por llevarse la copa a los labios cuando un poderoso estruendo la conmocionó. Saltó de su asiento con una exclamación de susto y derramó parte del vino en su ropa. A su alrededor, los gritos de las mujeres fueron tapados por las bromas nerviosas de los hombres.
-Tenga –la voz varonil vino acompañada de una mano que le estiraba una servilleta.
-Gracias –murmuró aceptando el ofrecimiento, y se levantó para dirigirse al baño seguida por la libidinosa mirada del abogado.
Para su disgusto, Adelina anuncio que la acompañaría. Atravesó el salón curiosamente alegre por la atención del contratista y conciente de que Adelina se llevaba todas las miradas. La superaba en quince centímetros de altura y varios de piel descubierta. Pero Sofía no se inmutó. Llevaba un tiempo de congraciarse con ella misma. Traspusieron la puerta del baño sin palabras. Se abocó a limpiar su vestido mientras Adelina, desde uno de los reservados, le contaba sus impresiones acerca de Navarro, al que familiarmente nombraba como Germán.
-¡Es un tipo fascinante! Te envuelve en una atmósfera de sensualidad con sólo sonreír. Realmente no contaba con el hallazgo de esta noche.
Salió arreglándose la corta falda. Se paró ante el espejo y arregló cuidadosamente su maquillaje. Sonrió a su imagen y se volvió hacia Sofía.
-En la empresa se preguntan si hay algún hombre capaz de motivarte –le dijo con tono provocativo.
-Ah, ¿sí? No sabía que mi persona fuera tema de conversación –respondió tratando de ocultar su desagrado.
-No te hagas la puritana… Coincidirás conmigo en que hay varios masculinos que se enredarían con vos.
-Esa es la explicación. No me atraen los enredos dentro del trabajo –manifestó en forma cortante esperando dar fin a la charla.
Adelina no se dio por satisfecha:
-Si me permitís un consejo, desde otra óptica la vida puede ser más divertida. Creo que te tomás las cosas muy a pecho- declamó sentenciosamente.
Sofía no se pudo contener:
-¿Alguna vez incluiste el amor con la diversión?- inquirió casi irónicamente.
-¿No te suena a discurso perimido? -replicó Adelina.- Para gozar del sexo no hace falta más que un buen lomo y un buen pito.
Sofía se amedrentó. Sus prejuicios acerca del sexo la abrumaban. No estaba acostumbrada a hablar libremente de la sexualidad. Toda su desenvoltura y seguridad se disolvían frente a esa temática. Intentó no batirse en retirada frente al desparpajo de esa mujer.
-Es obvio que para que un hombre funcione no debe carecer de esos atributos. Pero la sexualidad en general no se despierta porque si. Forma parte de una serie de estímulos más sofisticados...
Adelina la interrumpió con una sonrisa burlona.
-Querida, creo que mi abuela hablaba con menos eufemismos. Yo creo que vos sos una de las tantas hipócritas que dicen 'hacer el amor' por coger, y 'pene' por pito. ¿No creés que eso es disfrazar la realidad?
-¿Acaso en nuestro idioma no existen ambas palabras? No veo por qué no pueda elegir la que me suene mejor. Y en cualquier caso -prosiguió- no comprendo este ataque a mi forma de ser. No creo estar disputando ninguna batalla con vos.
Adelina la miró casi con fiereza. Sofía pensó que sus ojos brillaban exageradamente. ¿Habría bebido más de la cuenta?
La mujer atacó:
-Me podría bancar tus remilgos si no los manipularas para despojar de sus derechos a los demás. Quique fue víctima de tus artificios y por eso lo echaron y yo ahora estoy bajo vigilancia.
-¡Lo echaron por robar! Y tuvo la poca inteligencia de comentármelo pensando que sus encantos masculinos lo eximían de toda responsabilidad. ¿Debía convertirme en cómplice? -preguntó con enojo.
-Le hubieses dado tiempo para enmendarlo -respondió Adelina.
-¡Oh, vamos! ¿Cómo hubiese podido reponer tanto dinero? Creo que le hice el favor de impedir que siguiera complicando más la situación. Él mismo me lo agradeció tiempo después.
Adelina la tomó por un brazo:
-¿Así que volviste a verlo, zorrita? -la sacudió violentamente- ¡Ahora me explico la irrelevancia de sus excusas para dejarme!
Sofía se desasió con brusquedad.
-Creo que estás ebria- le dijo serenamente, y salió antes de que se repusiera y retomara el ataque.
Antes de volver, se acercó al extremo de la barra cuya curva enfrentaba un gran ventanal que daba al río. Estaba alterada y necesitaba reponerse del vulgar intercambio. El barman la saludó respetuosamente mientras ella se acomodaba en una de las banquetas cercanas a la ventana que ofrecía una vista privilegiada al oscuro exterior. Los relámpagos iluminaban el río que el viento movía como las aguas del mar, golpeando sobre las maderas del embarcadero de lanchas. El fogonazo de los rayos pintaba instantáneas de la tormenta según el ángulo que iluminaba. Sofía comprobó que la luz no había vuelto y dudó que con semejante temporal regresara en toda la noche. El viento aullaba entre los árboles y se fusionaba con la suave música del salón. El bienestar la invadió y relegó el desagradable incidente a la bohardilla del olvido. Durante un largo rato gozó del panorama sin desear retornar a la mesa. Disfrutaba de esa sensación de libertad y se dijo que no tenía que rendirle cuentas a nadie. La discusión con la secretaria había destapado un perfil de rebeldía ante los convencionalismos y la férrea educación que le impedían reaccionar contra los atropellos. Un rumor la hizo volverse. Para su sorpresa, se encontró ante un sonriente Germán que le dijo:
-Si me permite, la acompañaré a disfrutar del espectáculo.
Ella le hizo un gesto para que se sentara y buscó una respuesta poco comprometedora:
-Como éste no es un espectáculo montado para mí ni estos taburetes me pertenecen…
Él asintió sin abandonar la sonrisa. La muchacha despertaba su curiosidad. Dentro de la firma donde trabajaba parecía desentonar con las otras empleadas. Su vestuario era sobrio y no usaba maquillaje. Estaba siempre sumergida en su trabajo y era ajena a las charlas que matizaban el ambiente de la oficina. Sin tomar conciencia hasta más tarde, la buscó con la mirada cada vez que iba a la empresa. Había aceptado la invitación a la cena sólo por verla fuera del ambiente de trabajo. Esperó su llegada con la impaciencia de un adolescente y quedó definitivamente prendado cuando la vio acercarse con ese aire de indefensión que reclamaba un abrazo masculino. Se sentó y le ofreció un cigarrillo. Ella cayó en la cuenta de que, con lo viciosa que era, había olvidado fumar por estar tan sumida en el dantesco espectáculo. El barman le preguntó al hombre si deseaba tomar algo y éste se volvió hacia la joven:
-¿Qué le gustaría tomar?
-Un wiskey.
-Que sean dos, entonces –le respondió al empleado.
Cuando lo sirvieron, le ofreció la copa a la mujer y miró hacia el frente dispuesto a compartir las alternativas de la tormenta nocturna. Permanecieron en silencio largo rato. Él se volvía de vez en cuando para observarla sin disimulos. A Sofía no la molestó. En un momento se cruzaron sus miradas y vio bailar una sonrisa en sus ojos.
-¿Le divierte la tormenta? –preguntó azorada.
-No, -aclaró- me divierte su cara de embeleso.
Ella se sonrojó.
-Adoro las tormentas aunque les tema –se defendió.
-No es común que una mujer se sienta atraída por una tormenta. En general tratan de buscar reparo hasta que pase -respondió sin perder la sonrisa, y agregó:- A decir verdad, esta tormenta adquiere nueva significación a través de su rostro. Sofía lo miró (se atrevió a sostener su mirada por un instante) y lo retó:
-¿Y qué es lo que le sugiere a usted?
Germán se inclino para mirarla directamente a los ojos, y respondió:
-Un alma un poco desolada que se siente penetrada por la vorágine de lo impredecible; sensaciones de luz y sombras con las cuales se reencuentra consigo misma. La furia se desata fuera de ella… Dentro de lo temible, es tranquilizador - terminó inquietándola con la mirada.
Sofía se sintió expuesta. Estaba sorprendida por la definición poco común -coincidiera o no- que había brindado a su pregunta. Pensó que había cometido nuevamente el pecado de la subestimación. Río un poco nerviosamente, y dijo:
-Es una poética sugerencia.
-Oh, es solo una ocurrencia -e hizo un gesto como para quitarle seriedad al asunto.
-¿Usted cree que la naturaleza ya se fastidió con nuestras torpezas?-preguntó ella después de un silencio.
-Es un extraño planteo -dijo Germán.
-Siento como que se avecina una catástrofe a pasos acelerados. Vivimos en una civilización que reniega de sus orígenes. Nada es lo que parece. Los árboles son de plástico, la realidad es virtual, los padres no se ocupan de sus hijos, los hombres y las mujeres viven insatisfechos. Hemos devastado el planeta. Yo soy agnóstica pero hay fuerzas que respeto ancestralmente y las hemos desafiado al límite -después de esta singular descarga, observó el rostro concentrado de Germán y se sintió un poco ridícula. ¿Qué era eso de desnudar sus pensamientos ante un extraño con el cual había cambiado unas pocas palabras?- Lo siento. Creo que mis conceptos no son los adecuados para esta reunión -agregó a modo de disculpa.
Él sacudió la cabeza:
-Sigue usted sorprendiéndome. No es propio de nadie que se interese por la computación meditar acerca de la ecología.
-Por un momento creí que usted carecía de prejuicios -replicó con un leve matiz de enojo.
Germán se río e hizo un gesto conciliador:
-Ahora lo siento yo. Mi contacto con mujeres bonitas, sensibles e inteligentes deja mucho que desear.
Sofía lo miró con suspicacia. Se le ocurrió que estaba divirtiéndose a su costa. Pero los ojos de él no eran burlones, sino casi tiernos. Miró hacia afuera tratando de manejar su confusión. La lluvia había comenzado a caer hacía un rato. A la luz de un relámpago atisbó algo que la inquietó. ¿El río había invadido el borde del muelle? Nerviosamente esperó otro fogonazo para cerciorarse. Germán, que había notado su cambio de expresión, le preguntó:
-¿Qué la inquieta?
Sofía señaló hacia el muelle. Mecánicamente tomó el brazo de Germán. Otro relámpago confirmó la crecida del agua.
-El agua está desbordando el muelle -dijo preocupada.
Él se volvió hacia el barman.
-¿Es común que el agua alcance el muelle? -preguntó.
-Debe ser el oleaje provocado por el viento -repuso el barman.- De lo contrario el personal de seguridad ya habría dado la voz de alarma.
Germán posó la mano sobre la suya, que a modo de amparo no había abandonado el brazo. Le dijo para tranquilizarla:
-Si lo desea, puedo llevarla a su casa.
Sofía, sobresaltada por el contacto, dejó de aferrar el brazo masculino y negó con un gesto. Una voz desencajada los hizo volverse. Hacia ellos marchaba resueltamente Adelina, el ingeniero Méndez a la zaga y Sol riendo tontamente. Adelina, tambaleante, giró su índice extendido hacia Sofía, al tiempo que la increpaba:
-¡Así no, putita! ¡No te voy a permitir que me robes a todos los machos con tus aires de mosquita muerta!
Sofía experimentó una sensación de pánico ante semejante grosería. Trató de abortar el ataque de entrada.
-Creo que deberías descansar, Adelina -dijo mientras daba la vuelta dispuesta a regresar a la mesa.
Sin previo aviso, la mujer se abalanzó sobre ella y con inusitada furia la tomó por el bretel del vestido, tironeando para hacerla girar. Sofía intentó desasirse, lográndolo a costa de romper el vestido y caerse hacia adelante al perder el equilibrio. Presa de un profundo bochorno, permaneció acurrucada en el piso oyendo desde lejos los agravios que seguía profiriendo la enfurecida mujer y las voces que intentaban calmarla. Alguien colocó un abrigo sobre sus hombros y unos fuertes brazos la incorporaron. Totalmente exangüe por la vergüenza, se cubrió el rostro con una mano mientras cerraba el abrigo con la otra y murmuró con un sollozo:
-¡Dios mío, esto es una pesadilla!
La voz grave de Germán prodigando palabras tranquilizadoras, la fue sacando de su atonía. Recobró la sensación de su cuerpo, y sintió que algo caliente bajaba por el brazo con el que cubría su rostro. Lo dejó caer y un hilo de sangre se deslizó hasta su mano. Germán, pendiente de ella, tomó su brazo con delicadeza y apartó el abrigo para descubrir un corte cerca del hombro, seguramente producto de la caída. Se volvió hacia el barman que se había acercado al comenzar el altercado, y le ordenó:
-Traiga un botiquín.
El empleado asintió y salió presuroso. Sofía, más calmada, pudo apreciar la destrucción de su ropa. La parte delantera del vestido se sostenía por milagro con todos los breteles descosidos. Divagaba sobre como lo arreglaría, cuando varias personas entraron precipitadamente en el local y requirieron la atención de los presentes. Uno de los hombres se paró en medio del gran salón y dijo en voz alta:
-¡Atención, señores! Les ruego no alarmarse, pero el río está creciendo y debemos evacuar el local para poder salir sin inconvenientes. Háganlo en forma ordenada, ya que tenemos tiempo suficiente.
La reacción de los concurrentes no se hizo esperar. Tomaron rápidamente sus pertenencias y se dirigieron en dudoso orden hacia el exterior castigado por una espesa lluvia. El viento soplaba intensamente y enfriaba una atmósfera que había sido extremadamente cálida al llegar. Afuera se escuchaban las órdenes de los guardias de seguridad para evitar que se entorpeciera la salida de los coches. Ya preparados para irse, se acercaron los integrantes de su mesa para coordinar la retirada. Sergio la urgió a salir pero Germán, tomando la iniciativa, le dijo que él se ocuparía de llevarla. Su compañero, ante la firmeza de la aseveración, ni siquiera la consultó. Salió seguido por Mónica y Carina. Cuando el salón se despejó, Germán condujo a Sofía hacia la salida. Ella sentía que había perdido su libre albedrío y dependía totalmente de ese hombre desconocido. Intuyó que todo estaba bien. Se aventuraron al exterior bajo la lluvia que continuaba arreciando. Germán la guió hacia su auto; una unidad todo terreno que la llenó de tranquilidad. Él abrió la puerta correspondiente al acompañante y después que Sofía se hubo acomodado, la cerró luchando con el viento. Ella esperaba que él se volviera para subir al vehículo, pero vio que se dirigía hacia la borrosa figura de otro auto. Poco después regresó con cinco personas. Eran Sergio, Carina, Mónica, Rocío y Pablo. Germán les indicó como acomodarse. Adelante subió Sergio y atrás el resto. Por último, él se acomodó frente al volante y partieron intentando encontrar la ruta. El agua comenzó a invadir el interior del coche. Sergio dijo lastimeramente:
-No debí abandonar el auto. A lo mejor podría haberlo sacado.
Germán, que luchaba contra la fuerza del agua que entorpecía la marcha, replicó:
-Si el río lo arrastra, es mejor que esté vacío. Si queda en su lugar, mañana vendremos a buscarlo.
Sofía, flanqueada por Sergio, sentía que a la vez que recuperaba el calor un profundo sopor la invadía. Luchó contra el sueño para terminar apoyada contra el hombro del conductor. Éste, al sentir el abandono de la mujer, desvió por un momento la vista de la carretera para contemplarla. Una sensación de ternura y de potencia lo ganó. Se dijo que haría lo irrazonable por sacarla de esa situación, y respirando profundamente se dedicó de lleno a la tarea. Avanzaban lentamente por la oscura ruta. Los potentes faros del coche apenas lograban traspasar la incesante lluvia. Manejar era una tarea titánica, poniendo a prueba nervios, intuición y destreza. A Sergio, como buen observador, no se le había escapado la expresión acariciadora del otro hombre al posarse sobre la cabeza reclinada en su hombro. Intuyó que se aproximaban cambios en la vida de su compañera de trabajo.
-Todavía no entiendo la reacción de Adelina -dijo tratando de interesar a Germán para evitar que el sueño lo venciera.
-¿Qué pasó en la mesa antes del incidente?
-Adelina bebió en exceso, especialmente a partir de que te acercaste a la barra... –le respondió, dejando la última parte de la respuesta en suspenso.
-Me parece, Sergio, que esa es una lectura muy personal -contestó Germán.-No puedo alardear de ningún compromiso con esa mujer.
-Es que esas mujeres te comprometen sin tu participación. Están tan seguras de su poder de seducción que no les cruza por la mente ser indiferentes -acotó Sergio.- Y es más. Mujeres como Sofía las sacan de quicio, porque sienten que compiten con algo más que la belleza física.
Germán sonrió levemente, como asintiendo.
-Es una mezcla explosiva, ¿no? -dijo con un tono intimista.
Sergio captó claramente la complacencia de su homólogo. Sintió una punzada de envidia al advertir que estaba presenciando la gestación de un sentimiento formidable. Comprendió que esa fuerza no había estado nunca presente en su vida y que ya era demasiado tarde. No estaba seguro del impacto que Germán había producido en Sofía, pero no se le escapaba el deslumbramiento de él. La chica abrió lo ojos y fue tomando conciencia de donde se encontraba. El corto sueño le había proporcionado cierto descanso. Se sentó más derecha, apartando su cabeza del natural apoyo, y preguntó:
-¿Adónde estamos?
-Cerca de Circunvalación. Hemos atravesado el tramo más difícil. El camino está menos inundado. Creo que lo mejor es hacer un alto en mi casa. Podrán ponerse ropa seca y cuando esté más claro, los llevaré a las suyas.
-Pienso que está bien -respondió Sergio.
El camino se encontraba más despejado pese a la incesante lluvia y Germán le imprimió más velocidad al coche. Tras media hora de viaje, ingresaron a un desvío por el que se accedía a un barrio residencial compuesto en su mayoría por atractivos chalets, algunos de los cuales tenían extensos parques. El conductor volteó por las pobladas callejuelas y enfiló el auto hacia una casa de dos plantas cubierta por una enredadera. El camino de ingreso desembocaba en la puerta de una cochera que Germán abrió con un control remoto manipulado desde el auto.
En pocos minutos estaban dentro del garaje, con la puerta cerrada a las inclemencias del tiempo. Germán bajó y encendió una luz. Los acompañantes del conductor descendieron del vehículo y los ocupantes de la parte posterior los imitaron. Sofía dijo aliviada:
-La luz ha vuelto. Los desperfectos no han sido tan graves.
-Lamento contrariarte –respondió Germán, -pero el problema subsiste.
-Pero si abrió el portón con el control y encendió la luz de la cochera... –insistió ella.
-Tengo un generador selectivo que me permite disponer de energía en forma alternada -dijo como disculpándose al ver la decepción que se pintaba en el rostro de la mujer.
Pablo, interesado por el tema, acotó:
-Pero ese sistema es importado. Sabía de él, pero no lo ví colocado en ninguna parte.
-Mi hermano lo trajo de Alemania y se ocupó de instalarlo.
Abrió una puerta y los invitó a ingresar a la casa. Apagó la luz cuando todos salieron y se adelantó al grupo para encender un foco que iluminó un amplio ambiente. Era una sala de estar, con un imponente hogar, confortables sillones, una amplia mesita baja con tapa de cristal, una poblada biblioteca y distintos muebles donde se acomodaban aparatos electrónicos. A través del amplio ventanal sólo se observaba una densa oscuridad. Germán explicó que había que ir utilizando las luces por ambiente, para evitar que la batería se descargara muy pronto. De esa manera tenían garantizada iluminación por dieciocho horas. Les pidió que lo aguardaran para mudarse las prendas y poco después bajó para que hicieran lo mismo. Los condujo por una escalera hacia su dormitorio.
-Elijan lo que mejor les siente. Después pondremos las ropas cerca del hogar y en poco tiempo estarán secas. Mientras se cambian, voy a preparar algo para tomar. Le agradecieron y él bajó. Las mujeres miraron dentro del guardarropa y seleccionaron buzos y pantalones jogging para todos. Debía haber una docena por lo menos. Se metieron en un vestidor mientras los hombres se cambiaban en el dormitorio. Después, llevando las prendas mojadas, bajaron al salón adonde esperaba Germán. Había encendido el fuego del hogar y las acomodó diestramente. Luego les indicó la ubicación del bar.
-Yo me ocuparé de atender a las damas -dijo sonriendo.- Ustedes sírvanse lo que gusten- dirigiéndose a Pablo y Sergio.
Las jóvenes se habían acercado a admirar el bar. Ocupaba un extremo de la estancia, con la barra de oscura madera y estanterías en la parte trasera surtidas de botellas. Copas de vino, champaña y de tragos cortos y largos, colgaban de soportes adosados a finas vigas de madera. A la vista, hieleras y recipientes para mezclar bebidas. El anfitrión preguntó:
-¿Qué desean beber?
Sofía pidió un whiskey, Mónica y Carina -indecisas- aceptaron un trago que propuso Germán, y Rocío pidió una cerveza. Una vez que todos los pedidos fueron satisfechos, se dirigieron al centro de la sala para acomodarse en los sillones. Allí comenzaron a bromear acerca de la vestimenta que lucían. Los hombres no se veían fuera de lugar, pero a las mujeres les sobraba ropa por todos lados. Germán miraba a Sofía casi perdida en el buzo, con las mangas que apenas dejaban asomar la punta de los dedos, y pensó que de ahora en más sería su prenda favorita. Ella, al sentarse, hizo un gesto de dolor, y él se acordó de la herida de su brazo.
-¡Dejame ver tu brazo! En medio del tumulto del restaurante quedó pendiente revisar tu herida -dijo en tono preocupado.
-No creo que sea nada serio -respondió ella.- Me dolió cuando me apoyé.
Se levantó la manga del buzo y vieron una herida bastante larga e inflamada. Germán salió a buscar elementos de cura. Regresó y le pidió a Sofía que se sentara en un sillón cercano al foco de luz. Ella obedeció y cuando él le tomó suavemente el brazo para revisar la herida, lo miró temerosa. Germán sonrió tranquilizadoramente y preparó una gasa embebida en agua oxigenada. Al tiempo que le sostenía el brazo, dijo con optimismo:
-¡Vamos, sé una buena niña que esto no dolerá nada!
Con delicadeza, fue pasando la gasa a lo largo de la herida hasta lograr limpiarla a satisfacción. Ella aguantaba mordiéndose inconscientemente los labios. Después le anunció que pondría el desinfectante. Cuidadosamente, pintó la herida, sosteniendo con firmeza el brazo que ahora le ofrecía resistencia por el dolor. El ardor intolerable llenó de lágrimas los ojos de la joven, que no pudo evitar que se deslizaran por sus mejillas. Germán las vio descender y se controló para no abrazarla y enjugarlas con sus labios. Postergando ese deseo, cubrió hábilmente la herida con un apósito y terminó de asegurarlo con cuatro bandas de cinta adhesiva. Luego, la miró a los ojos y le dijo en voz queda:
-Lo siento... Nunca hubiese imaginado que derramarías lágrimas por mi culpa.
Sofía, ruborizada por los intrincados sentimientos que había podido entrever en esa mirada, se pasó rápidamente la mano por los ojos y la cara, y confesó riendo para ocultar su turbación:
-Estoy absolutamente avergonzada de mi debilidad. Mi padre me decía 'mantequita' cuando era chica, y aunque me producía enojo, parece que tenía razón.
El sonrió.
-¿Sentís que está mejor?
Sofía asintió y se levantó para acercarse al grupo que charlaba animadamente. Germán la siguió y ambos se incorporaron a la conversación.
-No veo que la falta de energía eléctrica tenga solución a corto plazo -decía Rocío.
-El tema está en la falta de recursos generado por la escasez de consumidores que pagan -replicó Sergio.- Al final de cuentas, los pocos tarados que pagamos tenemos más problemas que los enganchados. Ellos, en el fondo, disfrutan de una prebenda dure lo que dure. En realidad, gozan mientras la tienen, y no sufren cuando carecen de ella porque saben que no la pueden pagar -terminó con tono académico.
-Yo creo que el tema está en la desigualdad que cada vez aleja más a la gente de un derecho básico -intervino Sofía.
-¡Ya salió la cuestión social! -replicó agriamente Sergio.
-¿Es que existe alguna cuestión adonde no estén involucrados los seres humanos? - preguntó Sofía.
-Querida ingenua, para tu conocimiento y desde los albores de la raza, siempre hubo dominadores y dominados –dijo Sergio
-Y vos, ¿adónde te incluís?
-No soy un dominador, precisamente –rió el joven.
-Pero no tan dominado como esos despojados que carecen de las mínimas condiciones para vivir con dignidad…
-¡Ja! –la interrumpió Sergio- Esa palabra no existe en el repertorio de esa gentuza. Nacen, crecen y procrean para continuar la especie que sirve a la clase dominante.
-Porque les niegan el derecho a la educación –porfió la joven.- Si tuvieran la menor posibilidad, seguramente querrían ser como vos o como yo.
Los únicos que prestaban atención a la polémica, eran Mónica y Germán. La primera, asombrada de la vehemencia con que Sofía sostenía sus convicciones. El segundo, cautivado por la imagen de una muchacha de mejillas arreboladas por el calor de la discusión y el pelo desordenado por la lluvia. El agua había hecho florecer el enrulado natural de su cabello que orlaba ahora un rostro expresivo liberado de convencionalismos.
-Lo hacen porque nadie les mostró otra cosa, porque a nuestros gobernantes les conviene un rebaño ignorante que se conforme con las migajas que les tiran en lugar de exigir lo que les corresponde - perseveró Sofía.
Sergio caminó por enésima vez a escanciarse un trago. Germán estaba fascinado por la transformación de la gris secretaria en la apasionada mujer que defendía con ímpetu sus creencias. La desplazó al ámbito amoroso y se sintió encender con la imagen. El retorno de Sergio lo volvió a la realidad. Conservando el equilibrio delante de Sofía, alzó la copa, la miró al trasluz y le respondió tardíamente:
-Tienen el cerebro destruido, niña. Llevaría generaciones modificar el comportamiento de esta chusma.
-Me asombrás, Sergio. Creí que te conocía.
-En realidad, vos ni siquiera te diste cuenta de que existo –le dijo arrastrando las palabras.- ¿Acaso alguna vez pensaste que me interesabas? ¿Que me hubiera gustado darte un beso? –se balanceó peligrosamente sobre ella.
Sofía, sentada al lado de Mónica y Carina que dormían apoyadas la una en la otra, lo miró con una expresión de sorpresa.
-Ni se te ocurra –Germán no levantó la voz pero bastó para que Sergio se enderezara.
El anfitrión se levantó y lo condujo hasta un sillón desocupado. Lo tomó del codo y le sugirió:
-Descansá un rato. Faltan varias horas para que amanezca, ¿de acuerdo?
Sergio se dejó caer pesadamente en la butaca. Antes de dormirse, intentó una disculpa:
-Perdoname, viejo. Me metí en terreno prohibido. Pero alguna vez se lo tenía que decir. Ahora estoy en paz… -terminó con un ronquido.
Germán volvió al lado de la joven. Ella se había incorporado y tenía los brazos cruzados alrededor de su cuerpo. Le pareció tan indefensa entre esas ropas que le sobraban; tan pequeña, despojada de los tacos altos, que deseó reemplazarla en el abrazo. Sofía alzó la cabeza para mirarlo y dijo con seriedad:
-¿Por qué todos los borrachos apuntan hacia mí esta noche?
Germán rió de tan solemne declaración y le contestó:
-¿Será porque una mujer no encontró recursos para igualar tu encanto y un hombre se afligió por no poder alcanzarte…? –La pregunta quedó suspendida intuyendo que no esperaba respuesta.
La muchacha se volvió hacia el ventanal intentando distinguir algún signo de mejoría del temporal. No había indicios de que se restableciera la iluminación y los relámpagos descubrían el ataque de la lluvia. Los ojos de Germán recorrieron la figura que le daba la espalda. Los cabellos ensortijados caían sobre el amplio buzo que ocultaba las formas de la joven, multiplicando los sugestivos caminos de su imaginación. Se obligó a mirar el reloj colocado sobre la barra para declarar a continuación:
-Son las tres de la mañana, Sofía. Arriba están los cuartos de huéspedes. Voy a apagar las luces para que el generador no se agote.
-Un sillón estará bien –contestó la joven mirando a su alrededor.
Mónica se había estirado en el espacio que Sofía había dejado libre. Carina, Rocío y Pablo, se apretujaban en la mitad restante. El otro diván estaba ocupado por su alcoholizado compañero de trabajo. Escuchó la voz grave del hombre:
-No te querrás acomodar con Sergio, supongo. Además, para tu tranquilidad, los dormitorios tienen llave.
-¿Por qué suponés que desconfío de tu ofrecimiento? –dijo contrariada.
-Porque yo desconfiaría –declaró rotundamente. Y luego, riendo:- No te preocupes, jovencita, que sé cuáles son mis límites –le hizo un gesto de invitación.- ¿Vamos?
Sofía lo siguió aparentando una seguridad que no sentía. No hay dos sin tres, se dijo. Le molestaba haber sido tan transparente para el hombre. Usó la palabra desconfío. ¿Desconfiaba de qué? ¿De que intentaría seducirla cuando estuvieran a solas? Ese es el mensaje que le envié, descubrió turbada. Y él lo tomó al pie de la letra por su respuesta. Echaría llave a la puerta, decidió. Germán le franqueó la entrada de un cuarto al llegar a la planta alta.
-Tiene un baño en suite. Dejaré las luces encendidas por unos minutos para que te acomodes. Que descanses –le dijo con una sonrisa.
-Gracias –contestó ella cerrando la puerta.
Giró la llave con cuidado tratando de que no hiciera ruido. Usó el baño y después inspeccionó la habitación. La cama clamaba por ella. Se acostó debajo del cobertor con un suspiro de satisfacción y poco después estaba dormida.
Un clamor lejano la despertó. A medida que recuperaba los sentidos, a las voces se acoplaron fuertes golpes.
-¡Sofía! –Se levantó de un salto al reconocer la voz de Germán.
-¡Ya voy! – respondió, intentando girar la llave.
El mecanismo estaba trabado. Tras varios ensayos fallidos, se dio por vencida. Se sintió ridícula cuando tuvo que confesar su fracaso:
-La llave no funciona –dijo con una vocecita culposa.
-Sacala para que intente abrir con la llave del otro dormitorio –le pidió la calmosa voz del dueño de casa.
Ella volvió a forcejear pero el metal dentado parecía haberse fundido con la cerradura.
-No puedo… -declaró al borde de la desesperación.
Escuchó murmullos masculinos y después la voz de Germán:
-Ponete lejos de la puerta. Vamos a intentar abrirla.
Se sentó al borde de la cama y avisó:
-¡Ya está!
Tres golpes potentes bastaron para romper la cerradura. Con el tercero, Sergio quedó tendido en el piso al perder el equilibrio.
-A sus pies, princesa –declamó antes de levantarse haciendo un gesto caballeresco.
Sofía no podía creer que su puerilidad nocturna había terminado en desastre. Pablo y Germán estaban dentro de la habitación impulsados por el envión. Detrás, se arracimaban las mujeres que la miraban con un gesto interrogante. Levantó la barbilla y se dirigió a Germán:
-Cuando vuelva a casa llamaré a un cerrajero y te haré arreglar la puerta. Y a un carpintero, también –agregó mirando el destrozo.
-Eso es lo de menos –observó él.- Nos preocupamos porque no respondías al llamado.
-¿Se puede saber por qué cerraste con llave? – inquirió Mónica.
Sofía no encontraba la respuesta. Sentía su rostro ardiente ante la indiscreta pregunta de su compañera.
-Yo se lo pedí –de nuevo la voz de su salvador- para que el viento no abriera la puerta.
Todas las miradas convergieron en la ventana que estaba herméticamente cerrada, pero aceptaron la explicación de hombre. Éste hizo un gesto a los concurrentes y propuso:
-Bajemos al comedor mientras Sofía se higieniza –y dirigiéndose a ella:- Te esperamos para desayunar.
La muchacha asintió con un gesto y sólo venció su inmovilidad después que desaparecieron. Se lavó la cara y se horrorizó de los rulos en que se había transformado su lacia cabellera de peluquería. Los humedeció para domarlos y bajó para reunirse con el grupo. El dueño de casa se acercó al pie de la escalera cuando los ojos de los demás anunciaron la aparición de Sofía. Le tendió la mano y la llevó frente a la mesa apartando una silla para que se sentara.
-¿Café con leche? –preguntó.
Ella asintió y pronto sus manos se calentaron con la taza humeante. Sobre la mesa, había varios platos con porciones de torta y budín. Él le acercó un plato:
-Probala. La hace la suegra de mi hermano. Como Mauro es diabético y ella no se da por enterada, me beneficio yo.
La joven rió por primera vez en el día. Mientras constataba que detrás del ventanal la lluvia seguía azotando el jardín, saboreó el trozo de torta y después terminó su desayuno con una porción de budín. Cuando despejaron la mesa, recogieron la ropa que ya se había secado al calor de la estufa y las mujeres subieron a cambiarse. Sofía observó con desaliento el daño infligido a su atuendo.
-No lo voy a poder usar… -se quejó.
-Le voy a preguntar a Germán si tiene aguja e hilos. Te puedo coser los breteles –ofreció Rocío que ya estaba vestida.
La joven se sorprendió gratamente. Con Rocío no había intercambiado más que saludos y alguna charla al paso, pues trabajaba en otra sección de la empresa. Hizo un gesto de asentimiento y su compañera se puso en marcha. Mónica se acercó y le dijo sin malicia:
-En serio, ¿por qué cerraste la puerta con llave?
-Porque me imaginé que entraría al dormitorio mientras dormía –dijo francamente.
-No me parece el tipo de hombre que atropellaría para estar con una mujer –manifestó Carina.- Pero que te mira con interés, no se le escapa a nadie.
-Tomando en cuenta tu opinión acerca de su educación –le respondió con ironía- mi decisión fue muy coherente.- Y antes de que Carina esgrimiera una protesta:- Sólo fue cortés– terminó.
-¡Le hubieras visto el gesto cuando te empujó esa trastornada! –intervino Mónica.- Creí que la iba a bajar de un golpe.
-Sofía. Reconozco que lo que dije en el auto fue una burrada. Hablé sin conocerlo. Creo que Germán es un tipo encantador que complacería a cualquier mujer- insistió Carina.
-¿Me lo estás ofertando? –rió la aludida.
-Mmm… por tu talante, creo que se vendió solo –declaró Carina uniéndose a la risa.
Un clima de mayor camaradería se había instalado entre las mujeres que compartían la convivencia forzada por el clima. Sofía se sentía inclinada por primera vez a tomar parte de una charla intimista. El giro que había tomado la conversación le provocaba un cosquilleo de euforia que desafiaba a su estructurada personalidad. Acordó para sí de que el hombre, al menos, la complacía a ella. La llegada de Rocío con los enseres para coser interrumpió su meditación:
-¡Victoria, chicas! En esta casa no falta nada –dijo exhibiendo el costurero.- En un abrir y cerrar de ojos, tu solera quedará como nueva.
-Mejor que sea en un abrir de ojos –sentenció Mónica- porque si los cerrás, Sofía podría quedar sin vestido para deleite del hombre silencioso.
-Ja, ja –pronunció la nombrada con voz átona pero sintiendo un secreto estremecimiento que no se atrevió a explorar.
Mónica y Carina bajaron entre risotadas mientra Rocío y Sofía se dedicaban a reparar la solera. En la sala estaban instalados Germán, Sergio y Pablo en compañía de un desconocido. El dueño de casa se los presentó:
-Chicas, mi hermano Mauro. Mauro: estas lindas jóvenes son Carina y Mónica.
Mauro saludó con un beso en la mejilla al dúo femenino que estaba descubriendo el encanto de la faceta mundana de Germán. Se sentaron en los sillones y observaron la lluvia tenaz que empapaba el espacio verde que revelaba la luz diurna.
-¿Adónde están las dos bellezas que faltan? –preguntó Sergio.
Carina y Mónica emitieron una risita cómplice.
-Rocío está reparando el vestido de Sofía –contestó Mónica.- Si Sofía aparece con el jogging, tendrás que buscarte una costurera que te cosa los botones –le dijo a Pablo con un ataque de risa.
Carina, recordando la conversación adonde aludían al contratista, se le unió mientras el resto se preguntaba el motivo de tanto jolgorio.
-Seguro de que a solas habrán cambiado impertinencias propias de mujeres – conjeturó Sergio.- ¿Alguna incluía mi persona?
-Para tu ilustración, no desperdiciamos impertinencias en cualquiera –chacoteó Carina.
-¡Ah! Entonces deduzco que involucraban a nuestro anfitrión –afirmó Sergio.
-Esa presunción corre por tu cuenta –dijo Mónica con gesto afectado y volvió a reír ante la perspicacia de su compañero de trabajo.
La diversión quedó interrumpida con la aparición de Sofía y Rocío, quien pese a las declaraciones difamatorias de Mónica, había cosido prolijamente la indumentaria de la joven. Germán se acercó a la escalera con una sonrisa y le tendió la mano a Sofía para ayudarla a sortear los últimos escalones. El gesto, que no pasó desapercibido para nadie, provocó algunas sonrisas y un intercambio de miradas entre las mujeres. Situación a la que ellos permanecieron ajenos porque el hombre había concentrado sus sentidos en la contemplación de la joven y ella en el tacto de la mano masculina. Se desasió con cierta sofocación cuando sus ojos tropezaron con la mirada risueña de un extraño. Germán, atento a su gesto, le presentó a su hermano. Ella lo saludó y se apresuró a unirse al grupo que presenciaba el temporal.
-Hacía mucho que no te veía esa expresión embobada –le dijo Mauro a su hermano mayor- desde que te enamoraste del fiasco de tu ex mujer. ¿Se puede saber por qué me lo ocultabas?
-Porque hasta hoy no lo sabía yo mismo –le confesó.- Siempre la ví en la oficina de Méndez y me gustó. Pero anoche pude apreciarla desde una perspectiva más intimista y… ¿querés la primicia? Creo que estoy enamorado.
-¿Anoche intimaron?
-¡No, despistado! ¿Para qué te mandé a la Facultad? Dije intimista, no íntimo.
Mauro sonrió ante la salida de Germán, un hermano mayor que había postergado su inclinación por la ingeniería para mantener con su trabajo los estudios de su hermano menor. Huérfanos de un notorio profesional que había muerto con su mujer en un accidente aéreo, quedaron a cargo del hermano de su madre que despilfarró los bienes para su manutención. Cuando Germán cumplió dieciocho años consiguió un trabajo fijo gracias a los conocimientos adquiridos ayudando a su progenitor, y se largaron de la casa del tío que no hizo hincapié en la edad de los muchachos ante la amenaza de denunciarlo por malversación de fondos. Mauro tenía en ese entonces doce años y recién comenzaba el ciclo secundario. Su hermano trabajó incansablemente para mantenerlos con dignidad y procurarle un futuro. No sabía Germán la admiración y la deuda de gratitud que Mauro guardaba hacia él. No necesitó el auxilio de su hermano menor, una vez recibido, para asegurarse el futuro porque sus dotes para el oficio de electricista le aportaron una selecta clientela. Hoy tenía una oficina bien montada y un asesor que le seleccionaba las mejores obras. Mauro se alegró por el entusiasmo de su hermano y se dedicó a observar a la muchacha con disimulo. Se había acercado a la gran puerta ventana que daba al exterior y miraba con fijeza hacia la pileta de natación. Hojas y ramas flotaban sobre la superficie como consecuencia del temporal. Pero sus ojos parecían escarbar entre la basura, hasta que dio un grito e intentó correr una de las hojas de la puerta. Germán estuvo a su lado en un santiamén.
-¡Por favor! –rogó ella.- ¡Abrí la puerta!
Él la abrió sin preguntar ante la urgencia que comunicaba su voz. La siguió cuando corrió bajo la lluvia y la vio vacilar al borde de la piscina antes de arrojarse al agua sucia.
-¡Sofía! –llamó, y se zambulló detrás de ella.
Mauro y los invitados contemplaban boquiabiertos al dúo que braceaba vestido y calzado en la pileta. Sofía estiró una mano cuando llegó al medio y pudieron ver que sostenía un pequeño gorrión en la palma. El ave volvió a caer en el agua y una vez más fue rescatado e impulsado con un envión fuera de la piscina para caer entre los ligustros que la bordeaban. Allí sacudió las plumas y corrió a esconderse entre el ramaje. Germán, braceando entre los restos vegetales, impregnado por la inmersión y la lluvia perenne, dejó oír una risa alborozada. ¿Qué otros prodigios le esperaban con esta muchacha? Nadó hasta la orilla y la esperó para izarla fuera del estanque. Quedaron enfrentados y chorreando agua. Sofía descubrió que había perdido una de sus sandalias y, con un gesto de resignación, se despojó de la otra.
-¿Por qué no me dijiste qué pasaba? –le dijo el hombre sin reprocharla.- Lo hubiéramos levantado con el saca hojas…
-Se hubiera ahogado. Estaba en medio de la pileta y tenía las plumas completamente empapadas. Creo que lo ví cuando emergía por última vez. Pero lo salvamos ¿verdad? –dijo feliz.
-Bueno, lo salvaste –contestó Germán complacido por la inclusión.- Yo te iba a salvar a vos.
-¡Si yo sé nadar! –rió.
-Eso todavía no lo sabía. ¿Secamos de nuevo la ropa?
Ella asintió y caminaron hacia el interior adonde fueron recibidos con vítores y aplausos. A los dos le sonaron a chacota, pero enfrentaron las pullas con un ademán ampuloso.
-Subí a cambiarte –le dijo Germán.- Después haré lo propio.
-¡Qué pareja! –exclamó Mauro.- Una mujer impredecible y un hombre instintivo. ¿Adónde van a ir a parar?
Los demás festejaron la declaración que coincidía con el pensamiento inexpresado por falta de familiaridad. El dueño de casa no se inmutó. En realidad, pareció divertido con el comentario de su hermano. Sofía bajó vestida con el equipo de la noche anterior. Se había puesto a guisa de zapatos unas gruesas medias que la hacían más menuda. Germán se la comió con los ojos antes de subir al vestidor para despojarse de las prendas mojadas. Ella se hizo la distraída y se acercó al grupo acomodado en los sillones.
-Congratulaciones, protectora de las aves – proclamó Sergio con mordacidad.- Es posible que hayas salvado al pájaro de morir ahogado, pero ¿quién te garantiza que no acabe en las fauces de un gato?
-¡Si practicaras, no podrías ser más desagradable! –estalló Mónica con furia.
Sofía ni le respondió. Carina la llamó:
-¿Sabés que la mujer de Mauro es alemana? –la anotició, y dirigiéndose al hermano de Germán:- Sofía habla perfectamente alemán e inglés.
-¡No me digas! ¿Me ayudarías a practicar un poco?
La joven le respondió en alemán y se enzarzaron en una charla que, como ninguno entendía, los fue dejando solos. Cuando volvió el dueño de casa los encontró riendo y a su hermano repitiendo algunas palabras que vocalizaba la joven. Apenas Mauro lo vio, le comentó con entusiasmo:
-¡Tu amiga es un hallazgo! Pronuncia el alemán con perfección y además habla en inglés.
-¡No tanto! –contestó Sofía.- Con inglés me falta práctica.
-En eso yo te puedo ayudar –dijo Mauro, y le echó una parrafada que a ella le costó seguir.
-¡Más despacio! –pidió la muchacha, plasmando en la mente de Germán peregrinas fantasías alrededor de ese reclamo.
Pronto se mezcló en la charla de un idioma que le era conocido porque se dedicó a estudiarlo para comprender los libros técnicos que hacían a su oficio. Sofía estaba más entrenada de lo que creía y respondió sin dificultad a las preguntas de sus interlocutores. Carina los interrumpió:
-¿Será posible que vuelvan a la Argentina? Aquí hay compatriotas que los extrañan.
-¡Perdón, Cari! Es que tengo pocas oportunidades de ejercitar mi inglés –se disculpó Sofía.
-Germán, nos estábamos preguntando si tenés una radio a pilas. Queríamos saber si continúa el corte de luz.
-Aquí por lo menos no hay –dijo dirigiéndose a un modular y abriendo una puerta para sacar la radio. La encendió y la sintonizó. Las noticias no eran buenas. Gran parte de la ciudad, especialmente la zona céntrica adonde residían todos, aún carecía de fluido eléctrico.
Para subrayar la oscuridad, el firmamento había vuelto a encapotarse y la poca claridad se fue sumiendo en tinieblas. Una extraña calma flotaba en el exterior de la casa poco antes agitada por la lluvia y el viento.
-Ahora no llueve –dijo Sergio.- Tendría que volver por mi auto.
-No lo sé –dudó Germán.- Parece que se está preparando otra buena tormenta.
Las mujeres se habían arracimado contra los ventanales y no perdían de vista los negros nubarrones perfilados por los relámpagos. Sofía tenía una expresión grave y ensimismada. Germán se le acercó y ella, conciente de su presencia, se volvió a mirarlo.
-Da un poco de miedo –dijo en voz baja.
Él sofocó el impulso de abrazarla y transmitirle con caricias y con palabras la seguridad de que a su lado estaría protegida. Fue más allá con su fantasía. Los imaginó en el refugio de su dormitorio ahuyentando con sus besos el temor de la muchacha. Cuidado, Germán, se dijo a sí mismo. Estás cargado como una batería y las consecuencias pueden ser imprevisibles. Empero se dejó inundar por esa ola de sensualidad que hacía tiempo no experimentaba. Un potente relámpago se fragmentó en un viento súbito y en un ensordecedor trueno que los sobresaltó. Sofía se acercó instintivamente a Germán que la acercó a su costado con un brazo. El cielo se quebró como el fondo de una colosal pileta derramando un torrente de agua que veló el paisaje exterior.
-¡Adónde habrá ido a parar mi auto…! –gimió Sergio.
-No sé cómo podés preocuparte por unas miserables chapas cuando hay gente que puede estar perdiendo sus casas –dijo Carina con reprobación.
-¡Ah! Parece que el virus que padece Sofía es contagioso… Ahora te dio por la protesta social. Y pronto estarás enrolada con los ecologistas.
-Sos un imbécil, ¿sabés?
-Y vos una cursi que no entiende que esa gente no se preocupa por lo que pierde porque nunca se lo ganó. Estas inundaciones vienen a darles la oportunidad de cambiar sus sucias pertenencias.
Carina lo abandonó para no agredirlo físicamente. Estaba convencida de que a ese cínico no se lo convencía con palabras. Se incluyó en el grupo compuesto por Mauro y el resto de sus compañeros. Hablaban sobre el inusual fenómeno climático:
-Deberíamos volver al departamento –decía Rocío.- Tomi debe estar aterrado.
-No te preocupes –la consoló su marido:- Tiene agua, comida y está bajo techo. Lo único que corre riesgo es el mobiliario.
-Apenas amaine los alcanzaré hasta sus casas –dijo Germán que se había apartado de Sofía con desgano para unirse al grupo.- Son las once. ¿Qué les parece un aperitivo liviano?
Antes de que respondieran escucharon ladridos. Miraron hacia la puerta del jardín desde donde los observaba un perrazo hecho sopa.
-¡Es Mendieta, el perro de mi jardinero! –exclamó Germán corriendo hacia el ventanal. Lo abrió y el animal entró y se sacudió salpicando al dueño de casa y a Sofía que lo había seguido. Una luz oscilante se acercaba a la casa.
-¿Quién es? –gritó a la oscuridad.
-¡Antonio, señor Navarro! –les llegó el sonido quebrantado por el viento.
El grupo se había apiñado detrás de Germán. Sin vacilar, se lanzó hacia la voz mientras ordenaba:
-¡Quédense adentro!
A poco su figura y la de un hombre empapado por la lluvia aparecieron detrás de la linterna que blandía el jardinero. Germán lo hizo pasar mientras lo interrogaba:
-¿Qué pasó, Antonio?
-¡El barrio se inundó y tenemos metro y medio de agua en las casas! –dijo casi sollozando.- Yo pude salir y llegarme hasta aquí pero dejé a mi mujer y los hijos arriba del techo. ¡El agua sigue subiendo, patrón, y nos va a arrastrar a todos!
-Tranquilo, Antonio. Voy a sacar los gomones del galpón y buscaremos a tu familia y a los que necesiten ayuda. –Se volvió hacia los hombres:- Los voy a necesitar para cargarlos en el auto. ¿Quién viene?
-¡Yo, yo…! –se ofrecieron de inmediato.
Lo siguieron hasta los fondos de la casa y subieron al coche dos amplios botes de goma y algunos salvavidas.
-Pablo, te vas a quedar en el auto para alejarlo de la inundación. Mauro, vos conducirás el otro gomón junto a Sergio. Yo voy con Antonio. –se volvió hacia las mujeres:- Ustedes esperen en la casa.
-¡Yo quiero ir para ayudar! –exclamó Sofía.
Él se detuvo un momento antes de subir al vehículo:
-No, Sofía, porque estaré más ocupado cuidándote que auxiliando a los inundados. Esperame –le dijo acariciándole una mejilla. Se volvió y subió al todo terreno haciendo una señal de despedida.
-¡Fatuo! –exclamó la muchacha con enojo.
-¡Ah…! Ese esperame viniendo de un caudillo es prometedor… -dijo Mónica que había asistido a la despedida.
-Yo no necesito que nadie me cuide, y estoy segura de que más ayuda no vendría mal.
-¿Por qué no entran y cierran la puerta? –propuso Carina.- Así nos enteraremos a qué viene el disgusto de Sofía.
Aseguraron los ventanales y se sentaron junto a Rocío. Ante el silencio de Sofía, Mónica y Carina cambiaron un guiño.
-¡Sofía!, queremos saber que te dijo el hombre rudo –arrancó Carina.
-Nada que les importe –contestó enfurruñada.
-Entonces, que hable la testigo –declamó la curiosa señalando a Mónica.
Sofía la fulminó con la mirada, pero Mónica se había posesionado de su papel:
-Voy a declarar la verdad y nada más que la verdad –dijo con gesto grandilocuente.- Estando en las cercanías de la puerta observé a un hombre enérgico ponerse al mando de una expedición de rescate y a una osada jovencita exigirle formar parte de su equipo. Entonces… -Sonrió con candor:- El hombre rudo acarició con su manaza la tersa mejilla de la jovencita y le dijo algo así como “si venís me voy a olvidar de los desamparados por hacerte el amor…”
-¡Callate! –la interrumpió Sofía.- ¡Es un invento tuyo!
-Una traducción, en todo caso –dijo Mónica con suficiencia.- ¡Ah! Y terminó con un tierno y enérgico “esperame”. ¿No es para morirse?
La heroína de la historia estaba atravesada por sentimientos contradictorios. Por un lado, acostumbrada como estaba a no ventilar sus asuntos personales con nadie, la fastidiaba la exposición de su diálogo por parte de Mónica; por otro, le seducía la idea de compartir sus sentimientos con las otras mujeres. Al mismo tiempo, la interpretación de su compañera connotaba las palabras de Germán con una significación que ella no había vislumbrado. ¿O no quiso comprender?
-¿Estás enojada? –la pregunta de Rocío la sacó de su abstracción.
-No –sonrió.- Pero conste que Mónica alteró el diálogo.
-¡Vamos, Sofía! Eso es lo que quiso decir. Y te confieso que me muero de envidia de sólo pensar en semejante hombre haciéndote el amor. ¿Te imaginás? Un vendaval por dentro y por fuera –alucinó Mónica.
Las chicas rieron y aplaudieron.
-¿No sería más emocionante que imaginaras tu propia escena de amor?
-¿Con el tuyo…? –le dijo maliciosa.
-La imaginación no tiene límites –sonrió Sofía reclinándose en el sillón.
Se obligó a no dejarse arrastrar por los ensueños porque una realidad penosa golpeaba a otros semejantes. Estaba intranquila por la suerte de los hombres que habían acudido a socorrer a los inundados. En realidad, se confesó, estaba intranquila por Germán. ¡Por todos!, amonestó su conciencia solidaria.
-¡Cómo quisiera estar ayudando y no con un nudo en el estómago sin saber que pasa…!
-Bueno –consideró Carina.- Rocío puede estar tranquila porque el jefe ordenó que se quedara cuidando el auto. En cuanto al insoportable de Sergio, me importa un pito lo que le pase
-¡No digas eso! Creo que la impertinencia de Sergio es sólo una postura. En el fondo es un tímido que no quiere pasar desapercibido. Va a cambiar cuando se enamore –afirmó Sofía.
-¿Adónde va a encontrar otra trastornada como él? –refutó su compañera escandalizada.
-Ahah… ¿Con que esas tenemos? Detrás de un gran rechazo hay un gran amor –zumbó Mónica.
Sofía y Rocío largaron la carcajada al ver el gesto de sorpresa y de disgusto de Carina.
-¡Retirá eso, descerebrada! Ni aunque fuera el último hombre sobre la tierra.
-No es para despreciar el chico – reiteró Mónica.- Joven, buen físico, apuesto, gana bien, sólo le falta sentido común…
Unos estridentes bocinazos las dispararon hacia la cochera. Pablo traía seis mujeres y cuatro nenas que requerían atención. Le dio un beso rápido a Rocío, les transmitió el pedido de Germán para que les proporcionaran ropa seca y comida caliente, y salió en busca de otro contingente. Tras un momento de confusión, Sofía se puso al mando:
-Yo soy Sofía –se presentó a una de las mujeres de más edad.- Veamos si aquí hay algún baño para que se cambien – informó mientras hacía señas a sus compañeras para que lo verificaran.- Yo voy a buscarles ropa seca.
Le pidió a Rocío que la acompañara y armaron los atuendos para grandes y chicas. Bajaron varios toallones para que se secaran, pero Carina y Mónica habían encontrado dos baños en la planta baja y ya tenían al grupo listo para vestirse. Mientras las últimas atendían a las refugiadas, Sofía y Rocío incursionaron por la amplia cocina.
-¿Qué vamos a cocinar? –preguntó Rocío.
-Una buena sopa caliente con todos los ingredientes que encontremos.
Abrieron puertas y cajones hasta encontrar utensilios y vajilla. De la despensa seleccionaron fideos secos y caldos concentrados, y del frigorífico verduras variadas. Se instalaron en la isla central y trozaron los vegetales que pronto estuvieron en la olla. Debajo de una de las mesadas encontraron una mesa redonda plegada adecuada para ocho personas con sus correspondientes sillas. La armaron y después de lavar y acomodar todo en su lugar, expresó Sofía:
-¡Qué lugar! ¡Si es más grande que todo mi departamento!
-Bueno… Si la interpretación de Mónica es acertada, puede que pronto sea tuyo -deslizó Rocío con intención.
-¿Vos también? Te tenía en otro concepto. Está visto que esas arpías pervierten a cualquiera –le dijo con seriedad.
Rocío se quedó de una pieza. La estudió con tanta cautela que Sofía no pudo contener la risa. Su compañera, aliviada, terminó por imitarla.
-Y ahora –dijo la hipotética dueña del lugar- una de nosotras debe cuidar la sopa y la otra acomodar a los comensales. ¿Qué elegís?
-¡Andá vos! Yo prefiero quedarme.
-De acuerdo. Ya vuelvo. –Giró con una sonrisa y salió por la puerta rebatible.
Un creciente murmullo anunció el arribo del clan de mujeres. Mientras Mónica colaboraba con Rocío, Sofía las ubicó alrededor de la mesa e hizo las veces de anfitriona. Se dirigió a Luciana, la mujer de más edad, esposa del jardinero:
-Sé que han pasado momentos muy penosos, pero lo más importante es que están a salvo –le dijo con afecto.- Estoy segura de que pronto se reunirá con su marido.
-¡Ah, señorita! Aunque yo sabía que mi Antonio volvería con ayuda, el agua seguía subiendo y arrastrando todo. No podía más que abrazar a mis hijos y gritarme con los vecinos para saber si estaban bien. ¡Le recé tanto a la virgencita para que nos protegiera…! Y entonces mandó ayuda. Mi Antonio apareció con el bendito de su novio y nos salvó.
Sofía la miró sorprendida. ¿A qué novio se refería? De la casa habían salido cuatro hombres y Luciana suponía que uno era su novio. Con una sonrisa le empezó a decir:
-No sé cuál suponés que es mi novio…
-El señor Navarro –atestiguó.
-Pero el señor Navarro y yo sólo somos amigos.
-¡Perdóneme si la ofendí…! Me lo dijeron sus amigas cuando pregunté quien era esa señorita tan amable.
-No tengo nada que perdonarte, Luciana. Es que mis amigas son unas bromistas inoportunas. –Se levantó mientras le aclaraba:- Ya debe estar la comida. Enseguida vuelvo.
Se acercó al trío y dijo en voz baja:
-¿No les parece que es detestable burlarse de esta mujer que ha sufrido una catástrofe?
-¡Vamos, Sofía! –cuchicheó Carina.- No fue con mala intención. También vos me cargaste con Sergio…
-¡Sí! Pero fue entre nosotras. Le hiciste pasar un mal momento a la pobre. –Miró hacia la cocina:- ¿Está lista la sopa?
-Sí –dijo Rocío.- Traé la bandeja para acomodar las jarras.
Entre las dos llenaron los recipientes y después los repartieron entre el agradecido grupo. Se apartaron para que comieran tranquilas y se sentaron en los taburetes de la barra. La vista no se apartaba de los ventanales azotados por la lluvia.
-¿Parará alguna vez de llover? –preguntó Mónica.
-Están tardando demasiado en volver. Quisiera saber cómo está Pablo –se lamentó Rocío.
-¿Y los demás, egoísta? –le reprochó.- ¿No podés llamarlo al celu?
Rocío la miró como si Mónica le hubiera revelado el método para ganar la lotería. Se llevó la mano hacia la cintura y enarboló el teléfono como un trofeo. Después marcó rodeada por sus compañeras.
-¡Pablo! ¿Adónde están? ¡No te escucho! ¿Estás… Están bien? –rectificó acordándose de la crítica de su amiga.- ¿Qué? ¡Pablo, Pablo…! Se cortó.- dijo con desaliento.
-Quedate tranquila –la calmó Sofía.- Si te contestó, es que está bien.
Rocío se obstinó en comunicarse sin resultados. Absortas como estaban a su alrededor, las sorprendió la irrupción de los hombres en la cocina.
-¡Aquí están los campeones, muchachas! ¡Un aplauso! –alborotó Sergio mojado como un pato.
Detrás de él venían Pablo, Antonio y los hermanos Navarro en idéntico estado. Germán paseó la mirada sobre todos los ocupantes de la cocina y se acercó a la mesa para saludar a las comensales. Con un gesto desechó los agradecimientos y escuchó con una sonrisa la charla de Luciana. Les dijo a sus acompañantes que fueran a cambiarse la ropa mojada y luego se acercó sin apremio a Sofía:
-Aquí hay una señora muy agradecida por tu atención –le dijo en voz baja.
-¡Ah, no es mérito mío! Las atendimos entre las cuatro –afirmó. Levantó la cabeza para mirarlo a la cara y encontró en los ojos del hombre un anhelo que le coloreó las mejillas y la hizo balbucear:- Deberías ponerte ropa seca.
Él sonrió y salió del comedor. De inmediato sus amigas, que habían estado pendientes de la escena, entablaron un diálogo haciendo caso omiso de su presencia:
-Ya te dije que el amor es ciego –le dijo Carina a Mónica.- ¿Te diste cuenta de que ni siquiera nos saludó?
-Y le agradeció a ella sola el trabajo que hicimos entre todas…
-No sean injustas –terció Rocío que se había desprendido de los brazos de su marido.- Yo escuché cuando le aclaró que habíamos participado todas.
-¡Psé! –resopló Mónica.- Entre casadas y futuras esposas se justifican.
Sofía se repuso con rapidez de la parodia montada por sus compañeras. Levantó la bandeja de la barra y se dirigió a la mesa, diciendo al pasar:
-Si terminaron con las bufonadas, hagan el favor de calentar la sopa. Algunas querrán repetir y a los hombres no les vendría mal un tazón.
-¡Lo que usted ordene, señora! – exclamó Carina y corrió a encender la cocina.
Sofía retiró los recipientes vacíos sin dejar de escuchar las risitas de sus amigas. Los enjuagó, los secó y los dispuso nuevamente en la bandeja listos para ser cargados. No me voy a enojar. ¿Y de qué me voy a enojar? Si debo reconocer que las bromas no me desagradan. Pero no somos amigas. ¿O esta convivencia obligada transformó la relación? No son maliciosas como Adelina. Me parece que tendría que darme y darles una oportunidad… La voz de Mónica la apartó de su divagación:
-¡La comida está caliente…!
-Gracias, Moni –respondió con una amplia sonrisa y llenó cuatro tazones para llevarles a las niñas.
Luciana la atajó a mitad de camino y le pidió la bandeja con un gesto:
-Ahora déjeme a mí, señorita, que ya se ha molestado bastante.
-¡Pero si no es molestia, Luciana! Andá. Andá a sentarte a la mesa que ya viene tu marido –le dijo con afecto y continuó hacia donde esperaban las chiquillas.
Repartía las porciones cuando entraron los hombres. Antonio saludó a su mujer y a sus hijas y se acercó a la barra con los demás.
-¡Señor! Con semejante camarera hasta cicuta bebería –declamó Sergio llevándose el puño al pecho.
-Lamento no tenerla en el menú porque con gusto se la serviría –ironizó Sofía.
-¿No les dije? Mata con sus buenos modales –declaró Sergio ante la diversión de los otros que ya estaban encaramándose a los taburetes.
La joven dosificó el contenido de la olla en cinco recipientes que Carina se ocupó de distribuir entre los varones. Mientras ellos comían, las amigas se reunieron en la sala. Detrás de los ventanales la lluvia aminoraba y caía despareja zarandeada por el viento sur.
-Va a componer –dijo Rocío.- No veo la hora de volver a casa.
-Sí –asintió Mónica- a prepararse para volver al yugo.
-La misma optimista de siempre –rezongó Carina.- Había logrado olvidarme de que hoy es domingo.
-¡Bueno, chicas! Recuerden lo que dice el ingeniero Méndez: “ustedes se quejan de puro llenas. Muchos quisieran ocupar sus puestos” –remedó Sofía con voz gutural.
-Y tener nuestro magro sueldo, y nuestras excesivas horas de trabajo… -agregó Carina.- Pero alegrémonos. Tenemos empleo y zafamos de la marginalidad. Lo que es todo un logro.
La entrada de los hombres interrumpió la conversación. Sergio caminaba detrás de Germán y éste asentía a los dichos del joven. Se detuvieron frente al grupo de mujeres que los miraban interrogantes:
-El temporal ha disminuido –abordó el dueño de casa- y mi intención es llevarlos a sus hogares. Pero con la anuencia de todas, pasaremos primero a buscar el auto de Sergio.
-¡Por favor, compañeras! –Suplicó el aludido mesándose el pelo.- ¡Digan que sí! ¡Es mi autito nuevo y sin él no soy nada!
Todas rieron de la pantomima de Sergio menos Carina, que dijo con expresión de fastidio:
-¡Sí! No intentés más explicaciones porque ya sabemos que es la prolongación de tu virilidad. Mejor vamos a recuperarlo antes de que termines castrado.
-¡Oigan, oigan a la damisela! –Exclamó Sergio con gesto escandalizado.- Si estuviéramos a solas, niñita, te haría cambiar de opinión –le dijo con intención.
-Ni lo sueñes, pendejo –aseguró Carina y le dio la espalda dando por concluido el altercado.
-Los espero en la cochera –anunció Germán que había asistido en silencio a la disputa.
El grupo pasó a saludar a las mujeres quienes, junto a Mauro y Antonio, preparaban dos habitaciones de la planta baja que les servirían de albergue hasta que pudieran volver a sus viviendas. Se despidieron con un abrazo y un sincero ofrecimiento de colaboración. Sofía intercambió su número de teléfono con Luciana y respondió en perfecto inglés el saludo de Mauro coronado con un beso en la mejilla. Se distribuyeron en el auto de la misma manera en que habían venido. En camino hacia el restaurante pudieron comprobar los destrozos que había dejado la tormenta: calles inundadas, árboles caídos, cables cortados. La lluvia se había transformado en una espesa llovizna y el viento soplaba con moderación. Dentro del vehículo cada cual estaba sumido en sus propios pensamientos. Germán, atento a los obstáculos que había desparramado el temporal, no podía sustraerse a la cálida presencia de Sofía y elucubraba pretextos para prolongar el inaugurado acercamiento. Por el momento, sólo se le ocurría dejarla en su casa en último lugar. A solas, buscaría la manera de convencerla de compartir el resto del día. Entraron al desvío que conducía al restaurante. Los vestigios del vendaval quedaban materializados en grandes charcos fangosos y fragmentos de madera del muelle destruido parcialmente. Sergio lanzó una exclamación:
-¡Ahí está, ahí está! –gritó al divisar a su vehículo.- ¡Ya sabía yo que no debía abandonar a mi fiel compañero! Debí quedarme a compartir su suerte –gimoteó grotescamente.
Germán estacionó la camioneta junto al auto y todos, salvo Sofía que estaba calzada con zoquetes por la pérdida de su calzado, se bajaron para observarlo. Los camalotes cubrían los asientos y colgaban del volante y el espejo retrovisor como guirnaldas navideñas. Un hombre salió de la casa de comidas y preguntó:
-¿Este auto es de ustedes?
-Es mío –aclaró Sergio sin quitar los ojos de los estragos causados por la creciente.
-Tuvo suerte, amigo –dijo el individuo.- Los muchachos lo aseguraron al árbol antes de que lo arrastrara la corriente. Ahora sólo tendrá que limpiarlo y secarlo.
-Déle las gracias a los muchachos –recitó Sergio con apatía pendiente de las condiciones de su flamante adquisición.
Abrió una de las portezuelas con cuidado y una mezcla de agua barrosa escurrió del interior. Hizo lo mismo con las puertas restantes hasta desagotar el fango acumulado. Las chicas miraban con conmiseración el rostro descompuesto de Sergio en tanto Germán, que se había acercado al hombre, le agradecía con palabras y una recompensa monetaria el salvamento del coche. Después volvió con el grupo y le aconsejó al joven:
-Será mejor que llames a la grúa para que lleve el auto a un taller. Te conviene antes librarlo de los camalotes.
-Está bien –asintió Sergio, y sacó el celular para llamar al auxilio mecánico.- Dijeron que estarán aquí al mediodía –informó después.- Los esperaré. –Y seguidamente:- Mujeres, ¿me ayudarían a limpiar el auto?
-¿Qué…? –Exclamó Carina con una mueca de asco.- ¡Si debe estar lleno de alimañas! No es trabajo de mujeres, cavernícola. Además, si no escuché mal, es tu fiel compañero. Asistilo vos para que te disculpe el plantón.
-Tenés menos sensibilidad que una piedra –le dijo Sergio.- Tu ironía es deplorable. -Para tu esclarecimiento, no hice nada más que darte un poco de tu medicina habitual. Molesta, ¿no? –señaló dando media vuelta y dejándolo solo.
El cuidador del restaurante se arrimó trayendo dos escobas y un secador. Junto a Sergio retiraron las plantas acuáticas y desagotaron el interior del coche. Germán volvió al lado de Sofía mientras los demás caminaban por los alrededores examinando los destrozos de la tormenta.
-Este Sergio es inclasificable –dijo con una sonrisa.- Nunca despertó mi simpatía y menos con las actitudes de anoche, pero hubo un momento en que si no hubiera sido por él yo estaría nadando en medio del río.
-¿Te arrastró el agua? - exclamó la joven.
Germán miró la carita alarmada y experimentó la absurda alegría de haber estado en peligro sólo por comprobar la preocupación de la muchacha.
-Él lo evitó. A riesgo de su seguridad, se aferró a la rama de un árbol y me sostuvo hasta que encontré un lugar firme para sujetarme. Un proceder poco usual en un individuo de sus características.
-No me sorprende –dijo Sofía.- Creo que bajo esa capa de cinismo esconde su miedo al rechazo.
-Creí que le tenías animosidad, pero me volvés a sorprender con tu interpretación –observó Germán.- Acepté la invitación de Méndez porque quería verte fuera de la oficina, pero no imaginé que detrás de la formal empleada convivieran una fervorosa ecologista y una lúcida sicóloga.
-Me asombra de que quisieras encontrarte con una formal empleada –dijo Sofía con una mueca.- No suena muy halagador, ¿sabés?
El hombre se cruzó de brazos y escudriñó las facciones de la joven. Estaba tan encantadora con esa expresión de enfado que tuvo que contenerse para no besarla. Después de un momento, le dijo con suavidad:
-He antepuesto cualidades internas a cada una de tus facetas porque pudieras molestarte si te dijera, por ejemplo, que ya me imaginaba tu belleza sin ese uniforme de secretaria, o que cuando te arriesgaste a salvar a ese gorrión estuve tentado de abrazarte delante de todos, o que cuando juzgaste con tanta tolerancia a Sergio me cautivaste aún más, o que este gesto de enojo me inspira besarte… Sofía, turbada por la declaración, volvió la cara hacia la ventanilla para sustraerse de la mirada del hombre y ocultar el rubor que encendía sus mejillas.
Germán estacionó el auto en la cochera y después de bajar cerró la portezuela de un golpe. Había repartido a los empleados de Méndez a sus domicilios y a Sofía en tercer lugar después de Pablo y Rocío. Fue la única vez que le dirigió la palabra y precisamente para hacerle ese pedido. Estaba contrariado consigo mismo porque estaba seguro de haber inquietado a la mujer con su intempestiva revelación. Antes de acceder a la sala, su hermano apareció en el estacionamiento.
-¡Ey! ¿A qué se debe tu enojo? –le preguntó por reconocer sus estados de ánimo.
-A que hace un rato dije cosas que debería haberme tragado.
-¿A tu damisela? No puedo creer que la hayas injuriado.
-Algunas veces las palabras dichas fuera de tiempo pueden sonar ofensivas. Así que tendré que empezar de cero.
-¡Vamos, hombre! –le dijo Mauro pasándole un brazo por los hombros.- No conozco a nadie más obstinado que vos. Si pudiste salir adelante con la carga de un hermano cuando aún eras un jovenzuelo, ¿qué no harás para conservar a esta jovencita?
Germán le dio un amistoso empujón y le revolvió el pelo. Era conciente del afecto de su hermano y este sentimiento compensaba cualquier sacrificio y renuncia del pasado. Pensó que sus palabras no provenían sólo de su apego sino del conocimiento de su carácter empecinado que nunca se daba por vencido. Había conocido a una mujer que lo sacudió de su inercia amorosa y renovó sus fantasías juveniles. No la iba a perder por un exabrupto. Animado por este pensamiento, entró al comedor perseguido por las preguntas de Mauro:
-¿Me vas a contar qué pasó? ¿Qué le dijiste para que se haya molestado?
-Que me gustaba y que la hubiera abrazado y besado. Después de esto, no me habló más – confesó riendo.
-A ver… A ver… No hay nada insultante en ese discurso. ¿Por qué habría de tomarlo a mal?
-Porque recién me conoce, tonto. Y pudo creer que era un intento de seducirla.
-¿Y eso no está en tus planes? –carcajeó su hermano.
-Al final, cabeza hueca –afirmó siguiéndole el juego.- Y ahora, basta de mis desventuras amorosas. ¿Por qué estás solo?
-Ingrid viajó a Salta por una promoción y vuelve el martes. Así que, viejo, ya que no podemos disfrutar de nuestras mujeres ni mirar una película, te propongo una partidita de ajedrez. A lo mejor tu enajenamiento me permite ganar –dijo con una sonrisa maliciosa.
Germán lanzó una risotada ante la insinuación de su hermano. Abrió una de las puertas del modular, sacó el juego y lo instaló sobre la mesa ratona. Con un gesto, lo invitó a la partida. Estuvieron jugando hasta las seis de la tarde, hora en que se presentaron en la sala Antonio, Luciana y otra mujer que dijo llamarse Asunta. Germán los invitó a merendar en la cocina adonde Luciana insistió en ayudarle. Él estaba admirado de la capacidad del grupo para reponerse de las penurias. Se sentó a la mesa con sus huéspedes y los acompañó con una taza de café solo. El jardinero le comunicó que se prepararían para trasladarse a la casa de unos parientes ahora que había dejado de llover.
-No hay apuro, Antonio, –le aclaró- pueden quedarse en la casa mientras lo necesiten.
-Gracias, señor Navarro. Ya hizo demasiado por nosotros. Pero Asunta, María y Dolores con sus hermanas tienen donde estar, y con mi Luciana y las chicas podemos acomodarnos en la casa de mi compadre hasta que baje el agua.
-Como quieras. Me avisarás si necesitan cualquier cosa.
Antonio asintió y terminaron de merendar en silencio. Las mujeres se levantaron primero. Poco después volvieron con el resto del grupo y prepararon un refrigerio a instancia del dueño de casa. Cuando todas hubieron dado cuenta de sus porciones, Luciana se ocupó de lavar la vajilla y se prepararon para salir. Germán hizo un primer viaje con las mujeres que no estaban emparentadas con el jardinero y después lo dejó, junto a su familia, en la casa del pariente.
La tarde caía con rapidez favorecida por umbrías nubes que opacaban la retirada del sol. La mayor parte del trayecto lo hizo a oscuras, sólo alumbrado por las luces altas del coche y los destellos de los relámpagos que presagiaban la continuidad del temporal. La imagen de Sofía lo acompañó con la melancolía de la expectativa malograda. La luz no iluminaba su barrio como a gran parte de la ciudad. Para evitar que se agotara la poca carga que quedaba en las baterías, le propuso a Mauro que fueran a cenar a una localidad cercana adonde sabía que el suministro eléctrico no faltaba. A las nueve de la noche estaban instalados en un comedor de la ruta a Roldán. Mientras esperaban la comida, paladearon un buen vino y charlaron:
-Sigamos con el tema de tu esquiva enamorada –propuso Mauro.
-Antes, hablame de cómo van las cosas con Ingrid. A vos te veo poco, pero a ella menos. ¿Sigue con el negocio de los perfumes?
-¡A todo vapor! Parece que su deliciosa naricita es la mejor aliada en esto de descubrir fragancias exclusivas –dijo Mauro riendo porque la personal nariz de Ingrid distaba mucho de ser pequeña.
Germán sonrió. Recordó la primera impresión que lo asaltó al conocer a su cuñada. En tan delicado rostro uno no podía asumir tan llamativa nariz aguileña. Pero después de hablar un rato con ella, su carisma desvanecía la importancia del apéndice nasal. Ingrid reconocía esta desproporción, pero Mauro, absolutamente enamorado de todos sus pedazos, la disuadió de someterse a una cirugía. Como el amor era mutuo, ella accedió con la condición de discutirlo más adelante. Llevaban cinco años de casados y el tema no se había actualizado.
-Por lo que veo, viaja más que vos. ¿Cómo lo tomás?
-Me escuece un poco, viejo, pero está tan ilusionada con su emprendimiento que me prometí no boicotearle el entusiasmo. De cualquier manera, hemos estado hablando de un bebé. Las finanzas dan para mantenerlo y para que Ingrid instale un local. Así que, hermano, me estoy esmerando en cada reencuentro.
Germán lanzó una risotada ante la confidencia de Mauro. Divertida, por el comedido informe de su relación sexual y de alegría, por saber de las aspiraciones paternales de Mauro. Su hermano lo observaba con expresión risueña.
-No te rías tanto que vas a ser el padrino y, como lo vamos a malcriar, te sacará canas verdes.
-No te perdonaría que el primero no sea mi ahijado, pero ¿por qué hablamos de él? Puede ser él o ella…
-Es cierto, pero Ingrid y yo siempre nos referimos a un él.
-Te prometo que también seré padrino de ella. Sin querer contradecirlos, claro… - manifestó con una sonrisa.
-Volviendo a lo tuyo -insistió Mauro- ¿por qué no la llamás mañana por teléfono? Dejás pasar esta noche, dejás que se le afloje el enfado… y mañana la invitás a desayunar.
-Primero, no sé su número de teléfono. Segundo, mañana viajo a Buenos Aires
-¿Y a qué se debe ese viaje?
-Voy a una exposición internacional de materiales eléctricos. Allí me voy a encontrar con Donald Farris.
-¿El presidente de Elcover? – Profirió Mauro asombrado.
-Así es. Y si tiene buena memoria, es posible que viaje con él a Inglaterra.
-¡Uh! Estoy impresionado. ¿Cómo lo conociste?
-En una circunstancia que le hizo pensar que me debe un favor. También fue en Buenos Aires, hace unos ocho meses. Iba yo para Pilar a un asado en la casa del Chnago, cuando vi al costado de la ruta a un tipo que hacía señas desesperadas a cualquier vehículo que pasara. Nadie paraba y me dio lástima, porque era noche cerrada y hacía un frío de cagarse. Me detuve varios metros adelante porque no podía maniobrar a la velocidad que venían los coches, y mientras retrocedía el hombre corría hacia mí. Abrí la puerta del auto para que subiera…
-¡Vos siempre tan confiado! –Interrumpió Mauro.- Algún día te vas a llevar una sorpresa…
-Me la llevé. Pero fue una buena sorpresa. Apenas se sentó, intentó chapurrear unas palabras en castellano para explicar su situación. Yo le contesté en inglés y ¡vieras cómo se le iluminó la cara! No podía creer que aparte de socorrerlo supiera hablar su idioma. Le propuse llamar al auxilio mecánico y me ofrecí a esperar junto con él. Me contestó que lo haría a la mañana, porque iba a una reunión muy importante. Supe que su auto había colapsado y con él todos los sistemas de comunicación. Terminó por ofrecerme mil dólares si lo llevaba al Sheraton de Buenos Aires.
-¡Qué momento, hermano! –dijo Mauro.- Un asado en la quinta del Chango o mil dólares. ¿Qué elegiste? ¡No! ¡Esperá, esperá! –lo atajó riendo.- Conociéndote, lo llevaste gratis.
-Me revientan tus aires de sabihondo. –Declaró Germán con una mueca.- Lo llevé gratis, sí, como lo hubieras hecho vos. Durante el trayecto se interesó por mis actividades, mi posición económica y mi vida familiar. Sabés que no me agrada hablar de mis cosas con un extraño, de modo que le contesté con cortesía pero sin decirle demasiado. Cuando llegamos al hotel, sacó una tarjeta y me dijo que, dadas mis actividades, esperaba encontrarme en la Expo de electricidad. Y agregó que sería un placer responder a mi gesto haciéndome conocer las instalaciones de su empresa.
-¡Habrás quedado en shock!
-No hasta llegar a Pilar adonde leí la tarjeta. De cualquier manera, no sé si después de tanto tiempo se acordará. Por las dudas, llevo mi pasaporte.
-¡Vos sos un tipo inolvidable! –dijo Mauro con ardor.- Supongo que no tendrás problemas para conseguir pasaje.
-Olvidate de eso, chiquilín. Viaja en jet propio –le aclaró con un gesto de suficiencia.
-Yo te voy a bajar de las nubes, grandullón. Si esa posibilidad se concreta, decime qué vas a hacer con tu amada. ¿O acaso creés que se va a bancar una semana de ausencia? Por no decir dos, o tres…
-En ese caso, vas a quedar encargado de averiguar su teléfono y pasármelo.
-¿Hacer de Celestina? ¡Ni loco! Te debo lo que soy, pero esto es demasiado.
Las bromas quedaron interrumpidas por la llegada de la cena. A medianoche pegaron la vuelta y Germán se desveló ante la expectativa del viaje y el recuerdo agridulce de sus reveladas emociones.
Sofía recorrió su departamento comprobando las luces de emergencia. La mayoría emitía un resplandor mortecino. La única que quedaba con carga completa era la del baño. El ruidoso generador instalado a la entrada del edificio sólo alimentaba el motor que llevaba agua a los tanques. Decidió ducharse antes de comer y terminar de agotar la batería en la cocina. Se despojó del jogging pero no del recuerdo de Germán. Las palabras del hombre la habían encerrado en una muda reserva que confundió con enojo. Y ahora, lejos de su presencia, reconoció que la habían perturbado. Con un suspiro, se metió bajo el agua caliente y estuvo largo rato bajo la ducha hasta relajar sus músculos tensionados. Después de secarse, se puso un pijama. La próxima tarea fue revisar la heladera. Vació el freezer y cocinó la carne. Dispuso los elementos perecederos en una bolsa que al día siguiente dejaría en el contenedor. Las verduras aún estaban en buen estado, de manera que cuando la carne estuvo lista, comió varias rodajas con ensalada. Calentó una taza de café y se acostó a las once de la noche.
El despertador sonó a las siete de la mañana. Se despertó con la sensación de haber descansado sin sobresaltos. Levantó la persiana del dormitorio y la tenue claridad del amanecer se filtró en el cuarto. Entrevió un cielo que parecía haberse despejado. Pulsó la llave de luz para comprobar, con desaliento, que aún carecía de fluido eléctrico. Su horario de trabajo era de nueve a cinco de la tarde, pero gustaba levantarse temprano para desayunar sin prisa. Cuando el mate estuvo listo, comió unas galletitas con mermelada y después circuló por el departamento para regar algunas plantas y verificar que todo estuviera en su lugar. A las ocho se vistió y salió media hora después para esperar el ómnibus que la dejaría a dos cuadras del trabajo. A las ocho y cincuenta marcaba la tarjeta de ingreso. Subió a su oficina, saludó a los pocos empleados madrugadores y se acomodó en su escritorio. Mientras resolvía los asuntos más urgentes, Carina pasó a saludarla:
-¡Hola, Sofía! ¿Cómo amaneciste?
-Como nueva. ¿Y vos? –contestó con una sonrisa.
-Seguro que no tan bien como vos –le dijo con un gesto pícaro- pero fastidiada por la falta de luz. ¿Cuándo se irá a arreglar? Sin la tele mis viejos están insoportables.
-¡Ja! El gran placebo de la comunicación –opinó Sofía.- Pero por lo menos en esta zona hay luz y negocios donde proveernos de comida fresca antes de volver a casa.
-Somos unos borregos. Nos conformamos con cualquier cosa –se quejó Carina.
-Es cierto, ¿no? Sólo podemos juntarnos cuando el gobierno se queda con nuestros queridos ahorros. Cuando no tengamos miedo de perder las cosas materiales, no nos vamos a conformar con cualquier cosa –afirmó Sofía.
-¿Estás hablando de una revolución? Porque sólo así podríamos zafar de este destino de esclavitud moderna.
-Mmm… En verdad, algunas veces pienso que las revoluciones sólo sirven para cambiar de opresores. Y si no, fijate que pasó con los líderes de la revolución francesa. Terminaron guillotinándose entre ellos… -se interrumpió mirando hacia la puerta.- Mejor que vuelvas a tu puesto. Acaba de entrar Méndez.
Carina le arrebató una hoja de memo del escritorio y salió con paso decidido, aclarando en voz alta:
-Enseguida te averiguo lo del presupuesto –y al cruzarse con el jefe lo saludó con una sonrisa:- ¡Buenos días, ingeniero!
El aludido le hizo un gesto con la cabeza e ingresó al despacho de Sofía. La mañana transcurrió sin mayores incidentes. A la una la joven hizo un alto para almorzar. Las dependencias del sindicato a la que era afiliada estaban a pocas cuadras del trabajo. Allí, además de contar con varias prestaciones como biblioteca, farmacia, óptica, gimnasio, sala de teatro y actividades recreativas, funcionaba un restaurante que ofrecía desayunos, almuerzos y meriendas a sus inscritos por un bajo costo. Sacó el ticket en la caja, tomó la bandeja, puso un pan, los cubiertos y pasó por los mostradores adonde levantó un vaso con gaseosa y la comida del día: sopa como primer plato, una hamburguesa con ensalada, y una fruta. Buscó un lugar donde sentarse y vio a Rocío que le hacía señas desde una mesa.
-¡Aquí hay lugar! –le dijo cuando se acercó.- Lo había guardado para Pablo pero me avisó que vendría más tarde.
-Gracias. ¿Cómo sabe la hamburguesa? –Le preguntó mientras se sentaba.
-Desabrida como siempre. Ponele un poco de mayonesa o mostaza –le ofreció unos sobrecitos que aún tenían la mitad de contenido.
Sofía usó el resto y se condolieron mutuamente por la falta de electricidad en sus respectivos barrios.
-Pablo opina que deberíamos mudarnos a la zona del centro ahora que se vence el contrato de locación, pero yo prefiero aguantarme algunas incomodidades antes que vivir en medio del caos. ¿Y vos cómo lo sobrellevás?
-Con resignación. Supongo que dentro de veinte años, cuando el departamento sea mío, los problemas eléctricos se habrán solucionado.
-No te olvides que hay un individuo que tiene una casa con generador eléctrico de última generación –acotó Rocío con un gesto de complicidad.- Quién sabe hasta cuando estarás en tu departamento.
-¡Eh! Que sólo fue un episodio fortuito. Creo que las circunstancias nos afectaron a todos. Pero el momento pasó y la rutina atropella como todos los días –dijo con cierto desaliento.
-No creo –porfió Rocío.- Germán demostró que estaba muy interesado en vos. Bastaba ver su expresión cuando te miraba. Apuesto que hoy mismo lo tendrás en la oficina.
-No me gusta hacer apuestas –dijo Sofía con un malestar que no comprendía. Rocío era una buena persona, pero sentía que se estaba inmiscuyendo en un terreno que era privado de ella. Ya no tenía ganas de comer la fruta. Se levantó y anunció con cierta brusquedad:- Méndez me espera para resolver un contrato. Nos vemos.
Salió a la calle ofuscada por sus sentimientos contradictorios. Por un lado, las palabras de Rocío se correspondían con sus secretos anhelos; por el otro, su típica desconfianza en las intenciones masculinas rechazaba la ilusión de un reencuentro. Esta corteza la protegía de los desengaños y la asustaban las expresiones de su amiga que amenazaban agrietarla. Aligerada por la comprensión, se dirigió a su despacho. La esperaba Adelina que le tendió un abultado sobre con las cobranzas del día.
-Dice el ingeniero que lo deposités mañana –dijo con sequedad.
-Todavía hay tiempo –respondió Sofía.- Es mejor llevarlo al banco.
-Lo necesita para hacer un pago a primera hora y dijo que lo guardés en tu caja. Si tenés alguna duda preguntale a él –expresó con fastidio.- Chau.
Sofía estuvo tentada de llamar a su jefe pero sabía que de hacerlo se ampliaría la brecha que la separaba de la secretaria. Y ya bastante tenía con el incidente del sábado por la noche. Metió el dinero en un cofre del cual sólo ella y Méndez tenían la llave y lo guardó en la caja de seguridad.
Germán Navarro no hizo acto de presencia esa tarde como su instinto negativo había supuesto. La desazón aumentaba cada vez que se abría la puerta del corredor. A las cinco de la tarde descolgó la cartera del perchero y se despidió de sus compañeros de trabajo. Bajó por las escaleras como era su costumbre y en la entrada se encontró con Carina y Rocío que salían del ascensor.
-¡Vení a tomar un café con nosotras! –invitó Carina.
-No puedo –mintió.- Me espera una amiga en el centro. Nos vemos mañana. –Y salió con rapidez hacia la parada de ómnibus.
El tiempo no había mejorado. Esperó casi media hora su colectivo rumiando su desilusión. Germán era como todos. Una noche atípica y la posibilidad de una aventura habían dictado sus palabras en el auto. Soy una ingenua. Por momentos le creí. Y me gustó. Parecía sincero y sus miradas y gestos eran… tan tiernos. Me hizo sentir protegida. ¿Desde cuándo el sentimiento de indefensión me conmueve? ¿Será porque viví luchando contra la adversidad y ahora quiero que alguien me defienda un poco?...
Sus pensamientos quedaron interrumpidos por la llegada del ómnibus. Venía repleto y se detuvo porque alguien bajaba por la puerta delantera. Un hombre que se había apeado para dejar descender al pasajero, le hizo un gesto para que subiera primero y luego se afirmó detrás de ella. Un ademán gentil que reavivó su reciente soliloquio. Se adelantó para marcar la tarjeta y obligó a su mente a transitar otros derroteros. Cuando bajó del transporte caía una espesa llovizna. Corrió la media cuadra hacia su casa notando que las luces de la calle se habían encendido ante la temprana oscuridad provocada por la tormenta. ¡Habían restituido la energía eléctrica! Mientras cenaba, encendió el televisor y escuchó que pronosticaban el fin de la lluvia. Revisó su correo antes de acostarse y ahuyentó cualquier especulación relacionado con Germán.
La mañana, como queriendo congraciarse con los profetas del tiempo, despuntó con un cielo despejado y la inminencia del sol. Sofía ejecutó sus rituales diarios y marchó hacia la oficina. A las diez, Méndez le pidió por el teléfono interno los saldos bancarios.
-Controle el Rioplatense, Sofía. Ayer le mandé depositar cincuenta mil pesos.
–Los tengo en el cofre -contestó con sobresalto.
-¿Se puede saber por qué tomó esa decisión? –la voz de su jefe sonaba disgustada.
-Adelina dijo que usted quería tenerlo disponible a primera hora de la mañana.
-Debió entender mal, porque libré para hoy un cheque de cien mil pesos y el saldo es de sesenta mil. Hable al banco inmediatamente para que le reciban el depósito antes de la hora de atención al público.
-Sí, ingeniero, ya lo preparo –respondió, contrariada por el error.
Se comunicó con la tesorera del Rioplatense y le advirtió que enviaría al cadete para hacer el depósito. Confeccionó la boleta mientras se reprochaba no haber confirmado el día anterior una orden que le había resultado anómala. Todo por no crear más discordia con la secretaria. Abrió el cofre y se quedó mirando el interior como aturdida. El grueso sobre no estaba. Revolvió los papeles que contenía negándose a aceptar el hecho consumado de que había desaparecido. Un vacío doloroso se instaló en sus entrañas cuando tomó conciencia de la falta. ¿Cómo justificarla ante su jefe? Se levantó con el corazón palpitante y se dirigió hacia el privado de Méndez. Golpeó la puerta y una voz la autorizó a entrar.
-Ingeniero –dijo angustiada- ayer guardé el dinero en el cofre y ahora no está- la confesión brotó de sus labios atropelladamente.
-¿Qué dice?
-Que el sobre no está en el lugar en que lo dejé.
-¿Dejó el cofre fuera de la caja de seguridad?
-¡No! Esta mañana lo saqué de la caja como todos los días, pero al abrirlo el sobre ya no estaba.
-A ver, Sofía –dijo con forzada calma,- ¿le ha confiado usted a alguien las llaves de las cajas?
-Bien sabe que no, ingeniero, pero alguien más debe tenerlas para explicar esta irregularidad –afirmó desde la seguridad de quien no había cometido ningún ilícito.
-Si usted no se las ha cedido a nadie, sólo yo y mi hijo tenemos las otras copias. No pensará que mi hijo que se encuentra en Inglaterra haya sacado el sobre ¿verdad?
Sofía tomó aire y preguntó:
-¿Adelina no tiene las llaves?
-¿Desconfía de mi secretaria?
-Sólo digo que ayer mintió cuando me dijo que usted mandaba no depositar el dinero y que nunca cargó en el sistema el cheque diferido que vencía hoy. Si lo hubiera hecho yo hubiera depositado el efectivo a pesar de su orden.
Con el rostro ensombrecido su jefe pulsó el intercomunicador:
-¡Adelina! Venga de inmediato a mi oficina.
La mujer se presentó al instante. Miró con menosprecio a Sofía y dijo con mansedumbre:
-¿Me necesitaba, ingeniero?
-Quiero saber por qué le indicó ayer a Sofía que no depositara las cobranzas.
-¡Señor! Yo sólo le entregué el sobre. Considero que ella sabe muy bien cuál es su trabajo para darle indicaciones –dijo con desparpajo.
Sofía la escuchó asombrada. Ahora estaba segura de que en la desaparición del sobre estaba involucrada la mujer que mentía con tanta soltura.
-¿Y por qué no ingresaste el cheque que vencía hoy? – la interrogó con aspereza.
-Me parece que estás un poco alterada porque el cheque está ingresado –alegó con arrogancia.- Cerciórese, ingeniero, y verá que el banco aparece hoy en descubierto. -Adelina la miraba triunfante.
-Hasta recién no estaba registrado el cheque en el sistema –aseguró Sofía.- El saldo de bancos es lo primero que controlo cuando llego y ninguno estaba en descubierto.
En la pantalla del ordenador de Méndez relucía en rojo el saldo del Rioplatense. El hombre dirigió una mirada inquisitiva hacia Sofía.
-¡No es posible! –la encaró a Adelina.- Lo acabás de ingresar.
-Lo pasé en su momento, y debo decir que no entiendo a qué se deben tus ataques –señaló ofendida.
-A que falta el sobre con el dinero que te aseguraste que no depositara –le aclaró con fiereza.
-¿Y a mí qué me decís? La única empleada que tiene las llaves sos vos y el ingeniero no se robaría a sí mismo, creo… –agregó mirando a su jefe con una sonrisita de complicidad.
Sofía estaba pálida. Méndez y Evelina la observaban con suspicacia, pero a ella no la impresionaba la mirada de la secretaria, sino la de su jefe que iba mudando hacia la desconfianza.
-¡Usted no puede creer que yo tomé ese dinero! –alegó con desesperación.
-Déjenos solos, Evelina –pronunció el ingeniero.
Cuando se cerró la puerta tras ella, el hombre miró a su empleada:
-¿Qué se creía, Sofía? ¿Que esta suma iba a pasar desapercibida? Si necesitaba algo, podríamos haberlo charlado.
-Por lo visto usted está convencido de que yo me apropié del dinero y nada de lo que diga le hará cambiar de opinión. Me han tendido una trampa y no me equivoco al decir que fue su secretaria. Si hay algo de lo que me precio es de ser honesta. Jamás me quedaría con algo ajeno. ¡Tiene que creerme! –Se sentía inmersa en una pesadilla.
-Lo cierto es que ninguno de sus argumentos de disculpa son válidos –dijo por fin el hombre.- No puede probar que Evelina le haya dado ninguna orden, el cheque está ingresado desde hace un mes, y sólo usted dispone de las llaves. ¿Qué pensaría en mi lugar?
-Yo no lo robé. Tampoco puedo devolver esa cantidad –expresó con desaliento.
-Aunque lo hiciera, Sofía, se dará cuenta de que para usted ya no hay lugar en esta empresa. No la voy a denunciar a cambio de que hoy mismo envíe su renuncia. Se le liquidarán los haberes proporcionales de este mes cuando llegue el telegrama. Si le sirve para algo, le diré que me ha decepcionado. No suelo equivocarme cuando juzgo la calidad moral de las personas –detuvo con un gesto la protesta de la muchacha.- Vaya por sus cosas y devuélvame las llaves antes de irse.
Sofía salió intentando contener las lágrimas de rabia y de vergüenza. Tropezó con Mónica que la siguió hasta su despacho al ver su semblante descompuesto.
-¿Qué te pasó? ¿El viejo se lanzó con vos?
Sofía se derrumbó sollozando en su sillón. Cuando pudo controlarse le dijo a Mónica:
-Más tarde te explico –puso sus pertenencias en un bolso bajo la mirada compasiva de su amiga y se despidió:- Hoy no tengo ánimo. Mañana, cuando salgas del trabajo, pasá por mi casa. Yo te voy a dar mi versión de lo que vas a escuchar hoy en la oficina.
Pasó por el despacho de su jefe y sin palabras dejó las llaves sobre el escritorio. Después, corrió hacia las escaleras y su incierto futuro.
Deambuló por la calle intentando encontrarle sentido a la afrenta vivida. ¿Tanto la odiaba Evelina para hacerle perder el empleo y el buen nombre? ¿Y cómo había ingresado el valor con una fecha vencida si el sistema no lo permitía? Sólo con intervención del personal de cómputos, concluyó. Vaya a saber qué mentira les contó para que la ayudaran a salvar un error. Cuando las lágrimas volvieron a asomar, tomó un taxi para llorar a solas en su casa. Descolgó el teléfono porque intuía que sus compañeras de trabajo intentarían comunicarse con ella. Dio rienda suelta a su congoja y se fue a dormir sin cenar. El despertador sonó a las siete como siempre. Desayunó y tomó conciencia de su estado de desempleada cuando recordó que debía mandar el telegrama de renuncia. Salió del correo sin deseos de encerrarse toda la mañana en su pequeño hábitat, de modo que bajó por la peatonal hasta la costa. Se sentó en uno de los bancos que miraban hacia el río y como no quería pensar en su trabajo, pensó en Germán. Los dos días que la separaban del domingo semejaron años. ¿Podían pasar cosas irreversibles en tan corto tiempo? Sí. Y la prueba de ello era la carencia de trabajo y la posibilidad, si no encontraba otro empleo, de perder su departamento. Si hubieras vuelto… Este mal trago habría sido soportable. ¿Pero que vas a pensar de mí cuando la dulce Evelina se ocupe, porque estoy segura de que se va a ocupar, de contarte mi humillante retirada? ¿Le vas a creer? ¿O me buscarás para escrutar mis ojos cuando yo te diga mi verdad? No, soy una ilusa. Ella es una gran mitómana. Te convencerá…
-Hola, linda –el timbre masculino acalló su voz interior.- ¿Puedo hacerte compañía?
Lo calibró antes de responderle. Era un joven casi de su edad y distendía su rostro en una jovial sonrisa. ¿Qué tenía que perder?, pensó. A lo sumo se despediría si se ponía pesado. El muchacho se sentó y le tendió la mano:
-Me llamo Gabriel, ¿y vos?
-Sofía –dijo estrechándosela.
-¿Vivís por acá?
-No. ¿Y vos?
-Sí. Y lamento no tenerte de vecina. Así te vería todos los días.
Ella se rió halagada. El muchacho se veía muy seguro. Se sintió distendida y empezó a disfrutar de esa hermosa mañana de sol. Ya tendría tiempo de meditar sobre su desventura.
-¿Qué te parece si tomamos un café? –Él señaló un coqueto barcito que tenía mesas con sombrillas en una pequeña terraza con vista al río.
-Es que no traje plata… -le aclaró.
-Te estoy invitando –dijo Gabriel.
-Entonces, acepto –se levantaron juntos y juntos caminaron para instalarse debajo de una sombrilla.
El café venía acompañado de una porción de torta que Sofía no despreció. Hacía un día que no comía y su estómago le agradeció.
-¿A qué te dedicás? –le preguntó.
-Soy ingeniero. Trabajo en el sur y ahora estoy visitando a mi familia. Mamá, papá y hermanos –aclaró.
-Bueno –dijo Sofía.- Si con eso querés referirte a tu estado civil, es un pobre testimonio. Podrías tener mujer e hijos en el sur. –Se sentía atrevida.
Gabriel se rió con ganas. Pensó que esa jovencita le gustaba tanto de físico como de temperamento. Lástima que la estaba conociendo poco antes de marcharse.
-Recibido. No tengo mujer ni hijos. ¿Y vos?
-¡Tampoco, por favor! –rieron juntos.- Debe ser poco llevadero estar tan lejos y al final de la jornada no tener con quien compartirla –añadió Sofía.
-Ninguna conclusión más acertada. ¿No te gustaría vivir en el sur? –preguntó Gabriel con un matiz de ansiedad velado tras la sonrisa.
-¡Ah! No es mi mejor momento, joven, –bromeó.- Desde ayer para atrás podría haberlo pensado, pero hoy sería sólo un lastre.
-No lo creo. ¿Pero qué gran catástrofe se interpone entre nosotros? –cuchicheó Gabriel en tono conspirativo.
Sofía lo evaluó nuevamente. ¿Qué mal haría en contarle al muchacho el fraude que le costó su empleo? No tenía intención de volver a verlo ni le daría ningún dato para que pudiera ubicarla. Le relató concisamente la maquinación de su compañera de trabajo y la tortuosa reacción de su jefe. Terminó la historia con la voz quebrada y la misma sensación de escarnio que creía haber superado. Volvió la cabeza a un costado para evitarle el espectáculo de las lágrimas que desbordaban sus ojos. Una mano le tendió un pañuelo para que las enjugara. Gabriel la miraba con un dejo de ternura y conmiseración.
-¿Ves? –se oyó decir- No soy buena compañía para nadie.
-Voy a decir algo reiterado –señaló Gabriel:- No hay mal que por bien no venga. En poco tiempo te felicitarás por no alternar más con esa manga de cretinos. ¡Estoy seguro de que te espera un trabajo mejor! Y si no, venite al sur conmigo, ¿eh?
Sofía hizo una mueca y le devolvió el pañuelo. Ahora quería volver a su casa.
-No me des una falsa dirección o un falso apellido –dijo el intuitivo joven tendiéndole una tarjeta.- Mañana vuelvo a Comodoro y aquí están mis teléfonos. Me gustaría saber de vos. En serio. Como amigo.
-Gracias Gabriel. Perdoname si te hice sentir fatal. Cuando esté encaminada te llamaré.
Él la miró alejarse y presintió que no la vería más. Una pena, pensó. El sur en su compañía sería doblemente mágico.
Sofía llegó a su departamento y lloró un poco más. Hizo un esfuerzo por rescatar a la mujer firme que había sido y se dedicó a estudiar sus finanzas. Con la inflación, la cuota del departamento absorbía la mitad de su sueldo. No tenía ahorros y este mes cobraría por veinte días. ¿Cómo viviría? ¿Y cómo podría afrontar la hipoteca los meses venideros? Necesitaba conseguir un empleo cuanto antes. De pronto el cansancio la agobió. Se retiró al dormitorio y se tendió vestida en la cama. El timbre de la puerta la despertó. El reloj de la salita marcaba las seis de la tarde. Bajó a abrirle a Mónica que venía con Carina y Rocío. Sus amigas la estrecharon sin palabras, y en esos abrazos comenzó a restañarse la herida de su autoestima.
-¿Café, mate o té? –preguntó mientras las mujeres se instalaban en la salita.
-¡Mate! –fue la respuesta unánime.
Mientras el agua se calentaba, puso galletitas dulces y saladas en una bandeja y poco después las llevó con el equipo de mate.
-¡Yo cebo! –ofreció Carina.
Sofía aceptó sin cuestionar. Le gustaba tomar la infusión pero no cebar para una ronda.
-¿Y qué se comenta en la oficina? –preguntó con una sonrisa desvaída.
-Nuestro benemérito jefe nos reunió en su despacho y nos comunicó que habías renunciado debido a un faltante de caja –respondió Mónica con una mueca. Y agregó:- De más está decirte que nadie se lo creyó, sobre todo por la insufrible presencia de Adelina que parecía un gato que acababa de tragarse al canario.
-Bueno, esa mujer no sabe cómo me ha jodido la vida con su manejo y espero que no se entere porque sería doble su satisfacción.
-¿Qué pasó realmente? –dijo Rocío inclinándose hacia ella.
Miró a cada una de sus amigas y les relató detalladamente lo sucedido agregando al final:
-Todo estaba preparado, desde la falsa orden de no depositar hasta el ingreso tardío del cheque posdatado. Era muy fácil para ella hacerse de una copia de las llaves y de la combinación de la caja fuerte que Méndez tiene anotada en su agenda. Sólo quisiera saber quién, de la oficina de cómputos, le facilitó registrar ese valor con la fecha real en que fue librado.
-¿Habrá sido Sergio? –observó Carina.
-¡No, no lo creo! –contestó Sofía.- Yo sé que no es santo de tu devoción, pero lo creo incapaz de semejante bajeza.
-Mmm... No si la villana lo enredó en una de sus mentiras –porfió.- Estate segura de que lo voy a averiguar.
Carina había llegado a la misma conclusión que ella. Daba lo mismo que fuera Sergio u otro porque ambos habían sido víctimas de un engaño. Aceptó el mate que le ofrecía y le confesó al grupo su mayor preocupación:
-Lo que me desvela es perder el departamento por no poder pagar la hipoteca. Este mes zafo porque me tienen que liquidar el aguinaldo y las vacaciones proporcionales, pero si no consigo pronto otro trabajo…
-¡Vas a conseguir, vas a conseguir…! –exclamó Carina- Sos una empleada eficiente, conocés dos idiomas y tus antecedentes son intachables.
Sofía la miró levantando las cejas.
-Está bien, está bien… –insistió Carina.- No sólo en esta empresa pueden dar referencias tuyas.
-Sólo que las anteriores tienen más de diez años de antigüedad. ¿Cómo justificar que no he trabajado en tantos años? Pensarán que mis conocimientos están desactualizados.
-Mirá, Sofía –intervino Mónica.- Tenemos un mes por delante. Nos pondremos en campaña para ayudarte a buscar un trabajo. Estamos en contacto directo con todos los proveedores y contratistas de la empresa. Cualquiera de ellos quisiera tenerte entre sus empleados.
-Sobre todo Germán. ¿Verdad chicas? –dijo Rocío con entusiasmo.
-No sé si la querrá como empleada –rió Carina.- Pero seguro que la quiere…
-¡Les prohíbo! ¿Entienden? ¡Les prohíbo que le pidan a ese hombre cualquier favor para mí! –exclamó Sofía agitada.
-¡Eh! No es para tanto… Era sólo una posibilidad –dijo Carina sorprendida por la reacción.
-Miren, les agradezco su preocupación, pero este problema debo resolverlo yo sola –dijo en tono amigable.- Y ahora, cambiemos de tema. ¿Quieren ver mis nuevos cactus?
Las tres se levantaron para seguirla hasta el pequeño balcón, admiraron las plantas florecidas y ninguna volvió a referirse al tema que las había convocado.
Carina abordó a Sergio a la salida. Ante la extrañeza de su compañero lo invitó a tomar un café.
-¿A qué se debe este inusual acercamiento? –dijo con gesto sardónico.
La joven contuvo una réplica hiriente. Si quería obtener respuestas de Sergio era mejor evitar enfrentamientos. Fueron al bar de la esquina y Sergio aumentó su incomodidad al no emitir palabra. Sólo la miraba con esa sonrisita que la irritaba. ¡Lo que una hace por las amigas!, pensó. Para no prolongar más el silencio, lo interpeló directamente:
-¿Vos le ingresaste un cheque a Adelina?
-Sí. ¿A qué viene esa pregunta?
-A que sos el responsable del despido de Sofía –dijo con enojo.- A pesar de que ella te defendió, yo sabía que habías sido vos.
-¡Un momento! ¿Qué tengo que ver con el faltante de caja? Méndez la echó por eso.
-¿Y vos te lo creíste? ¡Qué poco la conocés!
-Trabajo en otra sección. ¡Qué voy a saber de las intrigas de la parte administrativa! Y para serte franco: no me interesan. Lo siento por Sofía… –y agregó a modo de defensa:- Ahora que lo decís, en ningún momento pensé en que era una persona deshonesta. Más bien lo atribuí a un manejo descuidado.
-Esa no es Sofía –dijo Carina con desaliento.- Lo cierto es que tenés que hablar con Méndez y contarle del manejo de Adelina.
-¡Estás loca! ¿Eso haría que Sofía recupere el trabajo? ¡No! Lo sabés bien. Adelina lo tiene completamente engatusado al viejo. Lo más probable es que yo también terminara despedido. Y ahora que cambié el auto…
Carina lo miró con desprecio. La actitud de Sergio confirmaba la impresión que tenía de su temperamento.
-Sabía que no podía esperar un gesto digno de vos, pero le debía a mi amiga el intento de apelar a una fibra que no tenés.- Hizo un gesto hacia la camarera, sacó el monedero y dejó sobre la mesa un billete al tiempo que se levantaba:- Espero que tu cobardía, al menos, no te deje dormir.
Sergio la siguió en su salida intempestiva. La alcanzó en la puerta y la detuvo por un brazo. Carina se volvió furiosa:
-¡No me toqués! Me das asco…
El muchacho la soltó y la miró como si no la conociera. Por primera vez descubría a la mujer tras ese continente airado que lo rechazaba. ¿Había estado tan absorto en Sofía que no había reparado en lo bonita que era Carina? Y rubia, además. Con lo que a él le gustaban las rubias… Pero éste no presagiaba ser un buen comienzo. ¿Cómo podía haber un comienzo con una mujer que siempre lo trataba con desdén? Porque si bien a Sofía él no le interesaba, nunca lo desairó. ¿Tal vez debería revisar su comportamiento? Estos pensamientos relampaguearon en la mente de Sergio y se encontró diciendo:
-Está bien. Le voy a entregar mi cabeza al verdugo. Pero con una condición.
-¿Cuál? –dijo ella mirándolo con desconfianza.
-Que aceptes salir este fin de semana conmigo.
Carina lo miró boquiabierta. ¿Estar a solas con ese pelmazo? ¿Qué tenían en común? Sólo se cruzaban en la oficina. Algunas veces en el comedor, y en los tres festejos de fin de año que habían compartido con los integrantes de la empresa. Sin olvidar la reunión del último fin de semana adonde había hecho gala de su proverbial desubicación. Bien, si el buen nombre de Sofía dependía de una salida, estaba dispuesta a sacrificarse.
-De acuerdo. Si le contás la verdad a Méndez, saldremos el sábado. Y se lo decís ahora. Todavía no se fue. Yo voy con vos –dijo decidida.
Sergio esbozó una sonrisa y la siguió en su apresurada marcha hacia la oficina. ¡Vaya! Por primera vez me voy a jugar por dos mujeres. Y las dos merecen la pena. ¿Se lamentará la linda Carina cuando Méndez me eche de una patada en el culo? Porque si tiene que elegir entre yo y Adelina… Tal vez sea hora de darle crédito a Mario e independizarme. Sí. Creo que nos iría bien.
-Subamos por la escalera –propuso Carina- haremos más rápido.
El muchacho la siguió admirando la figura bien torneada que subía los escalones con agilidad. Su jefe estaba esperando el ascensor y la joven le hizo una seña para que lo detuviera.
-¡Ingeniero! –llamó Sergio.- Necesito hablar con usted.
-¿No puede dejarlo para mañana? –dijo el hombre mirando su reloj.
-No. Es importante –insistió Sergio.
-Lo escucho, entonces.
-Aquí no, ingeniero. Es un asunto privado.
Méndez volvió a su oficina con gesto contrariado. Abrió la puerta y preguntó:
-¿Entran los dos?
Carina asintió con la cabeza y pasó delante de los dos hombres. Su jefe se ubicó detrás del escritorio y les indicó que se sentaran. Después esperó a que hablaran.
-Verá, ingeniero –dijo Sergio con calma.- Carina me ha impuesto de uno de los motivos por los que despidió a Sofía, y es mi deber decirle que el martes, alrededor de las diez de la mañana, Adelina me pidió que le ingresara un cheque posdatado que había olvidado asentar el día de emisión. Me suplicó reserva por temor a ser sancionada y yo le hice el favor sin imaginar las consecuencias.
Méndez lo escuchó sin interrumpirlo. Un largo silencio sucedió a la confesión. Carina estaba demudada y miraba alternativamente el rostro grave de su jefe y el distendido de Sergio. ¿Cómo reconocer en este hombre nuevo al insolente compañero de trabajo? Debía reconocer que se había comportado con rectitud. Sofocó un incipiente estremecimiento de aprobación que aleteaba en su interior. La voz del jefe la centró en la realidad:
-No tengo por qué dudar de sus palabras y creo que fue impropia la conducta de mi secretaria, pero eso no quita la desaparición del dinero.
-¡Pero, señor! –se atropelló Carina.- Si el saldo del banco hubiera estado en rojo, Sofía habría depositado el efectivo.
-¿Quién lo garantiza? –contestó con aspereza.
-Yo, porque conozco la integridad de mi amiga. Así como no pudo constatar el faltante bancario por una maniobra fraudulenta, estoy segura de que ella no se apropió del dinero.
-Con lo que usted afirma que aún queda un ladrón dentro de la empresa –dijo Méndez con sarcasmo.- ¿Y tiene usted alguna prueba de quién podría ser?
Carina se mordió los labios y balbuceó:
-No, señor. Pruebas no. Pero sí sospechas.
-¡Eso no me sirve! Lo hecho, hecho está. Y si no tienen evidencias concretas, aquí se ha terminado el asunto.
Sergio se incorporó y tomó del brazo a la muchacha antes de que plasmara en palabras lo que su cara revelaba.
-Vamos, Carina. Se terminó la audiencia.
Ella caminó como una autómata odiándose por no haberle dicho a su jefe lo injusta que consideraba la decisión. Cuando salieron a la calle, Sergio se ofreció a llevarla a su casa. No hablaron durante el viaje, cada cual sumido en sus pensamientos. Ella, luchando contra esa sensación de ira no canalizada que la llenaba de impotencia. Él, extrañamente alegre por ese giro que presentía en su vida. Al despedirse, el nuevo hombre le dijo:
-Carina, te libero de tu compromiso. No tenés que salir conmigo si no querés.
-Lo prometido es deuda. No quiero que después andés por ahí calumniándome. El sábado a las nueve. ¿Vale? –Bajó del auto y, de espaldas, lo saludó con la mano. Sergio arrancó riendo francamente. Las buenas acciones son recompensadas, pensó.
Apenas entró a su casa, Carina levantó el teléfono para llamarla a Sofía. Se arrepintió antes de terminar de marcar el número. Decidió que era mejor decírselo personalmente. Le mandó un mensaje a su madre avisándole que salía y no volvería a cenar. A las seis de la tarde tocaba timbre en el departamento de su amiga. Acomodadas en la sala, le relató con lujo de detalles la charla con Sergio y el posterior encuentro con su superior.
-¡Qué locura, Carina! Se expusieron a ser despedidos.
-Creo que me hubiera sentido más digna si lo hubiera hecho. Y así habría sido si en vez de callarme la boca hubiera protestado por la injusticia. Pero no me animé, Sofía. Perdoname –dijo contrita.
Sofía la abrazó. Todo su malestar se diluía ante la generosidad de estos compañeros que se habían arriesgado por ella.
-Bueno, Méndez no es ningún tonto y su castigo será convivir día a día con la desconfianza. Dejemos esto y vayamos a la parte más interesante de la historia. ¿De modo que por mí te has inmolado en brazos Sergio? –dijo riendo.
-¡No seas impertinente! Sólo iremos a cenar –aclaró con formalidad.- Pero debo confesar que no esperaba ningún arranque solidario de su parte. Y tampoco ese gesto altruista de liberarme del acuerdo.
-¿Ves que no es tan mala persona como te figurabas? Yo creo que se merece la oportunidad de dar a conocer su verdadera personalidad.
-¡Ya tenemos a la sabelotodo! Después de la cena te voy a pasar un parte para decirte si estás acertada o no. Y hablando de cenas, te invito a cenar. Y no te niegues porque ya avisé en casa que no me esperen.
-No pienso negarme. Así tendremos un buen rato para charlar. ¿Qué te parece si damos un paseo antes de comer?
-¡Magnífico! Quiero conocer la nueva iluminación del parque. Antes de que se corte de nuevo la luz…
Sofía la miró escandalizada y levantó la mano con los dedos cruzados. Entre risas, abandonaron el departamento.
Una semana después, mientras Sofía desesperaba por encontrar trabajo, Mauro esperaba a Germán en el aeropuerto. Estaba ansioso por escuchar los pormenores de su estadía en Inglaterra y por darle la primicia de su paternidad. Ingrid lo había confirmado con un test antes de confesarle que estaba embarazada. “Para no crear falsas expectativas” le dijo. Aunque faltaba mucho tiempo, él ya se estaba planteando que los frecuentes viajes de su mujer no serían convenientes para el bebé. ¿Cómo podría conciliar el embarazo con el negocio que era toda su ilusión? Tendría que abocarse cuanto antes a instalarle el local…
Detuvo sus reflexiones al divisar a su hermano que estaba franqueando la puerta de ingreso desde la pista de aterrizaje. Se dirigió a su encuentro y se abrazaron con afecto.
-¡Hola, hermanito! No me esperaba esta recepción. ¿No tendrías que estar trabajando?
-Me tomé el día. Hacerte de chofer lo ameritaba. ¿Querés tomar algo aquí o vamos directamente a tu casa?
-Vayamos a casa. No veo la hora de darme un largo baño nacional. ¿Qué novedades hay? –preguntó mientras caminaban hacia la playa de estacionamiento.
-Varias –dijo Mauro.- Pero vos también tenés mucho que contarme según deduzco de tus escuetos mensajes.
-¡Ja! Ya hablaremos tranquilos. Parece que se avecina otra tormenta –reparó mientras dirigía la mirada hacia unos negros nubarrones.- ¿Hubo más cortes de energía?
-No. Pero parece que vos atraés los temporales. Te hubieras quedado un tiempo más en Inglaterra.
Germán rió con ganas. Se lo veía distendido y secretamente alegre. Mauro dedujo que su estadía en el reino de Albión hubo de ser fructífera. Durante el trayecto a la casa de su hermano no hablaron más que de generalidades, reservándose ambos las mejores noticias para cuando estuvieran en la intimidad.
-Y bien –dijo Mauro parado junto a la barra- ¿cómo fue tu encuentro con Farris?
-Ventajoso. No pensé que tuviera tan presente nuestro primer encuentro, pero apenas me vio me incorporó a su plantel, de modo que compartimos todo el recorrido de la exposición y las comidas. Cuando me invitó a conocer su fábrica yo ya tenía el pasaporte en la mano –recordó risueñamente.- No te voy a dar detalles del lujo de su jet privado para que no te mueras de envidia, pero la mansión que tiene en Port Sunlight es alucinante. Allí vive con su mujer y tres hijos. Me alojó en su casa como un amigo y me trataron como de la familia. En los cinco días no sólo recorrí su fábrica sino que me paseó por Londres y los lugares más notorios de Liverpool. Aunque vos ya los recorriste como buen fanático de los Beatles -añadió con una sonrisa.
-Hermano, nada de lo que me contás me asombra. Ese tipo conoce el calibre de los hombres. Y en cuanto a negocios, ¿pudiste cerrar algún trato de suministros?
-¡A eso voy, impaciente! En este momento estás frente al representante exclusivo de Elcover en Argentina –dijo con grandilocuencia.
-¡Germán! ¡Esta oferta no tiene parangón! Ya decía yo que la vida te debía reservar una buena oportunidad para compensar tus sacrificios… -declaró Mauro emocionado.
-Dejate de pavadas. Elegí la vida que hago y eso me permitió conectarme con Farris. Pero ahora vayamos a tus novedades. Lo dejaste picando en el estacionamiento.
-Te lo voy a decir sin rodeos: voy a ser papá.
Germán envolvió a Mauro en un abrazo de oso mientras reía con regocijo.
-¡Felicidades, hermanito! Nuestra charla fue profética. Y yo que dudaba de tu esmero… -Se atajó sonriendo del ataque fingido de Mauro.- ¿Y como está tu valquiria?
-Deslumbrante. La tengo toda una semana para mí antes del próximo viaje. ¡Ah! Y esta noche estás invitado a cenar. Ingrid te va a agasajar con carré de cerdo a la cerveza y su famoso strudel de manzanas.
Un trueno ensordecedor acompañado por las primeras gotas de lluvia, apagó la respuesta de Germán. La tormenta lo lanzó de lleno al recuerdo de Sofía. A pesar de su viaje vertiginoso, la nostalgia lo asaltaba en las noches solitarias. Rememoró cada hora pasada junto a ella y anheló su compañía deambulando por las callejuelas de Londres. Se prometió que algún día volvería con la muchacha para recorrer ese hermoso país.
-Te quedaste ensimismado –dijo Mauro.- ¿En qué estabas pensando?
-En un encargo que seguramente no cumpliste. ¿Averiguaste el teléfono de Sofía?
-¡No te puedo creer! ¿Todavía pensando en ella?
-Cada día –declaró con gravedad.- No quiero echarte, pero voy a pasar por la oficina de Méndez. Con suerte, llegaré antes del almuerzo.
-Y la vas a invitar a comer –aseguró Mauro.- Ya que estás, hacela completa y traela esta noche.
-Buena idea, viejo. ¿Nos vamos?
Mauro sacó su auto y lo saludó con un bocinazo. Germán arrancó detrás y encaró hacia el centro. La expectativa de ver a Sofía le cosquilleaba gratamente. Imaginó su expresión de sorpresa al verle aparecer después de una semana. ¿Se alegraría? ¿Habría pensado en él? El tiempo entre ambas tormentas se había reducido para acercar los dos encuentros. El portero del edificio, al reconocerlo, levantó la rampa de acceso a las cocheras. Subió por las escaleras por no esperar el ascensor. Su corazón latía aprisa, debe ser por la rapidez de la marcha, pensó. En la recepción estaba Mónica que lo saludó con un gesto de sobresalto. Al menos, eso le pareció. Lo hizo pasar al despacho de Méndez, adonde estuvo charlando un rato y después se fue directamente al sector administrativo. Se acercó al escritorio de Sofía y golpeó la puerta. Una voz femenina lo invitó a pasar.
-¡Navarro! –pronunció con asombro Adelina.- Su secretaria avisó que no volvería hasta la próxima semana.
-¿No es ésta la oficina Sofía? –indagó sin preámbulos.
-Era. A Sofía la despidieron la semana pasada.
-¿Cómo puede ser? –articuló con incredulidad.
-Por un faltante de dinero. Puede preguntarle al ingeniero Méndez.
Germán salió de la oficina con brusquedad. La idea de que Sofía había delinquido era inaceptable. Debía encontrarla y escuchar su propia versión. Vio que Carina le hacía señas desde la entrada de un box.
-¡Germán! –le dijo en voz baja.- Quiero hablar con vos. En quince minutos salgo para almorzar. Esperame en el bar de la esquina.
-¿Adónde la encuentro a Sofía? –prorrumpió en lugar de contestarle.
-Es lo que te voy a decir. Pero después que hablemos. Tené un poco de paciencia –añadió con suavidad.- En quince minutos. –Y volvió a su lugar de trabajo.
Carina encontró que ese hombre de gesto adusto que la esperaba en la mesa del bar poco tenía que ver con el encantador anfitrión de hacía dos semanas. ¿Tanto le preocupaba el destino de su amiga? No quiso prolongar la ansiedad de Germán y le relató con pormenores el despido de Sofía y la posterior entrevista con Méndez. A medida que avanzaba en el relato, el rostro del hombre se suavizaba.
-Tengo que verla, Carina. En este momento puede hacerle falta todo mi apoyo.
-Sí –dijo ella con ambigüedad.- Pero seguramente le habría valido más la semana pasada.
-No estaba en el país –contestó con aspereza.- ¿Tenés su teléfono o la dirección exacta de su casa?
Carina sacó una libreta de su cartera y anotó los datos que pedía el hombre. Arrancó la hoja y se la estiró.
-Mejor llamala antes. Está todo el día en la calle buscando trabajo.
Él asintió y llamó a la camarera. Cuando se despedían, dijo con tono afligido:
-No sabés cuánto lamento no haber estado la semana pasada. Sofía debe estar quebrantada por esta infamia.
-Al principio, sí –asintió Carina.- Pero pese a su aspecto frágil es más fuerte de lo que aparenta. Pero bueno, eso con sus amigas. No creo que le venga mal un hombro donde apoyarse –terminó con una sonrisa traviesa.
Germán le alborotó el pelo y caminaron bajo el paraguas de Carina hasta el edificio. Se despidieron en el interior: la chica hacia la oficina y el hombre hacia la cochera. Desde el auto intentó comunicarse con Sofía. Nadie contestó el teléfono. Decidió ir hasta su casa y esperar lo que hiciera falta. Estacionó frente al edificio de la joven y se quedó aguardando en el coche. Dos horas después la distinguió luchando contra el viento bajo un paraguas floreado. Bajó del auto y la alcanzó cuando abría la puerta de ingreso.
-¡Sofía! –llamó.
Ella se volvió sorprendida y se le quedó mirando con una carita pálida e inanimada que le oprimió el corazón.
-Germán… -musitó, y la contenida añoranza de su presencia se desintegró en un llanto incontenible.
El hombre intentó cobijarla entre sus brazos pero ella lo rechazó y se apretó contra la columna que bordeaba la puerta. Una joven acongojada y un varón que sufría la incapacidad de consolarla. Cuando los sollozos menguaron, él le tendió un pañuelo para que secara el rostro inflamado.
-Perdoname –dijo ella con voz ronca.- Es que me encontraste un poco desmoralizada.
-Acabo de volver de un viaje y fui a buscarte a la oficina. Carina me puso al tanto de tu despido. Quiero que hablemos, Sofía.
-No sé si es el momento más apropiado… –dudó.
-¿Podemos entrar? El viento trae la lluvia sobre nosotros.
Sofía abrió la puerta y entraron al edificio. Sin palabras, él la siguió por las escaleras hasta el segundo piso. Una vez adentro del departamento, le pidió que la aguardara mientras se ponía ropa seca. Germán se acercó al balcón iluminado por los relámpagos en tanto una idea iba tomando forma en su mente.
La joven no demoró. Traía una bolsa que le tendió a Germán:
-Aquí está tu jogging. Gracias. Siento haberme portado como una tonta pero venía de una entrevista de trabajo frustrada. Y no es la primera.
Él sonrió y tomó la bolsa. Le era imposible dejar de mirar a la muchacha que noche tras noche poblaba sus pensamientos.
-Puedo ofrecerte mate o té –dijo ella.
-Mate estaría bien.
Se acomodaron alrededor de la mesa y Sofía comenzó a cebar mate en silencio. La aparición de Germán la había descentrado de ese refugio de templanza que había ido construyendo a poco de ser despedida. La intensidad de la mirada masculina le provocaba ese temible efecto de debilidad por el cual se hubiera refugiado hacía un momento en sus brazos. Ella no podía permitirse desfallecer en medio de esa búsqueda sistemática de empleo. Sin arriesgarse a quedar atrapada por los ojos del hombre, le relató el amargo momento en que fue despedida, la inesperada confesión de Sergio y sus sospechas acerca de Adelina.
-Esa gente no merece ninguna de tus lágrimas. Y para mí es providencial el hecho de que estés disponible para otro trabajo.
-¿A qué te referís? –dijo sorprendida.
-A que estoy en búsqueda de una empleada.
-¡Ah, no, Germán! –reaccionó con firmeza.- No puedo consentir en ocupar un lugar innecesario. Sé bien que los puestos de trabajo en tu empresa están cubiertos.
-¿Y quién te ha informado de eso? –preguntó él en tono jocoso.
-Tu secretaria cuando intentaba conseguirle trabajo a una amiga. –Respondió con gesto desafiante.
-Mmm... Tendré que hablar seriamente con Mercedes.
-¡No lo hagas! Me voy a arrepentir de haberte hecho una confidencia –dijo alarmada.
-Era una broma. Pero hay cosas que mi secretaria ignora. Por ejemplo, que acabo de obtener una representación para la cual debo organizar un área especializada. Y vos encajás perfectamente en el perfil laboral requerido. Estaba en Inglaterra, querida, cuando te tocó pasar el mal rato -se excusó.
Sofía sintió que se arrebolaba ante el apelativo cariñoso que Germán empleó con naturalidad. Él no apuró su respuesta; se limitó a observarla con una expresión reservada que la perturbó.
-Yo… no puedo ignorar las palabras que pronunciaste cuando me trajiste a casa después del temporal. No quisiera perder un trabajo si no puedo responder a tus expectativas. Y si esta aclaración es una necedad de mi parte, disculpame –concluyó avergonzada.
-No soy ni me convertiré en acosador aunque esté muriendo por vos –dijo el hombre.- No puedo negar que me gustás, pero me sentiría despreciable si te forzara a una relación no deseada. Por ahora me conformo con que me veas como un amigo. Y te prometo que mis sentimientos nunca interferirán en tu estabilidad laboral. ¿Vale?
Ella buscó en sus ojos la respuesta a la proposición y supo que no la defraudaría.
-Está bien, pero no quiero ser elegida a dedo –dijo finalmente.- Sólo me postularé si tu contador me considera idónea para el puesto.
-Por lo visto soy el integrante menos autorizado de la empresa –rió Germán.- Como no tengo dudas de tu capacidad, te someteré al escrutinio de Ruiz. ¿Estás de acuerdo?
-Sí.
-Entonces te espero por la tarde. Debo informar al contador del rubro que voy a anexar.
-¿Todavía no lo sabe?
-Sos la segunda en saberlo. El primero, mi hermano. Y hablando de Mauro, te transmito su invitación. Una cena en su casa preparada por mi cuñada para festejar el advenimiento de su primogénito.
-¡Ah! Pero es un acontecimiento muy íntimo. ¿Por qué habría de invitarme?
-Porque le dije que vendría a verte y porque te recuerda con afecto. ¿Vas a desairarlo?
-No soy una compañía recomendable, últimamente –dijo Sofía con desánimo.
-Te paso a buscar a las nueve y lo comprobaremos –perseveró Germán.- Ingrid no tiene muchas oportunidades para hablar en su lengua materna. Estará encantada.
Una leve sonrisa adornó el rostro de Sofía. Le divertían los recursos del hombre para convencerla. Si Ingrid era tan simpática como Mauro, podría pasar un buen momento.
-De acuerdo, Germán. No puedo ser descortés con tu hermano. A las nueve estaré lista. ¿Hay que llevar algo?
-El champaña que tengo en la heladera –aseguró con alegría.- No te arrepientas cuando me vaya porque la pasarás muy bien.
Ella, mientras abría la puerta, rió con ganas por primera vez desde el infausto día del despido. Germán sonrió ampliamente y dijo al despedirse:
-Sofía ha reaparecido.
La joven cerró la puerta y se quedó un rato apoyada de espaldas. Si mañana consigo el puesto tendré que aceptar que los milagros ocurren. Y vino de la mano de Germán. Si supieras cómo te necesité en ese día oscuro. Cómo mi dolor se hubiera desvanecido entre tus brazos. Supongo que hoy no habrás entendido mis lágrimas y mi rechazo. Eran de reproche por haberme dejado sola y de alivio por tu presencia. ¡Qué lío! Ni yo me entiendo. Mejor que me vaya a preparar para la salida.
A las nueve y cinco de la noche sonó el timbre y Sofía bajó al encuentro de Germán. La lluvia seguía azotando las veredas y bajando la temperatura. Se alegró de haberse abrigado con el jersey blanco, los pantalones y las botas. Él la esperaba bajo el paraguas y la cubrió hasta llegar al auto. Cuando se acomodó a su lado, sintió que el mundo estaba en su sitio. Se miraron sonriendo y ella, por no perderse en los ojos del hombre que tan frágil la hacía sentir, se enderezó mirando al frente. –Bueno, muchachita, vayamos al encuentro de Mauro y de mi inefable cuñada. –anunció poniendo en marcha el vehículo.
Sofía no habló durante el trayecto perdida su mente en las connotaciones de ese encuentro tan privado con la familia de Germán. Si ella había querido establecer un límite en sus relaciones no era la mejor manera de empezar, se dijo. Ingresaron a un barrio de casas bajas en una de las cuales Germán enfiló el auto hacia la cochera. Manipuló un control remoto e ingresó al garaje. Mauro los esperaba frente a una puerta abierta que comunicaba con el interior de la casa. Apenas se detuvo el coche abrió la portezuela del acompañante y le ofreció la mano a la joven para ayudarla a bajar.
-¡Cuánto me alegro de que vinieras, Sofía! –dijo dándole un beso en la mejilla.
Ella le retribuyó el beso y la sonrisa. Después el dueño de casa se abrazó con su hermano y los instó:
-¡Pasen, pasen! Que Ingrid y mi insoportable suegra están ansiosas por conocer a Sofía.
La nombrada emitió una risita de sorpresa y sus ojos navegaron desde el rostro complacido de Germán hasta el semblante travieso de Mauro. Los precedió hasta la sala de estar adonde esperaban dos mujeres: una joven rubia de rasgos distinguidos y una mujer madura de innegable parentesco.
-¡Hola, Sofía, bienvenida! – recibió la más joven dándole un beso.- Yo soy Ingrid y ella mi mamá.
La muchacha las saludó y se prestó durante un eterno minuto a la inspección de sus pares. Ingrid se abalanzó sobre Germán y lo abrazó.
-¡Felicidades, cuñada! Por fin mi hermano ha cumplido con sus deberes conyugales –rió sin soltarla.- ¿Para cuándo me voy a recibir de tío?
-Todavía falta, guasón. –dijo deshaciendo el abrazo.- Debo admitir que tu gusto ha mejorado sustancialmente –agregó con un guiño.
Germán lanzó una carcajada feliz. Sentía la aprobación de Sofía por su familia como un reconocimiento propio. A él le quedaba la incitante tarea de lograr el consentimiento de ella. Se volvió para saludar a la suegra de su hermano mientras Ingrid, parloteando en alemán, le mostraba la casa a Sofía. Ilse le devolvió el beso y se apresuró a reunirse con su hija y la invitada para participar de la conversación. Los dos hombres quedaron solos. Mauro observaba a su hermano con una mueca burlona.
-¿A qué se debe esa estúpida expresión de tu cara? -rezongó Germán.
-A que estás entregado, viejo. Y voy a omitir tu insulto para decirte cuánto me alegro. Creo que esta chica terminará con tu obstinada soltería.
-Nada me gustaría más. Pero debo ocultar mis intenciones para no alejarla.
Satisfizo el gesto interrogante de Mauro contándole concisamente la historia de Sofía y su oferta de trabajo.
-¡Te metiste en un laberinto! –carcajeó su hermano.- Pero el incentivo de cruzarte con ella por los atajos será incomparable –agregó a modo de consuelo.
-Así lo espero. ¿No me convidás con un trago?
-Sí. Pasemos al comedor mientras las damas terminan de chismorrear.
El trío femenino apareció al rato con la comida. La cena transcurrió cómodamente y después Ilse sirvió el postre. Sin admitir discusión, mandó a las jóvenes a la sala con los hombres y se hizo cargo de la limpieza de la cocina. Las parejas se acomodaron en sendos sillones: Ingrid junto a Mauro y Germán con Sofía.
-¿Así que vas a tener a este ogro como jefe? –bromeó Mauro con Sofía.
-Sólo si el contable me aprueba.
-¿En serio? –intervino Ingrid.- Si hubiera sabido que buscabas trabajo te hubiera ofrecido uno en mi negocio.
-¡Eh, eh, eh! –saltó Germán.- ¿Qué clase de cuñada traidora tengo? Yo la vi primero.
-Bueno, como Sofía debe sortear un examen… yo le dejo la puerta abierta de mi despacho. Y sin condiciones de ingreso -lo espoleó.
-Para tu conocimiento, las condiciones las puso Sofía.
-No se puede creer… –dijo la muchacha para interrumpir el intercambio.- Ayer me rechazaron por enésima vez de un trabajo y hoy se pelean por mí. Pero si me bochan voy a tener en cuenta tu oferta, Ingrid –aseguró graciosamente.
Germán la miró deslumbrado. La capacidad de recuperación de Sofía era asombrosa. Nada quedaba de la doliente muchacha de la tarde. Hubiera deseado creer que todo se debía a su intervención, pero en el fondo sabía que ella no se hubiera entregado a la desesperación. Se congratuló de las coincidencias positivas que habían operado para favorecerlo. La voz de Mauro lo sacó de su abstracción:
-¿Qué tal un poco de música?
-Muy oportuno, querido –aprobó Ingrid.
-Voy a buscar a nuestra cenicienta y a traer el champaña –dijo Germán.- Tenemos un gran acontecimiento para celebrar.
Mauro se acercó a su mujer y la tomó de la mano.
-¿Bailamos, princesa?
Ella se dejó enlazar y se movieron despaciosamente al compás de la música. Germán reapareció en compañía de Ilse, el champaña y las copas. Descorchó la botella e interrumpió el baile:
-Vengan a brindar, tortolitos. Después se podrán amontonar.
Repartió la bebida y buscó los ojos de Sofía cuando se la entregaba; ojos que se apartaron de los suyos al momento. Sin saber por qué, presintió que era una señal favorable. Levantó la copa y formuló el brindis:
-Por mi futuro sobrino que tendrá dos padres y una abuela envidiables, y un tío a quien le sonreirá la fortuna a partir de mañana. Salud.
Chocaron las copas y solamente a Ilse, por no haber intervenido en la conversación, se le escapó el sentido de la última parte de la dedicatoria.
Sofía despertó a una mañana llena de promesas. La tormenta había desaparecido para dar paso a la claridad. Se dio una larga ducha mientras evocaba las últimas horas en la casa de Mauro. Después del brindis, Germán la había invitado a bailar. El recuerdo de los brazos masculinos en torno a su cuerpo, del fuerte torso peligrosamente cerca del suyo, de la mejilla varonil que por momentos rozó su cara, le provocaron un espasmo de voluptuosidad. Suspiró y cerró la llave del agua. Se secó y miró en el espejo su cuerpo desnudo. Era consciente de su atractivo para el sexo masculino y afortunadamente Germán no era la excepción. El pensamiento de estar desnuda delante de él la trastornó. Con estas cavilaciones, ¿cómo mantener la ecuanimidad si conseguía el trabajo? Terminó de vestirse y salió para el supermercado. Desayunó en el bar antes de realizar las compras y luchó contra la tentación de llamarla a Carina para contarle sobre su posible empleo. Decidió que lo haría cuando lo obtuviera. La tarde arribó con pereza. A las tres tomó el ómnibus que la dejaría a dos cuadras del establecimiento de Germán. Entró al edificio ansiando que la inseguridad no se trasluciera en su rostro. Apenas se hizo anunciar, salió Germán a recibirla.
-Buenas tardes, Sofía. Te estábamos esperando.
-Hola –balbuceó.- ¿Se me hizo tarde?
-No. Es que Ruiz está ansioso por conocer a mi recomendada. ¿Entramos? –le hizo un gesto hacia la puerta abierta.
Sofía lo siguió con las piernas temblorosas. Germán la precedió ante otro despacho y le franqueó la entrada. Un hombre mayor, de aspecto severo, la midió de pies a cabeza.
-El contador Ruiz, Sofía. –presentó Germán.- La señorita Sofía… -la interrogó con un gesto.
-Núñez –terminó ella.- Encantada, contador –dijo alargando la mano.
El contable se la estrechó con firmeza y luego se volvió hacia Germán:
-Ahora, si nos disculpás, andá a tomar un café que la señorita Núñez y yo tenemos que hablar.
-A la orden, señor –contestó el hombre sonriendo, y salió guiñándole un ojo a Sofía.
El contador reparó en la seriedad de la muchacha que ignoró el guiño. Esto le gustó. Se sentó detrás de su escritorio y le indicó que tomara asiento. Le hizo una serie de preguntas acerca de sus conocimientos y sus trabajos anteriores y quiso saber por qué no estaba empleada.
-Porque me despidieron –dijo la joven.- Por un faltante de caja del cual no fui responsable. –Se sintió sofocada.
-¿El señor Navarro está al tanto? –preguntó Ruiz con el ceño fruncido.
-¿Cómo supone que no le diría una cosa como ésa? –contestó ofendida.
-Sólo quería asegurarme –dijo el contable con calma.- Ahora la dejaré un rato con un cuestionario para resolver. Si algún punto le genera dudas déjelo y siga con los otros. Lo veremos juntos en una hora. –Le tendió un legajo y se levantó.
Sofía lo vio salir y se abocó a leer las preguntas. En el interín, apareció un cadete con una taza de café que dejó sobre el escritorio. Le agradeció con una sonrisa y antes de una hora había terminado de completar el informe. Se recostó contra el respaldo del sillón y esperó el regreso del contador. Estaba tranquila. El sondeo se inscribía dentro de la escala de sus conocimientos. A la hora exacta, Ruiz hizo su aparición. En silencio leyó el cuestionario y después levantó la mirada hacia ella.
-Debo decirle, Sofía, que estoy gratamente sorprendido. En general desconfío de las recomendaciones y, más, de las de los jefes. Pero si Navarro sólo vio su apariencia exterior, me place que la haya tenido en cuenta. No encontraría otra empleada más habilitada. El puesto es suyo.
Sofía, olvidándose de la intencionada insinuación del contador, se levantó de un salto.
-¿Lo dice en serio? –preguntó con ansiedad.
-Palabra –sonrió por primera vez el hombre tendiéndole la diestra.
-¡Gracias, señor! –la sonrisa embellecía su joven rostro.- No se arrepentirá.
-Estoy seguro. Y antes de presentarla al personal, hablemos de sus condiciones de trabajo. El horario será de lunes a viernes de nueve de la mañana a cinco de la tarde, su salario de seis mil pesos y empezará mañana. ¿Tiene algo que objetar?
-De ningún modo. Es más de lo que esperaba.
-Ahora llamemos a su patrón para que sea el primero en enterarse. Después conocerá a sus compañeros de trabajo. –Se dirigió al intercomunicador y le pidió a Germán que se llegara a la oficina.
Entró con una expresión de inquietud reprimida. No habló. Se limitó a mirar al contador.
-Por una vez has dado en el clavo, Germán. No habrías podido traer a una persona más idónea. Ya la he impuesto de horarios y sueldo. El paso siguiente es presentarla al personal.
-¿Estás de acuerdo con todo, Sofía? –dijo mirándola y haciendo caso omiso del discurso de Ruiz.
-Me ha hecho una oferta muy generosa. No tengo nada que cuestionar.
Germán miró a su contable con reconocimiento y lo instó a terminar el trámite:
-Adelante, Ruiz. Después te espero en mi oficina.- Se dirigió a Sofía:- Nos vemos mañana, ¿verdad?
-Sí. Hasta mañana y gracias. –Giró hacia el contador.- Vayamos cuando quiera.
Germán, exultante por el resultado de su decisión, los vio salir hacia estancia central adonde estaban alineados los escritorios de los empleados. Cuando se detuvieron en la primera mesa, volteó hacia su oficina. Un rato más tarde, se anunció Ruiz.
-Menos mal que esa muchacha es un hallazgo porque si la hubiera desahuciado estaría de patitas en la calle -adivinó el contador.
-Como siempre, tenés la justa, Ruiz. Confesá que no estaba equivocado.
-No. Tiene pasta. Lo que lamento es que la voy a perder pronto.
-¿Por qué lo decís?
-Porque así acaban los romances de los jefes con las empleadas. Al tiempo se cansan de verlas y buscan cualquier excusa para despedirlas.
-Éste no es el caso, Ruiz. Yo sólo aspiro a verla todos los días de mi vida. ¿Me das un voto de confianza?
-Estás entregado, ¡sí, sí…! –Opinó el contable.- Pero ¿no hubiera sido más fácil proponerle casamiento?
-A eso voy a llegar. Aunque sin prisa, porque le prometí que ninguna actitud mía pondría en peligro su estabilidad de trabajo.
Ruiz lo miró con una amplia sonrisa atípica en él. Después se le sentó enfrente y declaró:
-Hace años que nos conocemos, Germán, y nunca te ví preso de una locura. Esta muchachita te ha sorbido el seso y te deseo el mejor final. ¿Y si mañana apareciera algún candidato?
-Lo mato –dijo Germán con placidez.- Pero no te alteres, que no le daré tiempo para eso. Y ahora hablemos de la representación. ¿Te satisfacen los términos?
Sofía no veía la hora de llegar a su departamento para hablarle a Carina. La llamó a la oficina pero ya se había retirado. Antes de que la llamara a su casa, sonó el teléfono.
-¿De modo que vas a trabajar con Germán, desvergonzada? ¡Te lo tenías bien guardadito! –saludó su alborotada amiga.
-¿Qué es esto? ¿Pusiste un detective detrás de mis pasos?
-No. Pero tengo mis informantes. Y lo supe –supimos, corrijo- porque estábamos las tres cuando Mercedes me lo contó. Estoy con Mónica y Rocío. Y queremos hacerte una visita. ¿Nos recibís?
-¡Vengan, chusmas! –autorizó Sofía riendo con ganas.
Quince minutos después tenía a las tres agitadas amigas en su departamento. Se superponían tanto en las preguntas que las llamó a silencio y les contó los acontecimientos en orden. La escucharon fascinadas y cuando acabó el relato la abrazaron con alegría.
-Espero que me lo permitas –dijo Mónica.- ¡Pero no quiero perderme la cara de la culebra cuando se entere de que Germán te contrató!
-Y los comentarios tampoco –intervino Rocío.- Serán para escribir una antología.
-Serán demasiado escatológicos –aseguró Sofía.- Pero aún así me gustaría escucharlos –y largó una carcajada.
-Y yo –participó Carina- tendré la satisfacción de comunicárselo a Méndez. ¡Se pondrá azul el viejo!
Las risas cristalinas se prolongaron. Sofía miró el reloj y vio que eran las ocho y media de la noche.
-Si no tienen compromisos, quiero invitarlas a comer –les dijo a sus amigas.
Se miraron entre ellas y Carina habló por todas:
-Nos quedamos porque falta la parte más suculenta de tu aventura. ¡Compremos algo hecho y lo repartimos entre todas!
-De ninguna manera. Yo invito ahora que tengo trabajo.
Todas volvieron a reírse. Al fin acordaron que las invitadas comprarían el postre. Sofía encargó todo por teléfono y se sentaron a esperar.
-Me pregunto que resultará de mezclar el trabajo con el amor –dijo Mónica.
Menos la dueña de casa, las demás la miraron escandalizadas e iniciaron una protesta.
-¡Sh, sh…! –chistó Sofía.- Mónica tiene razón. Pero no voy a caer en la tentación. Y Germán me dio su palabra de no interferir.
-¡No digas pavadas! –estalló Carina.- Si cuando están juntos la atmósfera se electrifica. Los sentimientos no se pueden controlar a voluntad, Sofía.
-Mis prioridades son: primero el trabajo y segundo el departamento. Tal vez cuando termine de pagarlo…
-¡Ajá! Cuando tengas cincuenta años –ironizó Carina.- Para ese entonces no te interesará echar un polvo.
-¡Vean a la rubita! –exclamó Sofía.- Se nota que frecuentar a Sergio ha inspirado tu conclusión.
Rieron escandalosamente hasta que llegó el repartidor con el pedido. La diversión les había despertado el apetito. Dieron cuenta de la comida y a continuación del postre. Después limpiaron la mesa y tomaron un café.
-¡Estás bien provista! – expresó Rocío.
-Es que me tenía confianza. Estaba segura de que conseguiría el empleo –confesó sin falsa modestia.
-¡Y el inocente de Germán estaría mordiéndose los puños mientras te entrevistaban! Pobre ingenuo… -opinó Carina.- No sabía que se había enredado con doña perfecta.
Sofía sonrió. Las bromas no la fastidiaban. Se pensó un mes atrás, marginada del trío y sin otra perspectiva que la rutina. O dos semanas atrás, agobiada por el escándalo oficinesco y sin probabilidades de futuro. La vida parecía querer compensarla. Vio a sus amigas levantarse.
-Nos vamos. Son más de las doce y mañana tenés que empezar fresca la jornada –dijo Rocío.
Las acompañó hasta el palier y las abrazó con fuerza.
-Gracias, chicas. Por lo de hoy y por haber creído en mí.
Desde el auto de Rocío las manos aletearon en un cálido saludo. Entró al edificio cuando el vehículo dobló en la esquina. Tomó un baño antes de acostarse y se levantó con presteza cuando sonó el despertador. A las nueve menos cinco entraba a su nuevo lugar de trabajo. Ruiz ya estaba instalado en el escritorio de la oficina que compartirían.
-Buen día, Sofía. Sobre su mesa he dejado unas planillas con datos que deberá sistematizar. Hemos instalado una nueva línea telefónica por la cual sólo entrarán las llamadas de Inglaterra relacionadas con la representación y que usted deberá atender. El interno uno es para que derive la comunicación al señor Navarro en caso de ser necesario.
Ella asintió y se concentró en su tarea. A las diez, tras un golpe en la puerta, entró Germán.
-Buenos días a todos –saludó con una sonrisa.- ¿Hay algún asunto que deba resolver?
Sofía denegó con un gesto y el contador, con un chascarrillo:
-A no ser tu trastornada cabeza…
La joven miró a Ruiz divertida por el comentario, incongruente para ella, pero no para Germán que le respondió con una carcajada.
-Contador, no me descalifiques ante mi nueva empleada. ¿Qué va a pensar Sofía?
-Que tienen una estupenda relación al margen de lo laboral –dijo ella sonriendo.
Él la miró con una expresión de complacencia que le hizo bajar la cabeza y concentrarse en su tarea. Ruiz meneó la cabeza mientras observaba al hombre completamente absorto en la muchacha. Atendía la empresa de Germán desde sus inicios y, como había descubierto la intuitiva joven, habían establecido un vínculo que iba más allá de la relación de trabajo. Asistió a su boda y lo asesoró en la posterior separación. Navarro era un hombre de pasiones contenidas, pero esta mujer había quebrado la corteza que revestía su natural sensibilidad. ¿Hasta cuándo podría seguir cortejando a la muchacha sin resultados? Porque en cuanto a Sofía respectaba, si ella se sentía atraída de igual modo, lo disimulaba con éxito.
-¿Vas a mandarnos algún café? –preguntó para suspender la enajenación.
-Ya –reaccionó Germán.- Hasta luego.
Poco después entró el cadete con una bandeja que depositó en la mesa ratona acomodada entre dos sillones. Contenía dos pocillos de café y una bandejita con masas finas. El contador rió socarronamente y comentó:
-Su llegada, Sofía, es de buen agüero. Venga, sentémonos en los sillones para degustar el café y las masitas.
Sofía obedeció. Quería establecer una buena conexión con el hombre con quien compartiría el trabajo. Él la observaba mientras ella endulzaba la infusión. Había una suerte de interrogante en su cara que se concretó en una pregunta:
-¿Es una indiscreción de mi parte preguntarle cómo conoció a Navarro?
-¡Ah! En una reunión organizada por la empresa donde trabajaba. Hace dos semanas. –Su rostro adquirió una expresión nostálgica.- Se desató un formidable temporal que nos obligó a retirarnos del restaurante. Germ… El señor Navarro nos alojó en su casa hasta que pasara la tormenta y esperando que terminase el apagón. Fue... muy solidario.
-Ajá. Así que lo conoce desde hace dos semanas… ¿Se volvieron a ver?
-Antes de ayer. Vino a visitarme cuando se enteró del despido –dijo con un matiz de amargura.
-Ya, ya, hijita. ¿Querrá contarme cómo fue eso?
Sofía revivió el suceso para el contador. Creía haberlo sepultado después de tanto tiempo, pero reapareció en dolorosas lágrimas que no pudo contener. Se tapó la cara para ahogar los sollozos y sintió los brazos del hombre que rodeaban sus hombros para calmarla.
-Sofía, Sofía… -murmuró con voz cálida.- Perdóneme por haberle hecho recordar este percance digno de olvidarse.
Germán entró al despacho precedido por un golpe. Del cuadro que se ofrecía a su vista sólo registró el llanto de la muchacha. Ruiz se volvió y le dirigió una mueca conmovida.
-¿Qué pasó? –preguntó Germán acercándose al dúo.
-Es mi culpa –dijo el contador.- Le pedí que me contara lo del despido.
-No, no… - negó ella enderezándose, pero aún sacudida por el llanto –no es su culpa.
Ruiz sobrellevó la mirada fulminante de su empleador y se incorporó empujándolo hacia la chica. Germán le acarició la cabeza trémula lo que aumentó su desconsuelo. Venciendo la débil resistencia de Sofía, la resguardó sobre su pecho y la sostuvo hasta que agotó sus lágrimas. Ella se separó con el rostro humedecido que Germán ansiaba recorrer con los labios. Se levantó vacilante y salió hacia el baño. El contador se había sentado a su escritorio y parecía enfrascado en sus papeles.
-¡Ruiz! –estalló Germán.- ¿Cómo se te ocurrió preguntarle por un asunto tan penoso?
-Quería conocerla más a fondo. Y no me vengas con monsergas porque bien que te has beneficiado con mi desacierto. Apuesto a que no te la imaginabas hoy entre tus brazos.
-Si tuvieras adonde ir, te despediría –amenazó Germán.
-Lo sé, lo sé. Pero el problema no soy yo, sino tu inacción. ¿Desde cuándo te lleva tanto tiempo merodear a una hembra? No creo que tenga otros motivos para llorar como una Magdalena esperando el refugio de tus brazos. A menos…
La entrada de la joven interrumpió las disquisiciones de Ruiz. Pasó delante de Germán sin mirarlo y se acomodó frente a su mesa de trabajo.
-Perdónenme los dos. Creí que nunca más iba a llorar por esto.
-No, Sofía. Perdóneme usted por mi torpeza. No estoy habituado a tratar con personas sensibles. ¡Imagínese! Alternando tantos años con Navarro…
Ella levantó la vista hacia Germán como protestando por la apreciación del contador para encontrarse con una mirada tan conmovida que la hizo sonrojar. El timbrazo del interno la sacudió de su parálisis. Atendió y le comunicó a Germán que lo requerían en su oficina.
-Me voy. Y por favor, Ruiz, memorizate algunos chistes para la próxima así la hacés reír a Sofía.
Cuando Sofía cobró su primer sueldo invitó a cenar a sus ex compañeras de trabajo incluido Sergio, que por entonces salía con Carina. Sus finanzas se habían acomodado, gustaba de su empleo, había establecido una relación afectuosa con Ruiz y estaba perdidamente enamorada de Germán el cual, por su imposición, respetaba cabalmente el estúpido mandato que ella exigió. Pero día a día sus ojos desmentían el acuerdo. Ella evitaba mirarlo porque sabía que de quedar atrapada en ellos aboliría la proscripción. Cuando estuvo lista, pidió un taxi para encontrarse con el grupo en un restaurante. Fue la primera en llegar y se acomodó en la mesa que había reservado. Poco después divisó a sus invitados en la entrada y se levantó para recibirlos. Besó a las chicas y a Sergio que la miró apreciativamente al saludarla:
-Sofía, estás espléndida. Gracias por incluirme en el festejo.
-No podía hacer menos. Primero, por tu noble acción. Segundo, porque un pajarito me dijo que andás noviando con Carina.
El muchacho se rió y enlazó por la cintura a su ruborizada novia.
-Nada comparable a la acción de tu jefecito –dijo insinuante.- Confieso que yo hubiera hecho lo mismo.
-¿A qué te referís?
Los demás se miraron extrañados. Mónica fue la primera en reaccionar.
-¿No sabías que Germán se negó a firmar otro contrato con Méndez?
Sofía quedó boquiabierta. ¡Germán la había vengado con creces! Y era uno de los contratos más ventajosos que tenía su empresa… Si eso no era una prueba de amor, ¿qué lo sería? Carina interrumpió su meditación:
-Sentémonos, así Mónica te cuenta con detalles el soponcio que sufrió el ingeniero.
Apenas se acomodaron se acercó el camarero para tomar el pedido. Mientras esperaban los platos Mónica se abocó al relato:
-Después que se fue Germán, previo despedirse de nosotros… Y a propósito, se lo ve muy cambiado. Si lo hubiera conocido de este talante no hubiera escatimado esfuerzos para conquistarlo. Con tu perdón –agregó con gazmoñería.
Sofía le hizo una mueca burlona y le pidió que siguiera.
-El viejo quedó tan irritado que reconoció su metida de pata con vos.
-¿En público?
-No. Pero se lo dijo a la culebra y además de insultarla estuvo a punto de echarla.
-¿Estuviste presente?
-No. Estaba en el baño con un vasito invertido pegado a la pared…
Sofía no pudo contener la risa imaginando la escena. Las lágrimas derramadas sobre el pecho de Germán habían disuelto toda la rabia y frustración que le quedaban. Mónica hizo explícita la conversación:
-Bueno. Tu jefe se fue y Méndez llamó de inmediato a la culebra. Así que corrí hacia el baño para que nadie me disputara la primera fila. “Adelina”, bramó, “¿sabe que acabamos de perder al mejor contratista de la empresa?” “A quién”, preguntó la culebra. “¿A quién va a ser, idiota? ¡A Navarro!” “¿Y qué me dice a mí?” se envalentonó la susodicha, “debe ser por esa putita ladrona”. “Acá la única puta ladrona es usted, y cada vez me convenzo más de que cometí un grave error con esa empleada. ¿Sabe que averigüé que alguien la ayudó a ingresar el cheque? ¿Por qué habría de hacerlo si no era para involucrarla?”. “¡Se equivoca, se equivoca!” gritó la víbora. “Yo me olvidé de registrar el cheque en su momento pero la plata se la llevó ella”. “¡Cállese y salga de mi oficina! Desde este momento deja de ser mi secretaria y agradezca que no la eche. Ya le voy a indicar cuáles van a ser sus nuevas tareas”. En este punto la culebra salió de la oficina y quiso meterse en el baño. Así que esperé a que dejara de forcejar con la puerta y después salí. Pero no negarás que escuché lo más jugoso…
Un coro de carcajadas celebró el final del relato y el histrionismo de Mónica. Rocío expresó:
-¿No es romántica la decisión de Germán para desagraviarte? Y el que no te lo haya dicho habla de su desprendimiento…
-Habla de que yo no lo hubiera aceptado de haberlo sabido.
-¡Vamos, Sofía! Sir Lancelot se merece un beso de reconocimiento –exclamó Sergio.- Como representante del clan masculino te aseguro que un casto beso será suficiente recompensa.
La muchacha sintió que la sangre coloreaba sus mejillas. ¿Un casto beso? No era lo que ella esperaba precisamente. Para disimular su reacción, que no había escapado a la mirada perspicaz de Sergio, encauzó la charla hacia temas menos personales. El resto de la reunión transcurrió afablemente y sólo cuando se despidieron, al acompañarla hasta la puerta de su edificio, el joven sentenció:
-Germán te hará feliz, Sofía. No desprecies su amor. –y se separó de ella con una sonrisa.
¿Despreciarlo? Si cada día que lo veía alucinaba con estar entre sus brazos, con ser besada y amada por ese hombre al que había forzado con una promesa. La que debía romper el acuerdo era ella. ¿Y si él en el largo mes en que se conocieron buscó la compañía de otra mujer? Los hombres se manejan por instinto, decía su mamá. También su instinto la abrumaba y le dictaba locuras, como la de malograr esa estabilidad que creía haber alcanzado. ¿Y si sólo la deseaba para satisfacer un impulso sexual? ¿Cómo podría volver al trabajo viéndolo día a día y sintiéndose despreciada? ¡SOFÍA! vociferó internamente. Si no sos capaz de aceptar un desafío, es mejor que te hundas en una existencia sin matices adonde no te alcanzarán ni el dolor ni la felicidad.
Cuando se desvistió para acostarse, estaba decidida a derribar el muro que había levantado entre Germán y ella.
Por la mañana se vistió con las prendas que más la favorecían, se maquilló cuidadosamente y marchó hacia la conquista de su cruzada personal. Ruiz ya estaba instalado en el despacho y la saludó con un silbido cuando entró. Sofía largó una carcajada ante la inusitada reacción del contador.
-¡Vaya, vaya, jovencita! Si tuviera veinte años menos estaría trepando por las paredes –dijo con la confianza que le conferían los días y las confidencias compartidas.
-Es todo un cumplido viniendo de usted –rió.
-Y no me quiero imaginar… Nada –se silenció.
Sofía se acomodó en el escritorio y comenzó con su diaria rutina. En pocos minutos podría recibir una llamada de Inglaterra. Diana, la secretaria, o el mismo Farris se comunicaban después del mediodía londinense. Con Farris había construido una cordial relación, matizada por los elogios del industrial hacia su capacitación profesional. Bromeaba con ella aseverando que una mujer competente y de voz seductora no podía ser perfecta, y la desafiaba a que le mandara una foto. Ella le contestaba que en el próximo correo. Sonrió. Si la viera hoy diría que era perfecta, pensó. A las diez, el cadete les alcanzó el café y Germán sin aparecer. Cinco minutos después sonó el teléfono. Era Farris.
-Buenas tardes, señor Farris –saludó atendiendo a la hora de Inglaterra- pensé que hoy no nos comunicaríamos.
-La llamé expresamente para decirle que ya no necesito que me envíe la foto.
-¡Oh, qué pena! –contestó en tono de broma.- Y yo que la estaba preparando para mandársela.
-He descubierto que usted es muy mentirosita, así que he traído alguien a quien no se la negará. Le paso con él.
Ella hizo un gesto de sorpresa que se acentuó al escuchar la voz:
-Hola, Sofía. ¿Cómo estás?
-¡Germán! Y vos… ¿adónde estás?
-En Inglaterra, querida. Con Donald Farris.
-Pero si ayer…
-Salí anoche a las once y llegué hace un rato. ¿Me extrañaste? –esto último dicho en voz más baja.
-Sí –contestó en el mismo tono.
-Ahora vas a ir con Ruiz a mi oficina para que te indique como establecer una videoconferencia –dijo después de un silencio.- ¿Hecho?
-Hecho. –asintió.
Se volvió hacia el contable y le transmitió el pedido de Germán. Ruiz encendió la computadora, introdujo la contraseña y luego se conectó con el despacho de Farris. Le indicó a Sofía que se sentara frente a la cámara. Germán estaba en una oficina y a su lado un individuo de mediana edad, pelo canoso y bigote entrecano. Los dos le dirigieron una amplia sonrisa. Ella se las devolvió e inmediatamente la imagen del hombre de bigote se agrandó en la pantalla:
-Señorita Sofía –dijo con una expresiva sonrisa- hasta los elogios de su jefe se quedaron cortos para describirla. Usted es el verdadero testimonio de que belleza y talento son compatibles.
-¡Señor Farris! Es usted muy considerado. –Y agregó:- Me alegro de conocerlo.
-De ahora en más llámeme Donald, por favor. Ya no somos entelequias el uno para el otro.
-Si usted lo desea… -aceptó con una sonrisa.
Germán se emparejó con el industrial y la enfocó con sus ojos virtuales:
-No te dejes engañar por este seductor que tiene esposa e hijos porque a continuación te propondrá que seas su secretaria.
-¡Y lo haría, lo haría! –rió Farris- Si no fuera porque este salvaje me asesinaría. Como no soy de olvidar favores, me conformaré con mantener el trato comercial. Ahora la dejo con Diana para que la ponga al tanto del nuevo contrato y me llevo a este amigo a casa. ¡Hasta pronto, Sofía!
-Hasta pronto, señor Farris –y ante el gesto admonitorio de él:- Donald –sonrió.
Antes de que la secretaria se pusiera delante de la cámara, Germán se inclinó y le dijo:
-Quiero que estés aquí… Conmigo.
Sofía pensó en las mudanzas del destino. Ella había contado con verlo y desmontar la cápsula que lo mantenía prisionero de una promesa, y ahora se encontraban alejados por más de diez mil kilómetros.
-En el próximo viaje, ¿eh? –contestó con desenfado intentando despojar de formalidad la declaración de Germán.
Él acercó los dedos de la diestra a su boca y le sopló un beso. Después cedió su lugar a Diana y se alejó con Farris. Las mujeres estuvieron intercambiando datos de trabajo y personales y se despidieron con afecto. Sofía volvió a su oficina a las dos de la tarde. Ruiz la esperaba para que fueran a almorzar juntos. No lo hacían con frecuencia ya que la joven prefería comer algún bocado rápido y una fruta.
-¿Qué le parece la parrilla Norte? –consultó el hombre.
-Bien. Pero nos demoraremos más de una hora –lo previno.
-Yo me haré responsable ante su jefe. Ha trabajado sin descanso desde que llegó y no le vendría mal una buena comida de vez en cuando. ¿Me parece o ha perdido peso?
-Un poco, pero se debe a que vengo caminando todos los días. Es un buen ejercicio.
-Bueno, venga que la engordaremos un poco.
Sofía, riendo, tomó su abrigo y la cartera y salió con el inefable contador. La parrilla estaba a tres cuadras de la oficina. A esa hora pudieron elegir una mesa contigua al ventanal que mostraba una pérgola adornada por glicinas. Aprobó el menú propuesto por Ruiz y se dedicaron a esperar. Presentía que el contable se iba a referir a los acontecimientos de la mañana.
-Antes de que me responda a una pregunta, si es que quiere hacerlo, voy a sincerarme con usted. Cuando Germán la propuso para el trabajo me sentí fastidiado porque nunca se entrometió en la selección del personal. Supuse que era un capricho pasajero y me llevé una tremenda sorpresa –hizo una pausa.- Trajo a una joven hermosa y con innegables condiciones para desempeñar la tarea. No voy a cometer la infidencia de contarle la charla que ese mismo día tuve con él, pero hoy, como accidental observador de la videoconferencia, sentí que entre ustedes existen sentimientos que no acaban de expresarse. ¿Me equivoco?
Sofía, que desde la noche anterior se había propuesto destruir las barreras con el hombre que ocupaba sus ensueños, vaciló ante el llamamiento de Ruiz. Escrutó el rostro del hombre y la expresión de genuino interés acreditó su respuesta:
-Está en lo cierto. Cuando nos conocimos hubo… una atracción mutua. Pero yo, señor Ruiz, tuve miedo. La vida de relaciones no ha sido fácil para mí, y prefiero no exponerme a sufrir un desengaño. Así que cuando Germán me propuso trabajar en su empresa no quise que se inmiscuyeran otros intereses que no fueran los laborales. –Se silenció volviendo el rostro hacia el patio.
Ruiz miró el delicado y voluntarioso perfil y justificó el enamoramiento de Navarro. Pero el intercambio verbal y gestual del cual había sido testigo, revelaba que la contención de la muchacha se estaba debilitando.
-Sofía… -llamó. Ella enderezó la cabeza y lo miró con indefensión. El hombre le tomó la mano que tenía sobre la mesa y la presionó con suavidad.- Escúcheme bien. En primer lugar no voy a ser menos que el tal Farris. Le pido que me llame por mi nombre de pila que es Víctor. ¡Fuera ese ceremonioso señor Ruiz! –dijo con brío.
-Pero ni Germán lo llama así –protestó ella.
-Será nuestro acuerdo –afirmó.- Víctor de ahora en más, ¿eh? –La chica asintió con una leve sonrisa.- En segundo lugar, lo más importante: me precio de conocer al hombre que es su jefe como si lo hubiera procreado; y créame, querida, que doy fe de la sinceridad de sus sentimientos. ¿Por qué luchar contra lo que siente si ambos persiguen lo mismo?
-¿Sabe? -le confió.- Esta mañana venía decidida a terminar con la tregua pero el viaje imprevisto lo impidió. ¿No cree que será un presagio?
-¿Cree usted en las premoniciones, hija? –preguntó inclinándose hacia ella.
-¡No! –contestó riendo.
Ruiz se enderezó y dijo con complacencia:
-Menos mal. Porque tendría que recordarle ese “quiero que estés conmigo”…
-¿Escuchó todo el tiempo, Víctor? –inquirió la joven con placidez.
-Hasta ahí, nomás. Para las siguientes cuestiones de trabajo cuento con su talento –confesó con una sonrisa.- ¡Ah! Ya nos traen la comida.
Después de almorzar volvieron a la oficina. Ruiz se retiró más temprano y antes de irse le dijo a Sofía:
-Arriesgarse es vivir, hija. Y si usted quiere a ese obstinado, porque no le quepan dudas de que la ganará a fuerza de perseguirla, déle una oportunidad.
-Creo que si Germán hubiera buscado un abogado defensor no hubiera encontrado a nadie tan excelente –dijo ella acercándose para despedirlo con un beso.
El sábado al mediodía Sofía se reunió con Carina y Mónica para almorzar en un autoservicio. Al buscar una bandeja, se topó con Ingrid y Mauro que se retiraban. Después de una charla afectuosa la comprometieron para cenar en su casa. El hermano de Germán insistió en ir a buscarla y se despidieron hasta la noche. Apenas llegó a la mesa, sus compañeras la asediaron.
-¿Ése no era Mauro? –preguntó Carina.
-Sí. Con Ingrid, su mujer.
-¿Cómo sabés que es la mujer? –dijo Mónica.
-Porque una vez fui a cenar a su casa. Y me han vuelto a invitar para esta noche.
-¡Ah, pícara! Te lo tenías bien guardado. ¿Y cuándo fue eso? –indagó Carina.
-El día que Germán me propuso trabajo. Esa noche festejaban el embarazo de Ingrid y me convenció para ir. Yo estaba tan aliviada por el vuelco que había dado mi situación que no opuse mucha resistencia… -recordó con una sonrisa.
-Es un buen comienzo –opinó Carina.- Caer bien a la familia es premisa básica para evitar conflictos.
-¡Ja Ja! –rió Sofía.- ¿Lo comprobaste con tus futuros suegros?
-Todavía no. Pero me estoy preparando para eso –afirmó Carina.
-¡Sí! –dijo Mónica.- Hace terapia tres veces por semana.
Las tres se desmadejaron de la risa. Después de comer completaron el programa que las había reunido y fueron al cine. A las seis de la tarde se separaron. Sofía se dio una ducha y revisó su guardarropa. Esa noche quería lucir mejor que la primera. Se puso un vestido claro que modelaba su cuerpo, una chaquetilla corta, sandalias de taco alto y se cubrió con un abrigo largo. Mauro fue puntual. Le dirigió una mirada de aprobación que no requería palabras. En el trayecto charlaron sobre la función a la que asistió Sofía y ambos declararon ser fanáticos de Woody Allen. Ingrid la recibió con alegría y unos pequeños entremeses antes de la cena.
-¿Así que mi imprevisible hermano está en Inglaterra? Me enteré porque me habló desde allí.
-Y yo también –dijo Sofía riendo.- Parece que Farris pasaba con su jet por el aeropuerto y lo invitó a acompañarlo para firmar un nuevo contrato.
-No me sorprende –intervino Ingrid.- Germán es de tomar decisiones súbitas, pero nunca alocadas. Tiene un sexto sentido que en general no lo traiciona. Como cuando se liberó de tu tío –recordó.
-Que no le funcionó con Brenda –agregó Mauro y se silenció ante la estocada visual que le dirigió su mujer.
-¿Y quién es Brenda? –preguntó Sofía con naturalidad.
-El pasado. La exmujer de Germán. Una relación equivocada –aclaró su hermano.- Se separaron hace diez años después de haber convivido cinco. Germán era joven y vivía para trabajar y sostener mis estudios. Le ganaba horas al cansancio para perfeccionarse en su oficio y apareció esta vivaz jovencita que lo sacudió de la monotonía. Se casaron de inmediato, y al poco tiempo afloraron las exigencias de Brenda.
-Ella tenía dieciocho años, Mauro. Y la vida que le ofrecía Germán carecía de las diversiones propias de su edad –dijo Ingrid conciliadora.
-Sí. Y yo tenía diecinueve y estudiaba como loco para hacer honor al esfuerzo de mi hermano. –contestó despectivo. Se repuso y continuó:- La estabilidad afectiva que buscaba en su mujer fue desapareciendo en el saco sin fondo de los reclamos, y para cuando se divorciaron ella hizo la última demanda: la mitad de los bienes de Germán. Por suerte él ya conocía a Ruiz, porque en su afán de quitársela de encima le hubiera dado el cien por ciento –terminó riendo.
Una peregrina imagen cruzó por la mente de Sofía: quince años antes ella tenía… catorce años. El alivio la ganó pensando que entonces no hubiera podido brindarle a Germán el amor que necesitaba. Hoy era su oportunidad. Mauro e Ingrid la miraban inquietos. Ella les dedicó una sonrisa radiante y pasó a preguntarles por el bebé en camino. Poco después rindieron tributo a la magnífica comida de Ingrid. Después del postre, Sofía insistió en ayudar a la anfitriona a limpiar la cocina y Mauro anunció que ambientaría la sala de estar. Ése era el momento de intimidad que deseaba Ingrid para hablar con Sofía. Desde la noche en que la había conocido se preguntó por qué Germán no la frecuentaba. Y le constaba que esa joven estaba siempre presente en las charlas de los hermanos curiosamente interrumpidas cada vez que ella aparecía. Si indagaba a Mauro, sólo le contestaba con evasivas. Una vez le preguntó a Germán. Él le dedicó una sonrisa melancólica, le pasó un brazo por los hombros y le revolvió el pelo por toda respuesta. La inmediata corriente de simpatía que se había establecido entre ellas la autorizó a la confidencia:
-Hace un largo mes que me pregunto qué pasa entre Germán y vos. ¿Tanto me engañé el día que te conocí? –suspendió por un momento el lavado de platos.
Sofía no confundió el reclamo de Ingrid con una intromisión. También era partícipe de ese sentimiento fraterno que se había instalado entre ellas.
-Definime engaño –pidió con gesto malicioso.
Ingrid, envalentonada por la aceptación implícita en las palabras de la joven, respondió:
-Ví a un hombre que se bebía los vientos por una jovencita de expresión reservada, pero no indiferente –recalcó. Y repitió:- ¿acaso me engañé?
Sofía negó con la cabeza.
-Esa tarde Germán vino a rescatarme del infierno en que se había convertido mi vida. Estaba tan susceptible por las afrentas recibidas que sentí recelo ante su propuesta. Y le dije que sólo aceptaría si no implicaba ninguna intención de resarcimiento.
-¿Resarcimiento…? –dejó la pregunta en suspenso y después exclamó:- ¡Sofía! ¿Pensaste que Germán te exigiría algún favor sexual? No es propio de su carácter, y además yo pondría las manos en el fuego por él.
-Entendeme. Yo apenas lo conocía…
Ingrid captó algo más en la estremecida voz de de la muchacha. Se necesitaba otro componente aparte de la desconfianza para construir ese muro de contención. Terminó de lavar los platos y se sacó los guantes. Sofía secó el resto de la vajilla absorta y en silencio. Al dejar el repasador se encontró con la cariñosa mirada de la dueña de casa que se acercó para ponerle una mano en el hombro:
-¿Tenías miedo de él?
-No. Tenía miedo de mí y de la complejidad de sentimientos que me inspiraba. Hacía un año que intercambiábamos apenas un saludo en la oficina, y en un día y medio descubrí a un hombre sensible y atractivo que hizo tambalear todos mis blindajes. No quería sufrir más decepciones, Ingrid.
La mujer acortó la distancia y la abrazó:
-Creeme –dijo con seguridad.- Germán no te defraudará.
Se separaron con la sonrisa intimista de dos hembras hermanadas por un secreto.
-¡Eh, chicas! –llamó Mauro.- ¡Que me estoy aburriendo!
Lo encontraron en la salita adonde había presentado, sobre una mesa baja de cristal, las copas de champaña y una caja de chocolates. Se levantó al entrar las jóvenes y besó a su mujer.
-No se vayan que enseguida traigo la bebida –advirtió.
Destapó la botella de champaña amagando apuntar a Sofía que se atajó con un gritito. El corcho saltó junto a la espuma que Mauro vertió con pericia en las copas. Después las repartió y brindaron antes de sentarse.
-¿Así que Germán consiguió otro contrato? ¿Es tan ventajoso como el primero?
-Lo es –dijo Sofía.- Porque tiene la representación exclusiva de la fábrica de Farris. Los concesionarios de Buenos Aires no escatiman artimañas para desplazarlo, pero ese hombre parece incondicional de tu hermano.
Mauro les relató la circunstancia en que se habían conocido, a lo que Ingrid dijo:
-¡Es tan propio de mi cuñado! Si el empresario es un hombre inteligente no puede menos que valorar esa actitud. ¿Pero cómo sabés que tratan de saquearle los contratos? –le preguntó a Sofía.
-Porque Farris me lo cuenta cada vez que un intermediario se pone en contacto con él –contestó ella riendo.- Es un hombre muy agradable y hemos establecido una estupenda relación de trabajo. Ayer lo conocí mediante una videoconferencia. Es casi como lo imaginaba.
-¿Estaba Germán? –indagó Mauro.
-Sí. –contestó parcamente Sofía con el rostro arrebolado.
-¿Por qué no ponés un poco de música? –intervino Ingrid.
Mauro se levantó conciente de la reacción de la muchacha por quien su hermano desvariaba. Caminó hacia el reproductor y seleccionó temas diversos. Cuando volvió, Sofía y su mujer hablaban de los nombres que habían elegido para su primogénito: Florencia en caso de ser mujer o Maximiliano si fuera varón. Arrellanados en los sillones escucharon música en un silencio amigable. Mauro invitó alternadamente a bailar a Ingrid y a Sofía hasta que dieron las dos de la madrugada. A esa hora la invitada se despidió declarando que debía participar de una bicicleteada a las nueve de la mañana. Cuando regresaron de trasladarla a su casa, Ingrid fue la primera en acostarse. Mauro se inclinó sobre su mujer y le dio un largo beso. Se incorporó y mientras deslizaba los dedos por su mejilla, dijo:
-Ya sé que cuando quedaron a solas estuvieron chusmeando. ¿Puedo saber qué futuro le depara a mi hermano?
-¡Ah, no! Ni te vas a enterar porque correrías a decírselo –rió Ingrid.
-Te prometo que me lo guardaré para mí. ¡Vamos, querida, sacame de la incertidumbre!
-¿Por quién me lo prometés? –preguntó Ingrid.
-Por Florencia o Maximiliano.
Ella miró el rostro solemne de su marido y tomó la mano que la acariciaba para besarla.
-Creo que Sofía está tan enamorada de Germán como él de ella.
-¡Magnífico! –exclamó Mauro.- No hubiera podido soportar a ese grandullón con el corazón roto.
-¿Podrás dormir ahora? –le dijo ella con gesto malicioso.
-Más tarde. ¿No dicen que los bebés ya reciben estímulos desde el seno materno? –preguntó bajando su mano por el suave abdomen de Ingrid.
-¡Oh! –ronroneó ella mientras Mauro se tendía a su lado.- ¿Qué le vamos a estimular?
-La capacidad de gozar… -murmuró el hombre haciéndola vibrar con sus caricias.
El domingo amaneció a pleno sol. Sofía se puso ropa cómoda, desayunó y bajó a la cochera a buscar su bicicleta. Mónica, Carina, Sergio, Rocío y Pablo la esperaban en la plaza Montenegro que era el punto de partida de la pedaleada. Debían llegar hasta la Florida y terminar el recorrido en el Monumento a la Bandera. La plaza hormigueaba de ciclistas y espectadores. Una ambulancia y dos camionetas con provisión de agua mineral aguardaban el comienzo del raid. La joven divisó a su pequeño grupo y se abrió paso entre la multitud.
-¡Creíamos que te habías acobardado! –rió Mónica.
-¡Nunca! –le contestó.- Y ahorrá energías que estamos a punto de largar.
Un estampido anunció la apertura de la competencia. Los ciclistas desfilaron entre los concurrentes y apuntaron a su primera parada. Sofía pedaleaba sin exigirse demasiado. Quería disfrutar del ejercicio y preservarse para el tramo final. Se congratuló por haberse puesto el gorro con visera porque el sol calcinaba. Sus amigos estaban adelantados, pero no se inquietó porque estaba concentrada en mantener un ritmo regular. El recuerdo de la noche pasada actualizó sus sentimientos por Germán. Se había atrevido a confesarle a Ingrid sensaciones aún no compartidas con el hombre. Ansiaba el reencuentro porque su ausencia la llenaba de nostalgia. Se sobresaltó cuando advirtió que estaba quedando con los rezagados. Desechó cualquier pensamiento y volvió a recuperar la cadencia. El primer descanso representaría una hora para los que arribaran en primer lugar. Ella compartió media con sus amigos hasta la proclama del segundo despegue. Decidida a no distraerse, pedaleó con regularidad aumentando gradualmente el esfuerzo. A medio camino de la meta, Pablo y ella lideraban al grupo de trabajo. Llegaron al camino que descendía hasta el Monumento acalorados, con poco aire, pero orgullosos de contarse entre los que no habían renunciado. Dejaron las bicicletas a un costado y se tiraron en el césped a la espera de los retrasados.
-¿Cómo andan las cosas por mi ex trabajo? –preguntó Sofía.
-¡Uh! –rió Pablo.- Todavía no sacan el rabo de entre las patas. Méndez está más huraño que nunca y se la desquita con Adelina además de haberla destituido como secretaria. Creo que se debe arrepentir cada día por lo que hizo. ¿No te reconforta su castigo?
Sofía quedó pensativa. Después le contestó:
-La verdad, me da pena. Claro que no lo hubiera dicho un mes atrás y me hubiera alegrado de que sufriera lo mismo que yo. Pero su deshonesto proceder le dio un vuelco impensado a mi vida... Aunque podría haber llegado por un camino menos retorcido -reflexionó.- Bueno, lo más importante es el voto de confianza que ustedes me dieron –agradeció con una sonrisa.
-Nosotros y Germán –recordó Pablo.
-Sí. Especialmente él que no me conocía como ustedes… -quedó abstraída.
-A propósito. ¿Cómo es que no te acompañó en la carrera? –preguntó Pablo.
-Porque, primero, nuestra relación es estrictamente laboral. Y segundo, está cerrando un contrato hasta el martes en Inglaterra. ¿Por qué suponías que tenía que acompañarme?
-Bueno… Uno tiene ojos en la cara, por lo cual deduzco que de estar aquí lo tendrías como escolta. ¿O acaso me equivoco?
Sofía renegó del hábito que tenía de enrojecer. Al hurtar el rostro de la mirada de Pablo, vio al resto del grupito arrastrando las bicicletas en medio del gentío.
-¡Mónica! ¡Rocío! -gritó levantándose y haciéndoles señas.
Las nombradas y sus acompañantes empujaron sus vehículos hacia ellos y se desplomaron sobre el pasto. Rocío abrazó a su marido y Sergio a Carina.
-Los creíamos en el podio -dijo Mónica- y no tirados aquí como bolsas de papas.
-¡Tarambana! Gracias que llegamos con el último montón. El penúltimo, digo -aclaró entre risas.
-¿Sabés que nos hace falta? Tu valiente hombre montado en su cuatro por cuatro para recoger nuestros pedazos -suspiró Mónica.
Sofía no se dio por aludida.
-Miralos a esos cuatro -siguió la exaltada.- ¡Eh! ¿No se dan cuenta que es descortés comer pan delante de los hambrientos? -los reprendió.
-Vos, no sé. Pero hay otras que no comen aunque tengan delante el manjar más exquisito -la retrucó Carina mirando deliberadamente a Sofía.
-Hablando de comer -propuso la aludida con candidez -¿por qué no vamos a reponernos a ese carrito?
-¡Qué gran artista se perdió Hollywood! -ponderó Mónica, y se volvió hacia Carina:- ¿Te diste cuenta que no hemos logrado hacerle perder la calma?
Quisiera estar en el lugar de Germán cuando la pierda, pensó Sergio pero no lo dijo. En su lugar señaló:
-Voto por Sofía. ¿Alguien más?
Levantaron las bicicletas y se acercaron pedaleando hasta el bar al paso. Todavía quedaban algunas mesas desocupadas y juntaron dos. Los hombres fueron a buscar sándwiches y bebidas mientras las mujeres descansaban a la sombra. Las cuatro estaban adormiladas cuando Germán se acercó al grupo. Sus ojos se suspendieron sobre el rostro relajado de Sofía. Sintió tantas ganas de besarla que se reprochó la continencia practicada ante cada silenciado impulso. El mismo viernes, después de la videoconferencia, le había transmitido a Farris su decisión de volver a su país. Estar lejos de ella vaciaba de contenido cada instante de su vida. No hicieron falta las explicaciones. El empresario miró su expresión decidida y le dijo: “Ve a buscarla, amigo. La próxima vez no te recibiré si no vienes acompañado”. Aferrado a la inmaterial afirmación de que lo había extrañado y a la tácita aceptación de su propuesta de estar juntos, abordó el avión el sábado a la tarde y desembarcó en Rosario el domingo a las dos de la mañana. A las nueve, anhelando verla, la llamó por teléfono. Después de varios intentos fallidos se comunicó con su hermano y le anunció que iría a desayunar a su casa. Allí se enteró de que Sofía todavía estaba con Mauro y su cuñada a la hora en que él aterrizaba y, lo más importante, la actividad de la joven en la mañana del domingo. Cuando se despidió, Mauro en la puerta le preguntó: “¿Vas a buscarla?” Y ante su afirmación le dijo: “presumo que será con buena fortuna, hermano”.
-¡Ey, miren quién está aquí! - prorrumpió Mónica que se había despabilado.
Germán se le acercó sonriendo y le dio un beso en la mejilla. Rocío y Carina abrieron los ojos y él se inclinó para saludarlas. Sofía, aletargada, no se despertó con las exclamaciones de sus amigas.
-Debieras despertar a la bella durmiente con un beso en los labios -bromeó Mónica.
-Ganas no me faltan, pero mi osadía podría costarme cara -aseveró el hombre, y agregó:- Parece que la competencia fue dura.
-Vos lo has dicho. Pero Sofía y Pablo nos ganaron de mano. Llegaron antes que nosotros. Bueno, la voy a despertar para que no se enoje -dijo Mónica levantándose de su silla.- Sofi, Sofi… -la sacudió con suavidad.- Recobrate que alguien te vino a visitar.
Ella pestañeó aturdida y no pudo evitar un sobresalto al enfocar a Germán. Él se agachó para derramar la mirada dominante en sus pupilas azoradas. Turbada, apartó los ojos y balbuceó:
-¿No estabas en Inglaterra?
-Sí, pero sin vos. Y no lo pude resistir… -confesó roncamente.
Sofía notó un anhelo en la voz masculina que la aturdió. Presentía que el momento del sinceramiento estaba próximo y se regocijó por ello. Venciendo su natural timidez indagó en el rostro varonil la confirmación de sus aspiraciones, y en el semblante conmovido sucumbieron todos sus recelos. Los ojos se formulaban una muda pregunta conectada al futuro inmediato. Germán, decidido, se incorporó y le tendió la mano. Mientras su muchacha se levantaba llegaron Sergio y Pablo con la comida.
-¡Volvió el embajador de la Bretaña! -vitoreó el primero y dejó las bandejas sobre la mesa antes de estrecharle la mano.- Supongo que no te llevarás a la princesa antes de que reponga fuerzas -aclaró con malicia.
Germán no contestó y saludó al otro hombre.
-¡Hay comida y bebida para todos! Al menos, alguna vez te convidaremos nosotros -dijo Pablo. Después, con expresión de asombro:- Me pasma verte aquí, sobre todo porque hace una hora te hacía en Inglaterra y hasta el martes… -la miró a Sofía arqueando una ceja.
-Dejé mi corazón en el país y, como supondrás, poco podría sobrevivir si no lo recobraba -Germán habló sin apartar la vista de Sofía.
-Bueno, bueno, bueno… -intervino Sergio.- Primero la comida y después el postre. -Dirigiéndose a Germán:- Si las muchachas fueran bolos, habrías convertido un strike. Las dejaste fuera de combate. Lo que está muy mal para Pablo y para mí que deberemos esforzarnos para alcanzar tu nivel de romanticismo.
Germán lanzó una límpida carcajada. Su Sofía estaba arrebolada y las otras mujeres exhibían un aire de aprobación. A instancia de Sergio, los siete se sentaron alrededor de la mesa y terminaron con las provisiones. Carina propuso que el postre fuera elegido por ellas y arrastró a sus amigas al mostrador del bar.
-Sofía, -dijo una vez que desaparecieron de la vista de los hombres- si hoy no le das el sí a Germán, me abro las venas.
-¡Y nosotras! -terció Mónica.- Si no fue suficiente su temple durante el temporal, ni que te hubiera dado un empleo, ni que aceptara tus locas condiciones, volverse de Europa confesando que te dejó el corazón es para que te tires en sus brazos sin reservas.
Sofía las miró calmosa. Interrogó a Rocío con un gesto y la muchacha sonrió e hizo un gesto negativo con la cabeza.
-Queridas amigas. Me emociona que estén dispuestas a dar la vida por mí, pero creo que exageran. Es posible que hayan tergiversado las palabras de Germán, porque no aclaró a quien le dejó su corazón. -Acalló a Mónica con un gesto.- Por otro lado, también han confundido mis intenciones. Les aseguro que ese hombre será mío antes de que termine el día -acabó con una sonrisa candorosa.
Los gritos alborozados de las muchachas que corrieron a abrazar a Sofía espantaron fugazmente a los gorriones que picoteaban las migajas esparcidas por el piso. El corolario quedó a cargo de Mónica:
-Es matemático, chicas. Mientras los pares gozan, los impares nos vamos a dormir solos.
Germán se levantó cuando volvieron las mujeres y aligeró a Carina de la bandeja con helados. A Sofía le deleitó la naturalidad con que el hombre manejaba esos pequeños gestos que lo distinguían de sus pares. Tomaron el postre y los primeros en despedirse fueron Sergio y Carina. Los siguieron Pablo y Rocío, y Germán se ofreció a llevar a Mónica sin incluir a Sofía como si estuviera implícito que se iría con él. Cargó las bicicletas en la parte trasera de la camioneta y dejó a Mónica frente a su casa. Sofía se bajó para darle un abrazo y Mónica le cuchicheó: “No te olvides de tu promesa”. Ella le dio un suave pellizco y subió al auto disimulando una sonrisa.
-¿Vamos a casa? -propuso Germán con oculta ansiedad.
-Tengo que darme una ducha y cambiarme de ropa. He transpirado durante cuatro horas -argumentó Sofía.
-Bueno. Pasemos primero por tu departamento.
Germán condujo en silencio, plenamente conciente de la presencia de la mujer, procurando alejar de su mente la imagen del cuerpo desnudo bajo el agua y la idea loca de arrebatarla mojada y llevarla hasta el lecho. Sofía divagaba sobre las connotaciones de la expresión “vamos a casa” dicha como si ambos convivieran bajo el mismo techo. Cuando bajaron del auto y Germán la vio con el cabello enredado por el viento y la cara enrojecida por el sol, le costó un esfuerzo sobrehumano no besarla. Esperó en la salita mientras Sofía se bañaba. Pensó en el prodigio de llevarla a su casa sin haber tenido que recurrir a ningún subterfugio.
Ella prolongó el baño caliente que aflojó sus músculos agarrotados. Un cosquilleo de inquietud le ahuecó el estómago pensando en una aparición del hombre mientras estaba desnuda. Soy una necia. Él es demasiado equilibrado para cometer ese error. Pero si lo hiciera, ¿cómo reaccionaría yo? Me moriría, porque la sola idea de que me bese me hace estremecer. Los dos sabemos que iré a su casa para pertenecerle. ¿Qué digo? Para pertenecernos mutuamente. ¿No les prometí a las chicas que sería mío? ¡Ay, cielos! Estoy completamente loca. Sí, loca por él. Debo terminar de ducharme…
Después de secarse, se envolvió en una toalla grande, pasó al dormitorio y se vistió.
-Hola -le dijo a un Germán abstraído en la contemplación del balcón.
Él se volvió como electrizado y la miró con una expresión tan ávida que le hizo apartar la vista.
-Estoy lista -pronunció.
-Vamos, entonces.
Eran las cinco cuando llegaron a la casa de Germán. Al acomodarse en el salón él preguntó:
-¿Qué querés tomar?
-Un café me vendría bien.
-Me imaginé -le dijo con una sonrisa.- Ya lo traigo.
-Anoche estuve con Mauro e Ingrid -le comentó cuando volvió.
-Lo sé. Ellos me pusieron tras tus pasos.
-Tenés una familia envidiable. Un hermano que te adora y una cuñada que según sus palabras pondría las manos en el fuego por vos.
-¡Eh…! ¿En ocasión de qué lo dijo? -preguntó con curiosidad.
-¿Eh…? -vaciló.- ¡Ah! Con respecto a los negocios -fabuló, pensando que no podía contarle la charla íntima que había compartido con Ingrid.
-Lo que ellos sienten es recíproco porque me jacto de tener el mejor hermano y la mejor cuñada -declaró Germán con una risa.- ¿Y qué hay de tus parientes?
-No tengo. Mis padres murieron y la familia de mi mamá está en Alemania. En cuanto a los parientes de mi padre, se retiraron cuando enfermó -se encogió de hombros con un gesto inerme que aceleró el pulso del hombre.
-Hubiera querido acompañarte en ese entonces… -le dijo con gesto protector.
Ella se repuso. Habían transcurrido más de diez años. Tenía dieciséis cuando murió su mamá y dieciocho cuando enfermó su padre. Entonces Germán tendría…
-No me hubieras podido acompañar porque todavía estabas casado -descubrió.
-Esa parte de mi pasado está enterrada. ¿Cómo te enteraste?
-No tiene importancia -aseguró ella riendo.- Me lo dijo Mauro y se mató por convencerme de que está definitivamente olvidado.
-No hemos tenido mucho tiempo para hablar de nosotros -consideró Germán.- Pero para mí vos sos mi presente aunque a veces me pregunte por que fenómeno todavía estás sola.
El hombre y la mujer se recrearon el uno para el otro y descubrieron sus afinidades y desacuerdos. El sol se fue apagando junto a las confidencias y el anochecer los sorprendió con la certeza de su mutua atracción. Germán, al borde del éxtasis, encendió las luces y anunció que iba a preparar algo para comer.
-¡Te ayudo! -ofreció Sofía y lo siguió a la cocina.
Complacidos en la tarea común, él puso la carne al horno y ella preparó una ensalada. Mientras Sofía disponía la mesa, Germán seleccionó algunos temas musicales. Cenaron irremediablemente atrapados en una atmósfera de sensualidad que trascendía gestos y miradas y que la superficialidad de la charla no alcanzaba a ocultar. Las canciones de amor hablaban por el hombre que enlazó a la mujer de sus desvelos. Sofía se abandonó a los brazos que la estrechaban y a la boca que buscó el primer beso. El suave roce de los labios se prolongó en una caricia imperiosa que detuvo la danza y el tiempo. Se saborearon con el deseo postergado en cada encuentro y se estremecieron al contacto de sus lenguas que auguraban el comienzo de la unión.
-Sofía… -musitó Germán con los labios apoyados en la mejilla de la muchacha.- He soñado con besarte cada vez que te veía. ¿Cómo pude aceptar tu prohibición, mi amor? -le preguntó en voz baja.
Ella, estremecida, levantó la cabeza para volver a ser besada por ese hombre apasionado. Las manos de Germán presionaron sus glúteos al encuentro de la formidable erección. Ella, excitada, gimió suavemente y él le confesó las ansias tanto tiempo contenidas:
-Te deseo desde que te vi entrar en el restaurante, cuando estábamos sentados a la barra, en mi casa, cada vez que te veía. En el despacho de Farris creí encontrar en tus ojos la respuesta a mis aspiraciones ¿cómo seguir lejos de vos?
-No te equivocaste… -murmuró.- El viernes ya estaba decidida a quebrar el odioso acuerdo.
Germán rió por lo bajo mientras sus labios recorrían el cuello de su amada. Se separó apenas para demandarle:
-Vamos -y la precedió hacia la escalera.
Subieron abrazados, deteniéndose para besarse porque no podían prescindir del contacto de sus bocas. Germán la guió hasta su dormitorio y antes de entrar la alzó en sus brazos. Sin dejar de besarla, la depositó en la cama que tanto la había aguardado. Se incorporó respirando con agitación y comenzó a desnudarla lentamente. Sus ojos quedaron enajenados en el cuerpo que había imaginado y en el dúctil rostro que revelaba una amalgama de ansia y de timidez.
-Te amo y quiero hacerte feliz -la tranquilizó mientras la besaba con ternura.
Él se fue despojando de la ropa sin dejar de observarla hasta exhibir su magnífica desnudez. La atrajo hacia su cuerpo sediento del contacto femenino y recorrió con sus manos las zonas que las ropas siempre ocultaban. Su boca bajó despaciosamente desde el hueco del cuello hasta los sensibles pezones que se erizaron contra su lengua. Una exclamación de complacencia brotó de la garganta de Sofía que se sostuvo cuando él succionó con delicadeza sus pechos. Extasiado por la respuesta del cuerpo femenino se detuvo en su ombligo y bajó pausadamente por su vientre estremecido hasta el inflamado monte de Venus. La joven, al borde del orgasmo, no pudo evitar un grito de voluptuosidad.
-¡Germán, Germán…! -gimió.- Por favor, vení… -sus manos se prendieron de los hombros de su atormentador y le insinuaron que subiera.
Él, sonriendo como un fauno, le preguntó mientras se acomodaba sobre el cuerpo dispuesto para la consumación:
-¿Qué querés, mi vida?
-¡A vos! -gritó Sofía al límite del paroxismo.
Germán la penetró sin violencia, embriagándose en la contemplación del rostro sensitivo que revelaba el milagro del apareamiento. Avanzó entre las piernas permisivas hacia las profundidades de un territorio invadido por el fuego y contuvo su empuje hasta los primeros espasmos que sacudieron las entrañas de Sofía. Con un grito triunfal, aceleró sus movimientos hasta volcarse en el interior de la muchacha. Un largo beso selló la culminación de la cópula.
-¡Querida mía! -dijo Germán sin separarse- Hoy es la primera vez que hago el amor, porque tu goce ha magnificado cada una de mis sensaciones. Sin vos, no sería más que una descarga sexual. Pero esto… esto… supera mi pobre imaginación.
Sofía rió sobre la garganta del hombre que la había conducido a la exaltación. Le confesó las fantasías que le había despertado.
-¿Sabés? Cuando Mauro me habló de tu exmujer, enseguida me vi ocupando ese lugar y me di cuenta de que entonces contaba con catorce años. Pero si me hubieras acariciado como ahora, me hubiera convertido en una niña precoz.
-¡Esa es mi chica! -rió Germán con alborozo y le depositó un casto beso en la punta de la nariz. Deslumbrado, le preguntó:- Y decime… ¿hubo otros momentos en que me deseaste?
-Cada vez que te pensaba…
-¡Ah, las impredecibles mujeres…! -discurrió él apartándole con ternura los mechones que tenía sobre la cara- algunas veces es difícil sintonizar con ustedes, ¿verdad?
-Pero no dirás que no es soberbio cuando lo logran… ¿verdad? -contestó parodiándolo.
-Soberbio es lo que me está pasando -masculló Germán que sintió expandirse su virilidad aún cobijada entre las piernas de Sofía.
La tomó por la cintura y la ubicó sobre él. Reanudó las caricias recorriendo todos los vericuetos del cuerpo deseado hasta que ella misma se montó sobre el miembro erecto. El grito de placer del hombre se mezcló con el de exquisito dolor de la mujer. Germán se abandonó al dominio de Sofía disfrutando del cuerpo sinuoso que guarecía su pene, del bamboleo de sus pechos y de su rostro sofocado por la pasión. Cuando ella llegó al clímax se desplomó con un grito esparciendo la cabellera sobre su pecho. El hombre la sostuvo por las nalgas y se impulsó hasta el remate final. Agitado, estrechó el cuerpo humedecido que descansaba sobre su tórax hasta recuperar el ritmo cardíaco regular. Cuando aflojó el abrazo Sofía rodó hacia el costado y se pegó a su flanco. Se volvió para abrazarla y expresarle con voz lánguida cuánto la amaba.
-Debería ducharme -murmuró ella soñolienta.
-Mañana… -dijo él.- Adoro el olor de tu cuerpo.
-Cerdo… -masculló Sofía débilmente. Lo besó y murmuró:- Poné el despertador temprano…
Él hizo una mueca risueña pensando que era el jefe. Poco después se deslizaba en un sueño reparador.
La joven abrió los ojos a las siete de la mañana. Miró con amor al hombre que descansaba a su lado, se deslizó silenciosamente de la cama, juntó la ropa desparramada por el suelo y se metió en el cuarto de baño. Entre los muslos, una fina capa de escamas le recordó el inexistente cuidado que ambos tuvieron en los encuentros sexuales. Un escalofrío la recorrió al pensar en las consecuencias. Veinte minutos después salió bañada y cambiada. Se inclinó sobre su amante, lo besó en la mejilla y lo sacudió suavemente.
-Sofía… - farfulló mientras la enfocaba.- Aquí estás... No fue un sueño…
-Fue muy real, dormilón -le contestó divertida.- Y ahora levantate mientras preparo el desayuno.
-Más tarde -barbotó atrayéndola contra su cuerpo y atrapando su boca en un interminable beso. Buscó su mano y la colocó sobre el miembro encumbrado.
Sofía se desasió del abrazo y se obligó a no fantasear con otra escena amorosa.
-Sosiegue a su amiguito, señor -le dijo con fingido decoro- que aunque cumpla su tarea con eficiencia no sería nada sin ésta -lo besó en la boca- ni éstas -le tomó las manos que rodeaban su cara y depositó un beso en cada una.
Él intentó aprisionarla pero Sofía se apartó con habilidad. Desde la puerta del dormitorio le rogó con gesto seductor:
-Desayunemos juntos, por favor. -Y volteó hacia la escalera.
Germán, frustrado, consideró varias artimañas para traerla a la cama y acabó por reírse de sí mismo al recordar el discurso de Sofía. No podría engañar a esa mujercita tan decidida, concluyó. De modo que se afeitó y se dio una ducha fría para calmar la excitación. A las ocho se presentó en la cocina adonde ella lo esperaba con el café y las rodajas de pan prontas a ser tostadas. La miró con adoración y se acercó para besarla.
-Sofía… Sofía -repitió el nombre mientras la sostenía prietamente contra su cuerpo.- Debiéramos estar en luna de miel para que no interfieran las obligaciones.
-Pero no lo estamos -dijo ella con sensatez.- Y no quisiera que Víctor me eche en cara una tardanza cuando le prometí ayudarlo a completar los formularios impositivos.
-¿Víctor, eh? Parece que intimaron mientra estaba lejos -observó Germán con fingido enojo.
Sofía largó una carcajada. Mientras untaba las tostadas con manteca y mermelada le aclaró:
-Es un hombre que te tiene tanto afecto que buscó la manera de sonsacarme lo que sentía por vos. Y me alentó a corresponderte.
-¡Grande, Ruiz! -exclamó Germán. Le acarició el rostro y señaló:- ¿Te das cuenta de cuán transparentes eran mis sentimientos? Tu Víctor me los cantó el primer día que entraste a la oficina. Y es muy loable de su parte empujarte a mis brazos porque su mayor preocupación era perderte cuando me cansara de vos -la hostilizó.
-Ah, sí. Esta mañana tuve pruebas evidentes -le contestó burlona.- ¿Y cuánto tiempo creés que te llevará cansarte de mí?
Germán rodeó la barra y la tomó en sus brazos. Antes de besarla, declaró con voz sofocada:
-La vida entera.
El timbre del celular impidió que el hombre la arrastrara hasta la sala y le hiciera el amor en los sillones. Se separaron sin aliento y Sofía descubrió que en algunas circunstancias era peligroso jugar con su pareja. Recuperó la mesura y respingó al ver la hora. Faltaban quince minutos para las nueve y si no salían ya, llegaría tarde. Germán cerró el teléfono con una sonrisa. Vio que Sofía lo esperaba con la cartera colgada del hombro y no necesitó aclaraciones para saber que tenían que salir. Ella se acercó y le preguntó:
-¿Quién era?
-Mauro, que quería saber cómo había despertado su hermano esta mañana.
-¿Y le contaste? -dijo Sofía atacada de risa.
-Le dije que como el hombre más feliz del mundo, irrespetuosa.
Ella no paró de reír hasta que subieron al auto. A las nueve en punto entraron al despacho de Ruiz que miró azorado al radiante Germán que rodeaba los hombros de Sofía con ademán posesivo.
-Esto sí que se llama no perder el tiempo, muchacho -dijo con un gesto de aprobación.- ¿Y cómo has tratado a mi mejor empleada?
-Que te lo diga ella -contestó Germán regocijado por el sonrojo de la joven.
-Siendo mi jefe y estando presente, debo contestar que magnífico - declaró Sofía con impertinencia.
-Date vuelta, Ruiz - mandó el hombre girando hacia la muchacha para estamparla contra su torso y darle un beso prolongado.
-¿Ya terminaron? -preguntó después el contador con sorna y sin haber obedecido la orden de Germán.
La pareja se había separado y el hombre sostenía contra sus labios la mano de Sofía. Ella la rescató con una risa y se sentó frente a su escritorio.
-Estoy lista para trabajar, Víctor -anunció con voz melodiosa.
-Entonces desaparecé -le pidió Ruiz a Germán.- Hoy no te la voy a prestar ni para tomar un café.
-Hasta luego, mi amor -dijo el aludido.- A las cinco en punto te paso a buscar. -Y se fue con gesto desilusionado.
Sofía lo vio desaparecer con una sonrisa. Ruiz derivó la llamada de Inglaterra al despacho de Germán para no perder tiempo porque al día siguiente debían presentar las declaraciones de impuestos. La joven se abocó a rellenar los formularios que Víctor preparaba en borrador y a las dos de la tarde tenían el trabajo listo.
-Querida Sofía, -declaró el contador- ¿no le parece que merecemos un descanso?
-Si usted lo dice…
-Vamos a tomar un poco de aire fresco y un café. Siempre que el troglodita de su novio lo permita… -aclaró.
-Este es mi tiempo privado y tendré mucho gusto en compartirlo con usted -dijo la joven.- Nada tiene que cambiar entre nosotros -afirmó.
-Me complace su carácter. Sí señor. Me complace -repitió Víctor.
Camino a la salida tropezaron con Germán. Los miró interrogante y Ruiz se ocupó de contestar la muda pregunta:
-Nos vamos a tomar un café.
-¡Ah! Y a mí no me la ibas a prestar ni para eso…
-Es que sé en que podía terminar ese café -dijo el contador riendo.- No te preocupes, que a las cinco te la devuelvo. ¿Vamos, Sofía?
Ella le lanzó un beso por el aire y salió tan campante con Ruiz. Germán, resignado, balanceó la cabeza. Era indudable que con esa jovencita habría reglas que respetar. Revisó las decisiones que había proyectado por ella y supo que tendrían que tomarlas juntos, como la de trasladarse con él y el próximo viaje a Inglaterra que había convenido con Farris. Había probado lo estimulante que podía ser la vida al lado de una mujer como Sofía, delicada de aspecto pero de temperamento tenaz. Tendría que archivar viejos conceptos machistas que lo incitaban a tenerla a su disposición cuando su deseo lo desbordaba -bien lo había comprobado esa mañana- y respetar la autonomía que había logrado por mérito propio. Tarea difícil, se dijo, pero excitante.
A las cinco de la tarde cuando terminó la jornada laboral, Germán y Sofía iniciaron la aventura de transitar, sin retorno, el camino a la felicidad.

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